Paul Preciado produce una sensación paralizante. Por momentos, asfixia. Se obstina en construir una realidad paralela, y en ese trance colecciona una multitud incomparable de enemigos.
Declina absolutamente de las utopías emancipatorias porque parece descreer de la heterogeneidad de lo colectivo. Lo demás es, en su lógica, un ejercicio ponderable de forzamiento argumental. Un delirio confortable y funcional a un sistema de control neoliberal lo impregna y lo lleva de aquí para allá, hasta ubicarlo en un punto sin retorno.
Dice Paul “Los gurús de izquierda de la vieja Europa colonial se obstinan en querer explicar a los activistas de los movimientos Occupy, del 1 5-M, a las transfeministas del movimiento tull ido-trans-puto-maricobollero-intersex y posporn que no podemos hacer la revolución porque no tenemos una ideología. Dicen «una ideología» como mi padre decía «un marido». No necesitamos ni ideología ni marido. Los transfeministas no necesitamos un marido porque no somos mujeres. Tampoco necesitamos ideología porque no somos un pueblo. Ni comunismo ni liberalismo. Ni la cantinela católicomusulmano-judía. Nosotros hablamos otras lenguas. Ellos dicen representación. Nosotros decimos experimentación. Dicen identidad. Decimos multitud. Dicen lengua nacional. Decimos traducción multicódigo. Dicen domesticar la periferia. Decimos mestizar el centro. Dicen deuda. Decimos cooperación sexual e interdependencia somática. Dicen desahucio. Decimos habitemos lo común. Dicen capital humano. Decimos alianza multiespecies. Dicen diagnóstico clínico. Decimos capacitación colectiva. Dicen disforia, trastorno, síndrome, incongruencia, deficiencia, minusvalía. Decimos disidencia corporal”.
Preocupado por la defensa de los niños queer (tema al que dedica un capítulo de su libro "Un departamento en Urano"), su impensada y pretendida originalidad lo lleva a emprenderla contra marxistas, nacionalistas antiimperialistas, católicos, judíos y musulmanes integristas, progresistas y una lista que se ensancha hasta abarcar las grandes mayorías de militantes, creyentes y no creyentes que habitan este planeta. Y como algunos lo siguen, él la sigue. En esta cruzada disidente de nuevo cuño, navega en un océano de imprecisiones que no distingue lo urgente de lo microfísico, Preciado marcha junto a disidencias umbilicales que no cuestionan nada de la realidad que los rodea, a menos que se trate de sus derechos individuales, tan respetables como las carencias y la explotación en la que viven miles de millones. Una jactancia de ininteligibilidad aplaudida –como no podía ser de otra manera- por las y los númenes de sonidos y vocablos similares, el futuro que este escritor imagina nos sume –aunque no se lo proponga- en un mundo inexorablemente perdido. El mundo que no distingue las contradicciones fundamentales. Que no aspira a una construcción política compatible con semejante desarrollo y hegemonía capitalista. No hubo ni habrá proceso de liberación alguno que no tuviera que convivir con lo distinto, con los réprobos, con los reprochables, pero eso parece no importarle. La política misma se hace con los distintos, se enhebra desde demandas diferentes en lo cualitativo y en lo cuantitativo. Así emergen las contradicciones fundamentales y otras formas de subalternización social que también deberían sumarse a aquellos procesos emancipatorios plagados de grises. Los microrrelatos que inspiran a Preciado prescinden del esfuerzo de encontrar uno o varios nuevos metarrelatos que apunten a marcarle un límite a la ferocidad del capitalismo neoliberal. Algo que funcionaba como una suerte de refugio antiaéreo después de la caída del muro de Berlín, hace de esto unas 4 décadas.
El amigo Ignacio Castro Rey escribió una carta (Almas Talladas) sin desperdicio sobre esta avanzada prohijada por sujetos ensimismados, despolitizados y profundamente individualistas. Hay un párrafo de Ignacio que se constituye en una síntesis insuperable. En una advertencia severa y precisa, en una exhibición austera e implacable: “Preciado tiene el mérito de reunir lo más rancio de la izquierda tradicional, con una larga cadena de aversiones que ni se pueden revisar, con lo más sectario de una izquierda posmoderna que ha traicionado lo que quedaba de rabia humanista y de compromiso con la pobreza en la vanguardia obrera”.
Ningún escritor es tan importante como para transformar un ápice de un mundo para el que la palabra es un ancla. Preciado tampoco. Lo que quizás lo distinga en plena y anonadada levedad, es el hecho de que alguien pueda creer que en sus especulaciones habita algo que propone comunidades más justas. Allí si radica un riesgo ambiguo, un posicionamiento que se vale de la despolitización y la raquitización creciente del argumento, de la identificación de las estructuras e incluso de las superestructuras sociales. Al desconfiar de otros sujetos sociales que también tienen cuentas que ajustar con el neoliberalismo, va deconstruyendo el proceso necesario de articulación de pueblo que intentamos a diario, no sin esfuerzos y frustraciones. El soliloquio sectario, la ilusión categórica de suponer que la parcialidad, cualquiera de ella, pueda reclamar una interpelación del resto de los sometidos, explotados y discriminados de este mundo conduce a un marasmo confusional en el que marchan raídas minorías estimuladas por un escritor y pensador eurocentrado. Recuerdo lo que decía Cortázar: “En el curso de las últimas tres décadas la literatura de tipo cerradamente individual que naturalmente se mantiene y se mantendrá y que da productos indudablemente hermosos e indiscutibles, esa literatura por el arte y la literatura misma ha cedido terreno frente a una nueva generación de escritores mucho más implicados en los procesos de combate, de lucha, de discusión, de crisis de su propio pueblo y de los pueblos en conjunto”. Bueno, en ese ejercicio utópico de construcción estamos. En esa dialéctica amplia, anchurosa, profundamente quirúrgica en la advertencia e identificación de un adversario común. No hacerlo, negarlo o confundirlo supone un ejercicio de supresión de las fuerzas mayoritarias en pugna contra la hegemonía del capital.
Imagen de El País de España.