Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

No tengo ninguna vocación de crear una polémica alrededor del tema de la contaminación del planeta. Todos saben que soy un viejo pachamamista que sigue pensando que la tierra no es nuestra, sino que nosotros somos de la tierra. Pero la visibilización y creciente actividad de algunos grupos ambientalistas tal vez merezcan alguna reflexión a la que denominaremos, respetuosamente, preventiva.

La Argentina padece la doble crisis que generó y profundizó el neoliberalismo y no parece que la pandemia vaya a darle respiro al planeta (tampoco a nosotros). Lejos quedó aquella idea de que la catástrofe se desató porque un chino se comió un animal que a nosotros nos resulta extraño. También las conspiranoicas y delirantes negaciones sobre la existencia real del coronavirus, de la influencia de Soros, de una guerra bacteriológica disimulada, de vacunas asesinas, etc. Ahora llegaron los videos catastrofistas que alertan sobre plataformas petroleras que se expresan con una alarma tal que parece que las mismas estarán a la altura donde los niños veraneantes se suben a una banana inflable. Esos enclaves estarán a 300 km de la costa. Y esto no es una cuestión meramente numérica. Hace a la seriedad de los argumentos.

Vayamos a lo que importa. El mundo necesita, aun desde su matriz neoliberal y por ende profundamente injusto, alimentar a 8000 millones de habitantes. La Argentina está en este momento urgida de dar respuestas productivas que ayuden incluso a crear trabajo en provincias donde otras alternativas se han agotado o se han vuelto inviables. Su economía y una deuda gigantesca no constituyen, en verdad, sendos problemas. Son un imperativo categórico y urgente. Lo categórico va anudado al estado de necesidad insalvable. Lo urgente incluye desde los compromisos externos hasta la avivada que los grupos ambientalistas de consignismo fácil parecen no advertir. Alemania, Australia, Brasil, Canadá, China, Estados Unidos, Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, Corea del Sur, México, Reino Unido, Rusia, y Sudáfrica, suponen el 70% de las emisiones mundiales. China, Estados Unidos y Rusia son los grandes contaminantes. Estas potencias han arribado a un acuerdo de sustitución de matrices energéticas y le han puesto un plazo unilateral. Su desarrollo económico y tecnológico tal vez le permita producir millones de automotores eléctricos en un lustro, por dar un ejemplo. Está claro que Argentina, poseedora de riquezas minerales y energéticas importantísimas no va a poder cumplir esta imposición y su peso específico para aspirar a reformularla es nulo. Por ende, es imposible pensar con cabeza de Beijing o Washington sin darnos cuenta que debemos producir y extraer invirtiendo lo necesario para causar el menor daño al ecosistema criollo. Sobre todo porque la contaminación argenta es de verdad ínfima frente a la ofensiva predatoria que ya realizaron y van a seguir perpetrando las economías centrales hasta cuando ellos decidan. Por ende el desafío propio es invertir para preservar, producir y extraer rápidamente y de la mejor manera posible. Mejor no significa más rentable, aunque desde luego incluye esa variante, sino también menos contaminante y extranjerizantes sus producidos. Que parece que es perfectamente posible, como veremos. Y si no, les ruego me ilustren sobre estrategias consistentes de crecimiento que trasciendan las huertas propias, los ensayos individuales minúsculos y otros interesantes emprendimientos cuya escala, comparada con las necesidades, las torna inviables.

Hay un punto de amarre que debe necesariamente ser observado junto con las remanidas argumentaciones ambientalistas. No estamos discutiendo solamente aspectos ecológicos, ni podemos mezclar peras con manzanas. Estamos tratando de entender el complicado entramado y las singularidades y tensiones existentes entre la estructura económica y la superestructura política en cada región del país, como expresan las espadas ad-hoc con las que cuenta la legendaria “División Las Heras”, que envejece muy bien, pero no deja de estar atenta al análisis perdurables de múltiples problemas y producir pensamiento acá a la vuelta, nomás. Entre esos problemas hay nuevos actores, en el que incluimos un progresismo al que le cuesta registrar de qué vive, hasta dónde llegan las materialidades de la producción, que van desde una notebook, hasta los insumos de un tatuador, pasando por medicamentos, dispositivos o insumos para los diferentes procesos productivos que acontecen en Argentina, Bolivia, Ecuador , China, Norcorea o Cuba. Ese progresismo otrora marginal se ha transformado, al interior de un frente político, en un problema cada vez mayor y con ontología propia. Está claro, en cambio, que los alfiles de la derecha han comprendido mucho más rápido que están en un momento ideal para disputar contra nadie la parte del león de la producción argentina. Ya lo decía Luis Huergo en tiempos de la 125, dividiendo el país verde del marronaje suburbano (¿lo recuerdan? Si no, se hace difícil continuar este tramo del texto). No hay más que seguir los pasos de Melconian en los últimos días, y articularlo con los errores cometidos en Santa Fe, Entre Ríos, Neuquén y el resto de la Patagonia. En varias de esas provincias, el frente tardará mucho tiempo en recuperarlas, en algunos casos por el protagonismo asumido por el pensamiento liberal de cierta centroizquierda.

