Por Lidia Ferrari (*)

 

 

¿Cómo se puede pensar una aceleración del tiempo que no sea la gravitacional? Steiner describe de manera admirable la subjetividad del tiempo o, mejor, la subjetividad en el tiempo histórico en su libro ‘En el castillo de Barba Azul’. Habla de aceleraciones y desaceleraciones subjetivas como ‘modalidades del ser’. Entre 1879 y 1815 tuvo lugar una aceleración del tiempo, pues la esperanza y la utopía se hacían presente, estaban allí realizándose en el tiempo de la revolución.

Sueño y realidad unidas en el tiempo actual. Steiner lo piensa como nuevas densidades del ser. La revolución francesa, las guerras napoleónicas, Hegel, Beethoven, son parte de la ‘creciente densidad de la experiencia humana’. Se trata del presente de la realización de los sueños. Para Steiner la densidad del ser de esa época se corona con los textos de Marx de 1848. “Nunca, desde el cristianismo primitivo, los hombres se habían sentido tan cerca de la renovación y del fin de la noche”.

Lo que siguió, después de ese intenso pero corto tiempo, fue un largo período de reacción y calma, con algunos espasmos revolucionarios. Es el tiempo de la decepción, de la frustración. Se desacelera el tiempo por el colapso de las esperanzas revolucionarias. Es época de los ‘condottieri sin trabajo’, dice Steiner. Esta fórmula me sugirió una relación con nuestros tiempos. ¿Será pertinente usar estas diferentes ‘modalidades del ser’ para pensar nuestra época? Esa realización impetuosa de los sueños que marcan una subjetividad del ser las comparo con la década kirchnerista -con obvias diferencias-. Los años que van del 2003 al 2015 signan en Argentina años felices, al menos para una parte importante de la sociedad, con la cumbre marcada por el juzgamiento de los protagonistas de la Dictadura. Se vivía en el presente, sino en la realización de los sueños en clave revolucionaria, sí con cierta satisfacción acerca de lo que sucedía. La ruptura del 2015 fue una debacle inesperada. La caída de ese convencimiento de estar viviendo en un tiempo presente elegido. El futuro se hacía presente nuevamente y lo peor del pasado. La debacle macrista no sólo hizo trizas esos sueños, sino que hipotecó los sueños a futuro, en especial, con la deuda infame contraída. Cuando en el 2019, gracias a la genial estrategia de Cristina, se recupera el gobierno -no el poder- aparece casi inmediatamente un tono subjetivo generalizado de decepción. Cae muy rápidamente sobre los argentinos sostenedores del nuevo gobierno y deseantes de una recuperación del derrumbe, un manto de decepción. Como si antes de que se pusiera en marcha el gobierno ya había un saber no sabido acerca de que no se recuperaría ese pasado añorado y míticamente glorioso. Pero esa decepción no se puede poner a cuenta de una subjetividad que reconoce la caída producida por el macrismo pues eso impediría pensar que la incursión macrista era algo temporal, provisorio, por sólo cuatro años. Como si existiera un saber no sabido de que la profunda caída que provocó el régimen macrista había producido un derrumbe que refuta la alternancia de gobiernos democráticos que, hasta en Europa, ya casi no tienen lugar. Una ‘modalidad del ser’, como nombra Steiner, o sea una convicción subjetiva -no política ni consciente- de que esa caída no era fácilmente remontable o, directamente, no remontable. Quizás, ahora pienso, esto pueda pensarse no sólo para Argentina, sino para una cierta parte del mundo hostigada por el neoliberalismo.

Como dice Steiner, después de los entusiastas tiempos acelerados y revolucionarios de entre 1789 y 1815, adviene una profunda decepción. Se desaceleraron los tiempos subjetivos y las radicales expectativas dejaron una ‘reserva de energías turbulentas que no se habían usado’.

Aunque no lo desarrolla fui tocada por esta frase para pensar la Argentina actual: una reserva de energías turbulentas que no pueden encausarse en un tiempo de renovación y, por momentos, actúan en contra de sí mismas. Una sensibilidad despertada de ‘condottieri sin trabajo’, como dice Steiner, produce una sensibilidad que a la decepción no le queda más que emplearse, por su potencia, en un rasgo pendenciero que es bien argentino -ya lo notó Borges- y que puede encontrar su adversario en las propias filas. ¿Por qué razón en las propias filas? Porque así puede explicarse que se trata de una falta de voluntad política y no de un momento de caída difícil de remontar.

La reserva de energías turbulentas se canalizó hacia el ataque a figuras del propio gobierno como si no se tratara de un derrumbe profundo producto de una política salvaje neoliberal. Reconocer los tiempos duros cuando lo son no es sencillo, ni para un sujeto singular ni para un sujeto colectivo. Se había despertado ese entusiasmo por la renovación casi como si se actualizara la del fervor de los ‘70 y ese ímpetu imparable avanza en un tiempo desacelerado que puede dar lugar a esa figura que Steiner denomina ‘condottieri magramente jubilados antes de haber dado su primera batalla’. Es más sencillo concebir que se trata de la falta de voluntad de alguno o algunos, a concebir que se trata de un tiempo, no sólo desacelerado, sino que retrocede en relación a los logros populares obtenidos con muy duro esfuerzo.

Se trata de una lectura singular al calor de las reflexiones de Steiner. Pienso que, al tiempo de estas líneas, se abren tiempos acelerados y entusiastas en Colombia y en Chile, lo que le da un tono parcial y coyuntural a mi reflexión.

(*) Psicoanalista y escritora.