Por Eduardo Luis Aguirre
“El hombre sabe dónde construir su casa, y el animal su guarida,
mas el alma ingenua de los héroes
no sabe adónde ir”
“Quién alteró primero
Los lazos de amor para convertirlos en yugo” (Hölderlin, El Rin)
La lucha de clases como motor de la historia está más viva que nunca. Probablemente lo estará siempre como categoría política, porque las sociedades evolucionan a través de los conflictos. No obstante, en aquellos márgenes en el que los pueblos saben que sólo sobrevendrán más sufrimientos, la información fidedigna del horror probable habilita la novedosa realidad teórica de oponernos a la disolución lisa y llana de un frente patriótico escarnecido, ultrajado, colonizado.
Un frente que excede en mucho la noción clásica de clase en este tercer milenio extremo. Mientras tanto, esperaremos el advenimiento de esos tiempos históricos que permitan exhumarla cuando la información sea insuficiente y la relación de fuerzas –que sí existe y cómo- menos desfavorable. A ese frente único, movimentista y diverso, nos vemos urgidos a sumarnos por imperio de ese vendaval al que algunos todavía llaman mundo y por la necesidad de establecer vitales luchas defensivas.
Además de la rabiosa disputa cotidiana por la certidumbre de las brutales variables económicas y financieras, de la tragedia social que expande el capital, de las descnfianzas fragorosas y las rispideces de nuevo cuño, tal vez nos aguarda la necesidad de encarnar un nuevo "ser nacional" como sujeto capaz de galvanizar a las clases y sectores que tienen algún tipo de contradicción con el neoliberalismo circular. Eso significa nada más y nada menos que actualizar y ampliar con enorme generosidad política y honestidad intelectual las claves históricas de las miradas que vienen desde antes de Hernández Arregui. Por alguna razón –quizás parecida- Heidegger pensó en la necesidad de un nuevo ser alemán a través de una herramienta unitaria que fue, en ese caso, la poesía de Hölderlin (imágen), un poeta de poetas, un poeta esencial. Aquí, en cambio, dejamos que inventaran casi al mismo tiempo los versos sobre dos tipos de gauchos que simbolizaban, paradójicamente, dos clases contrapuestas: el Martín Fierro y Don Segundo Sombra. Pues de esa confrontación literaria no podía alzarse un himno.
Más que una actualización, se trataría, en nuestro caso, de intentar un esfuerzo por ampliar las lógicas de un binarismo históricamente consolidado como antagonismo y que la poesía y la filosofía puedan añadirle encarnadura a la política y a lo político, en estado pleno de disgregación.
Un liberalismo anglófilo aliado a la oligarquía argentina y los demás sectores dominantes, por una parte, y por la otra ese sujeto siempre incompleto y sufriente al que denominamos con absoluta convicción emancipatoria “pueblo”.
Esa configuración de clases y sus vínculos soterrados con el capital transnacional nos han llevado a una situación de privación que puede anteceder o no a la debacle.
La “última chance” no es solamente la sacrificial tarea de encontrar la inmediata salida de la caverna sino la perentoriedad de adecuar y fortalecer lo que alguna vez, justamente, Hernández Arregui denominó ser nacional. Ese ser nacional era presentado como una amalgama de elementos históricos, políticos, culturales y económicos. En definitiva, se llegaba a una conclusión en virtud de la cual había un ser nacional que venía del fondo de la historia y que –bueno es reconocerlo- se compadecía más con una porción de Iberoamérica que con la enorme influencia histórica que tuvieron los pueblos originarios e incluso los negros, a los que se estima, sin más, extinguidos, para tranquilidad de las fuertes conciencias racistas que habitan la Argentina. Ese recorte hay que examinarlo a la hora de construir un pueblo que resista su tendencia intrínseca a la contingencia.
Decía Hernández Arregui: “El «ser nacional» es, en primer término, un concepto general y sintético, compuesto por una pluralidad de subconceptos subordinados y relacionados entre sí. Es un hecho político vivo empernado por múltiples factores naturales, históricos y psíquicos a la conciencia histórica de un pueblo. Es una comunidad establecida en un ámbito geográfico y económico, jurídicamente organizada en nación, unida por la misma lengua, un pasado común, instituciones históricas, creencias y tradiciones también comunes conservadas en la memoria del pueblo, y amuralladas, tales representaciones colectivas, en sus clases no ligadas al imperialismo, en una actitud de defensa ante embates internos y externos, que en tanto disposición revolucionaria de las masas oprimidas, se manifiesta como conciencia antiimperialista, como voluntad de destino” (1). La voluntad de destino se ha debilitado porque el sujeto político común no encuentra una voz que lo convoque ni un lenguaje que lo aloje en su contemporánea diversidad. Y aquí yace nuestro interés de evocar la recuperación que hace Heidegger sobre Hölderlin. “¿Para qué poetas en tiempos de penuria?”, se preguntaba de manera retórica Miguel Ángel Quintana Paz. Y se contestaba: porque al poeta lo embargaron dos sensaciones que nos conciernen en este momento de la historia la nostalgia de lo divino la devoción por la libertad. Esa que el joven poeta de la paz salió a festejar a las calles cuando se se enteró de los acontecimientos de la Revolución Francesa, mientras su amigo Schelling era perseguido por traducir La Marsellesa (2). Volveremos a él, al poeta. Pero antes debemos recordar que aquel “ser nacional” en el que nos formamos entroncaba con aquello que se ha dado en llamar “occidente”, de manera confusa, discutida, aluvional, Ahora bien: ¿qué es eso que convenimos denominar occidente? Hay una interesante conceptualización del filósofo y escritor español José Ramón Ayllón, que explica que occidente es una suerte de tríada que integran la iglesia cristiana, la filosofía helénica clásica y el derecho romano. ¿Solo eso integra occidente? Pues no. A ese triunviro cultural hay que agregar a Homero. A Homero y su obra, dice el pensador, sin la cual no existiría occidente (3). Y no existiría porque Homero delineó en sus célebres poemas a un hombre y una mujer que serían luego el arquetipo del ser humano occidenta.l
Como vemos, hay un poeta en la base de ese constructo. Para Heidegger, en la base del ser alemán hay otro sujeto poetizante: Friedrich Holderlin. Un sujeto poetizante que es capaz de guiar e identificar a un pueblo con sus himnos.