La Argentina, vale aclararlo, hace off shore desde siempre. Problema del progresismo citadino si no conoce esta realidad, embarrada además por los ghettos de los tuitteros, peligrosa forma contemporánea de la autoayuda y colaboradora insalvable de la pereza intelectual. ¿O acaso no recordamos que en pocas décadas se conmemorará un siglo del corte unilateral del Atuel por parte de la burguesía viñatero- bodeguera arribeña? Pues bien, en la demanda inicial de La Pampa contra Mendoza no hubo una sola alusión consistente respecto del desastre ecológico que sobrevendría, que además obligó a un desplazamiento forzado, a una diáspora forzada y a una postración económica monumental. Ese ecocidio puede ser un grave delito ambiental (El corte del Río Atuel y sus implicancias jurídico- penales, 2015), y fue evolucionando en los planteos con el correr de los años. De la misma manera como se construye el conocimiento.

Pablo D’atri, responsable del suplemento Ecodigital del Diario La Arena, aporta muchas respuestas a las otras tantas preguntas que nos hemos venido formulando, en temas donde la duda se torna imprescindible y es más propio de un científico construir esos interrogantes que abarrotarnos con certezas que no resisten demasiado bien los análisis conceptuales y complican las escasas salidas políticas que tenemos.

Pablo aclara en su sitio de face que “un 17 % del gas q se produce en el país proviene de 36 pozos operativos en el mar argentino. Dos horas mínimo de luz de tu casa la genera el gas que proviene de los pozos en el mar (en un ejemplo simplificado)
El GAS es el combustible de la transición energética (Europa y la ONU lo reconocen) en el esquema de acciones frente al cambio climático.
Existe un ambientalismo liberal y maniqueo que cuestiona los cortes de energía en CABA (demanda más energía) y por otro reacciona con argumentos pobrísimos a la generación con hidrocarburos (solo reconoce las renovables y no tiene argumentos sobre cómo se paga la transición )

No existe posibilidad de desarrollo sin algún grado de impacto (en la historia no existe ni UN solo ejemplo de algún país q se haya desarrollado sin generar impacto en alguno de sus recursos)

No hay un impacto cero. Pero como dato hay que decir que la búsqueda de hidrocarburos en el mar argentino tiene más de 90 años de historia y se han perforado 187 pozos en el lecho marino con bajo impacto ambiental.

Y además, la técnica exploratoria conocida como “sísmica” se utiliza desde hace 50 años. Solo como dato: entre 2017 y 2020 se registraron unos 120.000 km de sísmica en el Mar Argentino. Fue durante el gobierno de Cambiemos y no hubo movilizaciones” (fin de la cita).

Agencia Paco Urondo entrevistó hace pocas horas a la geóloga Marita Ahumada quien no solamente deja en claro que está comprobada la compatibilidad de la minería con el cuidado ambiental y que la cuestión en Chubut (seguimos sumando estructuras y superestructuras provinciales que hay que conocer en sus singularidades) fue manejada con una profunda desinformación técnica (https://www.agenciapacourondo.com.ar/debates/geologa-esta-demostrada-la-compatibilidad-de-la-mineria-con-el-cuidado-ambiental”).

Para el “empetrolamiento” de los ríos, vale añadirlo, hay organismos de cuenca interprovinciales e internacionales. 

El magnífico hilo de IAPG se ocupa del total de las encendidas y desmañadas proclamas. Prestémosle atención (por favor):

El 30/12 se aprobaron los permisos para realizar estudios del subsuelo en tres áreas del Mar Argentino, debido a la posibilidad de hallar gas y petróleo. Como instituto técnico dedicado a los hidrocarburos y a la energía en general creemos necesarias algunas aclaraciones.

Lo primero, es que se trata de una iniciativa del Estado Nacional y no de empresas extranjeras que vienen a “saquear” un recurso local. Es el propio Estado el interesado en el desarrollo del recurso e invita al sector privado a participar, como ocurre en la mayoría de los países.

Entre las compañías concesionarias, hay de capitales extranjeros, pero también de capitales locales, como YPF; de capitales estatales y también privados y mixtos. Todas operarán bajo las mismas condiciones.

Pero, además, esto no es nada nuevo. La Argentina busca hidrocarburos en su mar desde hace más de 90 años. Desde entonces, se han perforado 187 pozos en el lecho marino y se han producido algunos hallazgos de interés, sin incidentes ambientales significativos.

Por ejemplo, desde hace décadas existe producción de gas en pozos marinos de la Cuenca Austral (Tierra del Fuego y sur de Santa Cruz). Y, de hecho, el 17% del gas que producimos en el país (y que se relaciona con tu consumo) viene hoy de 36 pozos operativos en el mar.



