Durante las últimas tres décadas, el mundo ha cambiado aceleradamente. Fue bipolar hasta el colapso de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, devino luego unipolar con el "fin de las ideologías" y de la historia y el fortalecimiento imperial de los Estados Unidos y, con una vertiginosidad sin precedentes históricos, se transformó en un gigantesco galimatías multipolar.

De manera concomitante con estos cambios paradigmáticos, un enorme sistema de control global punitivo dotado de lógicas y prácticas propias, se abatía sobre la humanidad en su conjunto e imponía un derecho y una justicia tan profunda y selectivamente injusta, como los ordenamientos penales internos. Para poder analizar los crímenes de masa, las intervenciones “humanitarias” y preventivas, las “guerras justas”, los nuevos enemigos creados por el imperio y la violencia “legítima” internacional, debemos, necesariamente, entender que el sistema de control global punitivo ya no abarca  solamente una cuestión dogmática o normativa, sino que implica  un proceso de transformación sociológica y geopolítica fenomenal, que demanda un derecho internacional de los derechos humanos y prácticas de control global en permanente “excepción” y emergencia. No es posible entender y explicar la violación sistemática de los derechos humanos, sin comprender al mismo tiempo los cambios que se producían en el derecho internacional, a la sazón el nuevo instrumento de disciplinamiento global de los insumisos y los débiles. Por ello, cuando debatimos acerca de los cambios trascendentales, paradigmáticos, que deparó la globalización, necesariamente debemos enumerar entre ellos el declive de los Estados nacionales y del concepto de soberanía, pero también el renacimiento de las reivindicaciones locales, la legitimación de la fuerza como mecanismo recurrente para resolver los conflictos y la consolidación de un novedoso sistema de control global punitivo, destinado a reproducir las condiciones de hegemonía impuestas por el imperialismo. Una nueva forma de control universal que se apoya en retóricas, lógicas, prácticas e instituciones de coerción, la más violenta de las cuales es la guerra. Una guerra de cuño imperial. De características diferentes a los conflictos armados que acaecieron hasta la guerra fría. Un novedoso tipo de guerra que se inauguró, probablemente, con la agresión de la OTAN a Yugoslavia. Una guerra en la que ya no se busca anexar grandes espacios geográficos o asegurar mercados internacionales. Se trata de guerras que implican grandes disputas culturales, gigantescas empresas propagandísticas, que se emprenden con el objeto de imponer valores, estilos de vida, sistemas de creencias compatibles con la visión imperial del mundo. Y que incluyen, por supuesto, la vocación de apropiarse unilateralmente de recursos naturales escasos y la participación de arsenales bélicos y comunicacionales de última generación. Porque en estas guerras no se tiende a lograr solamente victorias militares, sino también imponer relatos, narrativas y productos culturales compatibles con los intereses “humanitarios” del imperialismo, e infligir a los vencidos derrotas aleccionadoras en el plano político y moral. Aunque éstas impliquen, paradójicamente, la perpetración de horribles crímenes contra la humanidad.

El concepto de Relaciones Internacionales es particularmente polisémico: se encuentra fuertemente condicionado por las narrativas de la modernidad temprana, y alude originariamente a las formas de vinculación entre los estados nacionales, los sujetos políticos emergentes como consecuencia del triunfo del liberalismo y la consagración de la burguesía como nueva clase dominante en Europa, entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. La aparición del estado-nación impactó decisivamente sobre los sistemas de creencias, las percepciones y e intuiciones del hombre burgués respecto del mundo moderno del que formaba parte. Durante el capitalismo temprano, las relaciones que se establecieron a nivel mundial implicaron fundamentalmente a las naciones como sujeto político organizador de las nuevas sociedades. Hoy, si bien convencionalmente seguimos haciendo referencia a las relaciones internacionales cuando aludimos a las nuevas formas de articulación del mundo postmoderno, quizás más propiamente podríamos o deberíamos referirnos a las relaciones mundiales para identificar a estos vínculos cada vez más complejos y cambiantes. Los vínculos a nivel internacional ya no se establecen solamente a través de las naciones, sino que ese delicado tablero se integra con otras categorías y subjetividades políticas. Esas nuevas partes de las relaciones universales son, entre otras, las asociaciones interestatales, las organizaciones no gubernamentales y las naciones sin estado. No obstante, optaremos por seguir denominando “relaciones internacionales” a estas nuevas formas de relacionamiento global, con el objetivo de aventar cualquier tipo de confusión conceptual respecto de aspectos que no conciernen al objetivo fundamental de este trabajo. Las relaciones internacionales, en cualquiera de ambas acepciones, abarcan circunstancias políticas, económicas, militares, religiosas, históricas y filosóficas. Estas relaciones no son igualitarias, no han sido casi nunca democráticas, ni siquiera consensuales. Expresan relaciones de fuerzas, y nuevos conflictos que se han complejizado, a su vez, al proyectarse el capitalismo hacia su última fase imperialista. He allí la decisión de hace pocas horas, mediante la cual la UE decidió formar un ejército propio en un hecho inédito que agrava la militarización mundial y profundiza el auge de las ultraderechas que es visible y sostenido en todo el planeta.

Independientemente de la consideración que pueda merecer la descripción macroeconómica del imperialismo y la globalización durante el tercer milenio, entendemos que la idea de la realidad política contemporánea debe completarse con un dato que atañe más a la superestructura que a la estructura económica de la fase superior del capitalismo. Ese elemento es la disputa permanente, despareja y asimétrica, por un nuevo relato, un sistema de creencias único y un sentido común que se corresponda con un unidimensionalismo cultural. Esta práctica hegemónica la han manejado los imperios de manera impecable durante toda la historia, pero nunca tan bien como en la actualidad, a partir de la creación de un sistema de control global punitivo.

