Por Eduardo Luis Aguirre

 

Hace algunas horas, Jorge Alemán escribió un artículo en un diario porteño, en el que sintetiza una línea de pensamiento que viene desarrollando desde hace tiempo. La idea del Entusiasmo como categoría de análisis es aplicada en ese texto como una de las formas de comprender las motivaciones de un acto masivo, ruidoso, pacífico, prolífico en la reiteración de las liturgias históricas que caracterizaron al pueblo argentino en momentos convocantes de su vida en común.

Fue la del pasado10 de diciembre una nueva movilización mediante la cual el pueblo rindió tributo a sus legados, a sus tradiciones y a una ética política que incluye la necesidad de saberse junto a un otro semejante en espacios compartidos cuando hay motivaciones suficientes para ejercitar la amalgama de demandas equivalenciales o de traducir convicciones mayoritarias. Esa mirada no puede ser perdida de vista. En muchas ocasiones, la historia no alcanza a describir las circunstancias explicativas de un hecho disruptivo sino echando mano a sensaciones colectivas que por diversos e incógnitos motivos, objetivos y subjetivos irrumpen en la escena argentina. Es muy probable que el Entusiasmo haya sido el factor determinante de un nuevo reencuentro multitudinario. Una forma de sentirse unidos, probando una vez más que el ser humano siempre fue comunidad y nunca individuo. La expectativa perdurable por la emancipación es lo que quizás confiere sentido a la existencia de millones de argentinos, aunque el horizonte de proyección política se exhiba, como en este tiempo, cada vez más complejo.

Ese regocijo identitario, sin embargo, obliga a separarlo racionalmente de una épica imaginaria a las que resulta tan permeable el progresismo, cuyo costo suele ser incalculable. A las pocas horas de haberse celebrado esa maravillosa conjunción de cientos de miles de personas las voces ligeras de improvisados analistas hacían una lectura insólita, que podría sintetizarse de esta manera: “Es para el FMI, porque es el único lenguaje que entiende”. (https://www.youtube.com/watch?v=PB_k9FL-_e8). El acto, entonces, derivaba en su peor versión y se traducía en un pésimo momento como un antagonismo insensato, una tensión inconducente y maniquea.

La potencia de Gramsci y la oportuna lectura de sus doce incomparables páginas sobre las relaciones de fuerzas en la política (http://theomai.unq.edu.ar/conflictos_sociales/Gramsci_Analisis-situaciones-Relaciones-de-Fuerza.unlocked.pdf) habrían evitado la proliferación de retóricas inflamadas que ya no pulsaban desde el entusiasmo sino desde la volátil ingenuidad de un sector social cuyo voluntarismo infantil describe de manera incomparable Eduardo Crespo.

Para no incurrir en la paradoja de lo abstruso sobre la que, justamente, pretendemos advertir, recordemos que Antonio Gramsci afirmaba categóricamente que las relaciones internacionales inciden indudablemente sobre los países e incluso sobre la hegemonía de los partidos y las relaciones sociales internas. “Cuanto más subordinada a las relaciones internacionales está la vida económica inmediata de una nación, tanto más un partido determinado representa esta situación”. De ninguna manera el pueblo en la calle, por sí solo, podrá modificar la realidad objetiva de un país condicionado por una deuda gigantesca contraída absolutamente a sabiendas de sus consecuencias por el gobierno de Macri contrariando los propios estatutos del Fondo Monetario Internacional.

Ni la posible actitud dolosa de la administración anterior (un problema que por el principio de la continuidad de los estados debería asumir la Argentina de la mejor manera que pueda y luego eventualmente saldar sus cuentas con los súbditos responsables) ni el eventual incumplimiento de sus propias normas por parte del prestamista (que es un problema que debería zanjar el propio fondo) son argumentos que puedan esgrimirse como exigencia. Si la única respuesta argentina después de dos años va a ser correr el arco en la medida que se van aproximando los vencimientos, es fácil anticipar lo que podría ocurrir. Grecia queda cerca en la memoria de todos. Y es necesario que los sectores que provienen del progresismo asuman y comprendan la dantesca importancia de la materialidad para un país que necesita recomponerse de una doble mega crisis y que tiene la oportunidad histórica de hacerlo. Seguramente no va a ser una tarea sencilla, pero pareciera que hay una sola salida, la exportadora, y una sola incógnita (qué sectores internos afrontan el costo) que dilucidar. Para decirlo en términos con los que ya trabajamos a partir del concepto de No-cosas de Han. En la Argentina viene un momento en el que hay que prestar especial atención a la materialidad, a lo productivo, para buscar una salida equitativa que saque de la pobreza y la privación a la mayoría de la población. Algunos gurúes neoliberales ya comenzaron a pontificar que hay que asumir un ajuste que dejaría en la intemperie la extrema pobreza a un 70% de los habitantes. El mismo porcentaje de pobres que el experimento neoliberal “humanitario” dejó en la India. El proyecto de los sectores dominantes y de un sistema de control global al servicio del diseño circular del capitalismo serían los encargados de custodiar este desastre, y tengan por cierto que lo harían. Los ejemplos sobran en el mundo y nos obligan a trascender el marco agitativo. Solamente la unidad en la diversidad y en las bravas, el apoyo al gobierno y la madurez de deponer las moralinas y los purismos podrá transformar una multitud en pueblo. Lo contrario significaría darle una nueva chance, seguramente más brutal y despiadada, a un gobierno neoliberal.