Lo importante es pensar por qué Heidegger elegía como síntesis de ese ser nacional a un poeta y, particularmente, a ese poeta. Deliberadamente esquivo toda tentación ritual sobre su biografía infausta y hago pie en esta conjunción enlazada entre lo común (el ser conglobante), la poesía y la existencia histórica de una nación. Es otra aquí la cuestión. Se trata de la búsqueda de una amalgama entre el poeta que es capaz de guiar a un pueblo desde la trascendencia misma de los dioses, un filósofo que es capaz de escuchar ese canto y luego políticos, que por fin, podrán llevar a la práctica el anhelo comunitario, colectivo de ese ser nacional. Por si hiciera falta, es necesario recordar que Hölderlin precedió en muchos años al nacionalsocialismo, ni siquiera lo imaginó. Más aún, el nazismo quiso torpemente apodearse de sus himnos quizás, como advierte Heidegger, por su indigencia teórica. Hasta Lukacs lo valoró en toda su dimensión libertaria: “Lukács se muestra literalmente fascinado por el poeta, a quien califica de “uno de los poetas elegiacos más puros y profundos de todos los tiempos”, cuya obra tiene “un carácter profundamente revolucionario” (4).
Sobreviene aquí el entramado entre poesía, trascendencia, pueblo, filosofía y política emancipatoria de los pueblos a los que Hölderlein entristecía viéndolos como esclavos. Incluso su propio pueblo. Lo poetizante, entonces, parte de un compromiso político cuya potencialidad es establecer nuevos procesos sintéticos y revolucionarios entre los explotados y los oprimidos.
“La poesía de Hölderlin tiene una significación política manifiesta para Heidegger: ella es poder en su esencia, anuncia lo que es propio de la existencia histórica que deviene, señala Rossi”. (5) Y ancla en ese significante capaz de galvanizar la voluntad común, cuando esta decae, en los himnos del poeta. Particularmente en “Germania y “El Rin”. Lejos de una discusión doctrinaria, estamos transitando el intento reparador de indicar el camino y sentirnos parte de esa marcha. Cito nuevamente a Rossi “Todo ello debe resultar en una determinación «superior» de la política, de allí que afirme que la elección de la obra de Hölderlin «es una elección histórica» que se apoya en tres razones básicas: 1. Hölderlin es el poeta del poeta y de la poesía. 2. Junto con ello Hölderlin es el poeta de los alemanes. 3. Dado que Hölderlin es esto oculta y dificultosamente, poeta del poeta como poeta de los alemanes, por lo tanto, él todavía no ha devenido poder en la historia de nuestro pueblo. Dado que él todavía no lo es, debe serlo. Contribuir a ello es «Política» en el sentido más alto y más propio, y de tal modo, que quien lleve a cabo algo aquí no tiene necesidad de discurrir sobre «lo Político». En este silogismo, las dos premisas tienen carácter estipulativo: a lo largo del curso, Heidegger exhibirá el carácter de Hölderlin como «poeta del poeta» y la «esencia» de la poesía será validada con el sólo hecho de ser exhibida. El epíteto «poeta de los alemanes» es un genitivo objetivo: más que a ninguna otra cosa, Hölderlin poetizó a los alemanes, por ello es el instaurador del ser alemán futuro. Heidegger postula la identificación entre ambas premisas: en tanto poeta de los alemanes, Hölderlin es poeta del poeta, en consecuencia, si Hölderlin es el instaurador del ser alemán futuro, en esa poetización «abre» el ámbito a partir del cual se comprende el carácter instaurador de la poesía y del propio poeta, por eso, al poetizar a Alemania, simultáneamente poetiza la esencia de la poesía. Sin embargo, es claro que el objetivo último de su ocupación con la poesía de Hölderlin es de naturaleza política”. La referencia velada a Carl Schmitt en su mención de «lo político» muestra que Heidegger considera que determinar ese sentido superior de la política no se diferencia del hecho de contribuir a que la poesía de Hölderlin “devenga poder en la historia”. (6) Porque el lenguaje siempre será una esencia y será fundamental. Las grandes capitulaciones a las que nos somete el neoliberalismo contienen una altísima carga de alienación, colonización y, por ende, capitulación del lenguaje como herramienta política común. La poesía, lo poetizante, y la filosofía son política, sólo que la preceden, además de constituirla.
(1) http://www.labaldrich.com.ar/que-es-el-ser-nacional-de-hernandez-arregui-en-pdf/
(2) https://grupominerva.com.ar/2020/08/por-que-necesitamos-hoy-a-holderlin/
(3) https://www.youtube.com/watch?v=1qo3H8LQq8Q
(4) https://vientosur.info/georg-lukacs-sobre-holderlin-y-el-termidor-respuesta-a-slavoj-zizek/
(5) Rossi, Luis Alejandro, disponible en (PDF) Hölderlin como clave secreta de la nación alemana | Luis Alejandro Rossi - Academia.edu
(6) Rossi, Luis Alejandro, disponible en (PDF) Hölderlin como clave secreta de la nación alemana | Luis Alejandro Rossi - Academia.edu