En ese momento de la historia crujieron los derechos humanos occidentocéntricos, institucionalistas. Y sus instituciones globales mostraron algo que al principio parecía impotencia, pero luego exhibieron su propia cara: el derecho internacional de los derechos humanos, sus instituciones (la ONU, la OEA, la CPI, el TEDH) se comportaban, al igual que los derechos internos, como una superestructura destinada a legitimar la reproducción de las relaciones de fuerza circulares del capitalismo neoliberal. Mientras tanto, las violaciones a los derechos humanos se multipicaban, porque crecían las intervenciones humanitarias, las guerras de baja intensidad, las operaciones policiales de alta intensidad, las guerras asimétricas. Millones de víctimas de crímenes horrorosos perpetrados por el capitalismo son el saldo de ese nuevo escenario. Estados Unidos ha invadido 80 países en algo más de dos siglos, a pesar de lo que dice su carta fundacional de 1776. Posee millares de bases diseminadas por todo el mundo, siendo su número imposible de ser determinado por las y los expertos. Allí está el libro de Telma Luzzani “Territorios Vigilados” para atestiguarlo. Pero además, como evidencia de esa lógica punitivo internacional, pero también interna, Estados Unidos tiene en vigencia una ley que permite que el armamento militar que sobra de las guerras y las sucesivas violaciones a los DDHH puedan ser usadas por su propia policía y en su propio territorio, circunstancia ésta que refleja la identidad de sus lógicas y sus prácticas. De ese estado abrevamos nosotros el derecho y los derechos humanos. Preocupante ideológicamente e insustentable éticamente.

Solamente un país del Sur, inesperado, excéntrico, periférico, logró hacer que los Derechos Humanos saldaran los crímenes de masa cometidos en su propio territorio. Ese país fue la Argentina. La oscura noche del genocidio se juzga y se repara con el escenario de juicios que son únicos en el mundo. Tenemos que ser conscientes de eso. De eso y de que todos los experimentos de enjuiciamiento en casos de crímenes contra la unidad resultaron meros expedientes de los vencedores.

Mientras tanto, debemos estar más atentos que nunca a esta crisis endémica global de los DDHH. Que nacieron, formalmente, después de la IIGM, cuando el valor, la valentía y el honor que supuestamente se dirimían en los campos de batalla (al menos hasta 1918) daban paso a un pacifismo militante que los DDHH pretendieron encarnar con su carta fundacional durante la segunda posguerra.

La crisis de los DDHH tiene el nombre, la marca y violencia sin límites que impone la mayor potencia militar de la historia, a través del Pentágono, el Departamento de Estado, las embajadas, el complejo militar industrial y el capital. Por su exclusiva responsabilidad hay 20 guerras en el mundo. Guerras de las que nadie habla y violaciones flagrantes, horrendas, de DDHH.

En nuestro país, como en muchos otros países de la región y el mundo tuvo un protagonismo fundamental en los golpes de estado convencionales y en los golpes blandos y nuevas instancias destituyentes copiadas de las doctrinas del profesor Gene Sharp.

En Argentina, la embajada americana asesoró a Massera respecto de cómo amortiguar las seguras consecuencias que en la opinión pública depararía un golpe tan sangriento como el que se preparaba antes del 24 de marzo de 1976. Sobre todo en las acusaciones que podrían sobrevenir frente al genocidio (sobre el particular, ver

https://www.eldiarioar.com/politica/golpe-embajada-eeuu-asesoro-massera-lidiar-denuncias-derechos-humanos_130_7340370.html).

No en vano el embajador Robert Hill decidió “ausentarse” temporalmente del país el 17 de marzo, a sabiendas de lo que sobrevendría, según destaca DW. Su participación en el Plan Cóndor ratificó su implicancia en el golpe, igual que antes lo había hecho con el gobierno de Salvador Allende en Chile.

Y los formatos primaverales de los golpes suaves las encontraron participando en asonadas similares acontecidas en Cuba, Venezuela, Brasil, Ecuador, Honduras, Bolivía, Perú y también en nuestro país. Sin contar los antecedentes en la Antigua Yugoslavia, Siria, Libia, Irak, Ucrania, Egipto, etcétera. Sobre estas intervenciones y participaciones, podemos recurrir a https://www.celag.org/las-embajadas-y-la-injerencia-de-eeuu-en-america-latina/

https://www.revistaanfibia.com/golpes-de-estado-en-america-latina/

Wikileaks: EE.UU. planea golpes de Estado en América Latina

https://www.desco.org.pe/recursos/sites/indice/833/3766.pdf

El informe de la ONU que acusa a EE.UU., Francia y Reino Unido de ser cómplices de posibles crímenes de guerra en Yemen - BBC News Mundo



Este último es un informe en tiempo real que termina de rubricar el rol activo de Estados Unidos en las grandes masacres. Yemen es una guerra olvidada que ha producido entre 230.000 y 400.000 muertos. Mientras otra veintena de guerras siguen asolando al mundo. La relación de fuerzas mundiales es quizás una de las más desfavorables para los pueblos. La unidad se transforma en un presupuesto básico que no debe aspirar a lograr la revolución, sino a frenar el embate del neoliberalismo. Esa sigue siendo la contradicción principal, y en ese arduo antagonismo lejos de fomentar las diferencias que dejan el campo fértil a la derecha, hay que sumar, contener, convivir y resistir en un gesto postrero de patriotismo, entrega colectiva, deposición de las pasiones tristes y contralor de los exabruptos sectarios o narcisista. Todos habitamos un tiempo y un espacio que no nos completa ni nos conforma. El desafío es transformar esa falta en potencia colectiva, o no habrá futuro.