Esto es muy importante, porque más de la mitad de la energía que consume la Argentina es gas natural. Incluso en tu casa, la calefacción y la cocina utilizan este insumo, que es, por lejos, el más limpio de los combustibles fósiles.

El 70% de la electricidad también se produce con gas. (sigue)

Durante el más de medio siglo de búsqueda en lecho del Mar Argentino se ha utilizado la “sísmica” como técnica exploratoria. Sólo entre 2017 y 2020 se registraron unos 120.000 km de sísmica en el Mar Argentino, pero la técnica se usa en nuestro mar desde fines de los 50.

En las costas bonaerenses, por caso, se han registrado desde 1960 unos 50.000 km de sísmica y se perforaron 18 pozos; el último en 1997, algunos de ellos relativamente cercanos a la costa. ¿Ocurrió algún desastre ecológico? La respuesta es un rotundo NO.

Por ejemplo, las poblaciones de ballenas no han dejado de crecer en los últimos 50 años. Y hay que decir que se salvaron de una casi segura extinción, cuando las ciudades comenzaron a iluminarse con querosene (derivado del petróleo), en lugar de aceite de ballena.

La actividad pesquera enfrenta problemas propios relacionados con la presión sobre el recurso. Nada tiene que ver la actividad hidrocarburífera. Países que son potencias pesqueras, como Noruega, tienen desarrollos intensivos de gas y petróleo en el mar.

Entonces, ¿cuál es la diferencia con lo que se acaba de aprobar y genera tantas inquietudes? 

Por empezar, por primera vez el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible participa en la aprobación de los estudios de impacto ambiental. Esto incluye la realización de una audiencia pública,que se llevó a cabo a mediados de 2021 con la participación de cientos de personas.

Segundo: existe una embestida sin precedentes en contra de los hidrocarburos, que hoy representan la mitad del consumo mundial de energía. No es cierto que en el corto plazo puedan ser reemplazados con energías renovables. Y la demanda energética va en aumento.





Hoy no existe prácticamente ningún país en el mundo cuya matriz energética no tenga un mínimo de 70% de combustibles fósiles. Mucho menos, si hablamos de países industrializados. Y casi todos queman carbón mineral, el más contaminante de los combustibles fósiles.

Países muy populosos y en desarrollo, en especial en Asia, basarán este crecimiento en el carbón mineral. Los hidrocarburos, con su menor nivel de emisiones (muy especialmente, el gas natural) tienen un rol importante que cumplir allí.

La creencia de que las llamadas “energías limpias” son la solución al problema es un mito, divulgado en forma irresponsable. Estas fuentes son valiosos complementos, pero con serias limitantes técnicas e impactos ambientales de los que no se habla.

El primero es la intermitencia. No hay forma de garantizar aún el abastecimiento solo a base de energías renovables. Y esto supone un límite concreto a su abastecimiento a gran escala. No hay un solo ejemplo en el mundo de un país “renovable” en su matriz primaria.

El Sol y el viento contienen energía renovable. Pero los paneles solares y los aerogeneradores no lo son. Por ejemplo, requieren la intensificación de actividades extractivistas y no renovables, como la minería.

Y dado que básicamente se genera electricidad, sería necesaria la electrificación de todos los servicios (transporte, calefacción, cocina) y la construcción de grandes redes de transporte y distribución (basadas en el cobre, que no es renovable).

¿Quién financiaría esa costosísima transición? Nunca se dice ¿Vas a cambiar tu calefón por uno eléctrico? ¿Tiene sentido en Argentina, que emite apenas el 0.6% de los gases de efecto invernadero y más de la mitad de su población hoy se encuentra bajo la línea de pobreza?



Una novedad: será la primera vez que las operaciones se hagan en aguas profundas y ultraprofundas; es decir, se llevarán a cabo en zonas muy alejadas de la costa, a cientos de kilómetros, en donde el mar puede alcanzar profundidades de hasta 4000 metros.

Decir que las operaciones se harán en las costas bonaerenses es relativo y hasta tendencioso. El punto más cercano a Mar del Plata, de hecho, son 307 kilómetros, tan lejos de la localidad balnearia como Brandsen, por ejemplo. Nadie en Mar del Plata verá plataformas ni petróleo.

Las operaciones implican tecnología de punta, controles, protocolos, estudios de impacto ambiental, y más controles. Cientos de plataformas en todos los mares del mundo generan el 30% del petróleo a nivel mundial. Los incidentes son cada vez menos y de menor importancia.



Hablar de bombardeos acústicos, del fin de la vida en el Mar Argentino y de “100% de posibilidades de derrames” es pseudociencia, y solo demuestra el escaso nivel técnico científico y la irresponsabilidad de quienes difunden este tipo de información".




Si este reservorio argumental fuera insuficiente, remitimos al material complementario final. Y si ello no alcanza, seguiremos ocupándonos de la dramática materialidad que asedia al mundo:

https://dejamelopensar.com.ar/2022/01/04/que-dicen-los-cientificos-acerca-de-las-semillas-transgenicas/