Por Eduardo Luis Aguirre



Nuestro porvenir de mercados comunes encontrará su balanza en una extensión cada vez más dura de los procesos de segregación, denunciando así que la particularidad tendería a restituirse en el seno de lo universal bajo la forma de la segregación y de las segregaciones múltiples” (Lacan, 1967).

«El asunto es encontrar una verdad que sea cierta para mí, encontrar la idea por la cual yo sea capaz de vivir y de morir» (Kierkegaard, 1835).

La indagación por el sentido de la vida, por la esencia del Ser y por la angustia son cuestiones filosóficas de antigua data que ocuparon e interpelaron a los pensadores clásicos durante la Grecia antigua. En ese entonces se discutía y reflexionaba sobre la melancolía y la angustia que, en síntesis, anudaba la finitud de la vida humana con el sentido de la propia existencia. Incluso la tragedia griega hacía recurrentes referencias a la crucial presencia de la angustia.

En las comunidades judías antiguas anteriores a nuestra era, particularmente entre los esenios, la purificación de los espíritus, el ascetismo, la frugalidad y la austeridad marcaban el sino de un período donde habitaba una contradicción primaria entre la ciudad y el desierto. Y era este último el que alejaba a los sectarios de las pasiones innobles, la riqueza y la fastuosidad de los sectores dominantes de la Jerusalén de hace más de 2000 años. El desierto, contexto que concernía a la reflexión y la meditación, reconfiguraba las angustias que, en tanto miedo a la muerte, dominaban en las tradiciones grecorromanas.

Mucho tiempo después, los existencialistas volvieron a ocuparse de la existencia humana, de la libertad y, nuevamente, de la angustia.

El filósofo y teólogo danés Soren Kierkegaard (1813- 1855) fue uno de los pensadores que se ocupó especialmente del tema en su obra “El concepto de la angustia” (1844), en medio de un contexto familiar que lo obsesionaba y un escenario histórico de profunda desazón colectiva en Dinamarca, producto de la dura derrota en las guerras napoleónicas.

Kierkegaard le habla al hombre que sufre, que transita la paradoja de la vida que oscila entre lo objetivo de la finitud y la infinitud de las creencias trascendente que auguraban una vida eterna.

Era perfectamente consciente que, como diría luego Heidegger, somos arrojados a un mundo con el que debemos saldar diferentes circunstancias, modelos de vida, estilos y una libertad que expone a la toma continua de decisiones.

«La angustia es el vértigo de la libertad», expresaba el pensador danés. Y esa pesada libertad hay que asimilarla, aceptarla, tolerarla. Esa libertad implica la rutina y el desafío permanente de tomar decisiones a una velocidad vertiginosa, implica sufrir, errar, penar. Kieerkegard está buscando que vivamos una vida auténtica, aunque seguramente incluirá angustia. Pero bien vale la pena llevar esa carga, antes de llevar una vida inauténtica alejada de nuestro verdadero ser (1).

Ha afirmado el propio Miguel de Unamuno: "Como que sólo vivimos de contradicciones, y por ellas, como que vida es tragedia, y la tragedia es perpetua lucha, sin victoria ni esperanza de ella; es contradicción" (2).

El propio Freud, en “El malestar de la cultura” (1930) advertía en tiempos inquietantes: “El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que, condenado a la decadencia y a la aniquilación ni siquiera puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables; por fin, de las relaciones con otros seres humanos” (3).

Para Sartre, uno de los más grandes referentes del existencialismo, la libertad es la connotación fundamental que caracteriza al ser humano. No existen determinismos de ninguna índole en ell devenir de su existencia. Es el hombre y nadie más que él quien decide su propio ser en la libertad más absoluta. En su obra “El existencialismo es un humanismo” señala que esa libertad es acompañada por la angustia, el desamparo y la desesperación. La angustia es el sentimiento más influyente, hasta el punto de que Sartre llega a decir que el hombre es angustia. “Antes de que ustedes vivan, la vida no es nada: les corresponde a ustedes darle un sentido, y el valor no es otra cosa que este sentido que ustedes eligen" (4).

El existencialismo constituyó un alerta de la conciencia que puso en crisis códigos, estatutos y mandatos, y tal vez sus postulados tengan algo para decir frente a la debacle cultural que actualmente impone el capitalismo neoliberal.

Esa es la pregunta que queríamos compartir: la de la angustia durante el neoliberalismo. La angustia de un sujeto que piensa que la vida es insoportable pero no entiende bien por qué, que erosiona los vínculos comunitarios sin demasiado costo, que exacerba la más extrema crisis histórica de la representación democrática, que cree (y no lo consigue) calmar sus pasiones tristes, su violencia y sus pulsiones de muerte mediante el consumo, que elige ser un hombre eudeudado, que reza y se aferra a los salmos meritocráticos, que naturaliza la desigualdad y la injusticia, que no imagina empresas colectivas, que es capaz de odiar profundamente al diferente, que viva y clama por el aniquilamiento de los no- Otros, que delira con la ilusión de una felicidad permanente y un placer perpetuo alentado por los libros de autoayuda, que es fácil presa de noticias falsas o enunciados tendenciosos, que ha cristalizado y adoptado para sí un sentido común conservador que facilita la reproducción de un sistema horroroso, que ha perdido la memoria histórica, que abjura de la política y evade la pregunta por el ética, que banaliza los diálogos y descree de la palabra, que presencia en su insoportable levedad las catástrofes que se avecina y no logra diferenciar lo esencial de lo accesorio, que odia profundamente. Allí, en medio de la catástrofe, aparecen las preocupaciones de los griegos, el ascetismo solidario de las culturas semitas, el pensamiento de Kierkegaard, de Unamuno, de Sartre y de Jorge Alemán. Y la necesidad militante de afrontar, como podamos y con lo que tenemos, la gran batalla cultural. Antes de que sea demasiado tarde.



(1) Kierkegaard y la angustia. Disponible en https://www.filco.es/kierkegaard-y-la-angustia/?fbclid=IwAR3SIhJpC9nL8ECHzhlJNcWOE-CAZybnqKxcSSJGaMpcc7VosiWr-F_1x5Q

(2) Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Buenos Aires, Losada, 1998 (1964), p. 18.

(3) Freud, S. El malestar en la cultura. Volumen XXI. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1979.

(4) Sartre, Jean Paul: El existencialismo es un humanismo”, Ed. Losada, Buenos Aires, 2002, p. 43.