Por Eduardo Luis Aguirre y Liliana Ottaviano

Nuestra concepción occidental del tiempo se aproxima demasiado a una ficción aporética. La historia no consiste, como lo hemos aprendido, en un tránsito lineal entre un pasado que nunca pudimos conocer en su verdadera dimensión, un futuro que tensa los esfuerzos de pensadores y gurúes que exhiben una audacia que asombra y un presente cuyas vertiginosas singularidades y coordenadas tampoco podemos auscultar medianamente. El mundo ha pasado a ser más pequeño, pero a su vez también muchísimo más complejo.

Con un solo dato se podría dar cuenta de esta elocuente paradoja: la expectativa de vida subió de manera casi continua en los países más desarrollados de la tierra mientras los teóricos posmodernos aseguran desde hace tres décadas que” nada dura para siempre” en un mundo donde “las ideologías han muerto”. Ni la autoridad, ni los consensos, ni el empleo, ni el matrimonio, ni los vínculos, ni siquiera la paz social. Esa fugacidad, esa connotación esencialmente “líquida”, no hace sino describir la connotación circular del neoliberalismo. Nada es posible por fuera de las reglas de juego que impone el capital. Ni siquiera las democracias decimonónicas. Tampoco la autoridad. Jorge Alemán da cuenta de “una nueva teología política” y la designación nos convoca, también en este caso, a un debate urgente que propuso hace mucho tiempo un filósofo réprobo. En 1665, Baruch Spinoza, el pensador excomulgado, comenzó a escribir su Tratado Teológico Político en una Holanda convulsionada, una obra que quedaría inconclusa por su muerte acaecida en 1670, justo cuando desarrollaba el tramo dedicado a la democracia. Spinoza implica un clivaje indescifrable en la filosofía mundial. Antonio Negri, en La anomalía salvaje, ve en él un materialismo radical y un novedoso colectivismo político. Alemán recuerda en aquella misma intervención (1) la mención que del marrano hizo Juan Domingo Perón en su exposición durante el recordado Congreso de Filosofía celebrado en Mendoza, en 1949. Lo cierto es que, casi 400 años después, el decir partisano de Spinoza nos sorprende en boca de militantes de izquierda, en los argumentos de jóvenes activistas sociales, en la voz de quienes plantean transformaciones más o menos radicales en la propia circularidad fatal del neoliberalismo. Spinoza ha vuelto. Quizás porque su pensamiento indócil, subversivo para Negri, cobra centralidad “en cuanto fílosofía de la resistencia; física de la resistencia al poder, que no es sino "superstición, organización del miedo". Posibilidad de la potencia” (3) contra la potestas. Aquí, precisamente, puede explicarse parte de la concepción spinoziana sobre la autoridad, un concepto que el filósofo “examina críticamente y deja al descubierto su genealogía y el mecanismo psicológico de su reproducción, sus usos y manipulaciones” (4). “Autoridad se le reconoce a los profetas en materia de regulación de la conducta (Prefacio), a los apóstoles en materia de enseñanza (capítulo XI), a Pablo y a las Escrituras en el plano moral (capítulo XV) implica la imputación de una cualidad que les capacita para tener criterio (opinión y consejo) en materia de conducta, pudiendo juzgar las conductas contrarias a la piedad y a la obediencia religiosa. En este sentido, la autoridad eclesial es una fuente de normatividad diferente del poder político, tal como sucediera con el Senado en la Roma clásica” (5). Ni el poder desplaza a la autoridad ni viceversa en Spinoza. Pero en materia de autoridad, y más precisamente de autoridad simbólica, advierte el autor que “el principal obstáculo para mantener la estabilidad de un estado es precisamente la división interna de la población nacida de las pasiones humanas” (6). Un filósofo político del siglo XVII despeja así muchos de los interrogantes que se plantean en las modernas sociedades fragmentadas, divididas, enfrentadas y en permanente tensión. Spinoza es capaz de intervenir para intentar saldar las grietas y establecer los marcos conceptuales de la autoridad simbólica. Comienza distinguiendo las pasiones alegres (como la solidaridad, la comunidad y el amor) de las tristes, como el odio. El autor de Ética, su libro canónico, constituye así una formidable herramienta para explicar las manifestaciones libertarias contemporáneas, las “certezas delirantes” (como las describe la pensadora Lidia Ferrari) de una derecha que ha elegido cortar todo lazo con la verdad, la ética, la razón y la historia.

Pero Spinoza no es el único camino que podemos escoger para despejar las complejidades actuales de la autoridad simbólica.

El dispositivo neoliberal se despliega sobre el mundo poniendo en evidencia que el capitalismo no solamente puede procesar sus propias crisis, sino que además dispone del poder suficiente como para desarticular las tentativas que intentan su mera regulación. Lo que aparece como más notorio es la ausencia de un límite, que haga las veces de barrera de contención frente a la deriva financiera incontrolada y al odio como pasión y herramienta política.

Todo se resuelve en el mercado. La economía mundial, los organismos internacionales, los estados, todos caen bajo la lógica autorregulada del mercado. Observamos con claridad la ausencia de un límite, de un exterior que ofrezca un freno a esta reproducción ilimitada del capital. “No aparece el lugar desde donde podría operar lo que Lacan denomina el Nombre del Padre y su efecto logrado: el que Lacan llama punto de capitón[1]”. (7)

Siguiendo el pensamiento de Jorge Alemán: “En suma, la autoridad simbólica, su credibilidad y la posible lectura retroactiva de lo sucedido no encuentran el tiempo ni el lugar para ejercerse de modo eficaz”. (7)

El (pseudo) discurso capitalista -entendido como el modo en que lo social se organiza-  nos permite entender el lugar del sujeto en este movimiento ilimitado y circular en el que todo está conectado sin posibilidad de que algo opere como límite exterior que logre frenar su reproducción. En este movimiento, las autoridades simbólicas se desvanecen. No hay imposibilidad, hay ausencia de límite que permita ejercer la función de renuncia que se impone en un escenario de catástrofe.

El capitalismo hace hablar a un sujeto nuevo, sin legados, ahistórico, sin amarres a un proyecto político, un empresario de sí mismo, un sujeto que más que ciudadano importa en su condición de consumidor. Un consumidor consumido por el mismo circuito del capital, que no escatima en autoinmolarse en tanto y en cuanto provoque un daño a lo común.

Si el discurso capitalista elimina la ligazón del sujeto con la verdad y a su vez la autoridad simbólica está anudada en la creencia y la confianza que los sujeto depositan en ella, en tiempos de la posverdad la creencia se ve seriamente amenazada, ya no por la lógica del capital, sino por la construcción ideológica que de la realidad hacen las grandes corporaciones mediáticas, elemento que no podemos soslayar en el análisis de este tiempo.

¿Cómo dar lugar a creer en el otro? ¿Cómo dar lugar a la verdad que hay en el otro? ¿Cómo darle lugar a la autoridad simbólica en este tiempo en que todo esto ha declinado como efecto de la declinación del Nombre del Padre?

El escenario pandémico y las exigencias de cuidado por parte de las autoridades de los estados implican una aceptación de las renuncias que los sujetos debemos hacer con el fin de preservarnos y preservar a los otros. Si las restricciones operadas por los estados a través de las autoridades son leídas, desde los sujetos del discurso capitalista como imposiciones que cumplen la función de límite a lo que consideramos ilimitado, entonces acontece una (pseudo) rebelión a la autoridad simbólica al servicio de la pulsión de muerte.

Jorge Alemán (1) en la presentación de su último libro, Ideología, refiere que la pandemia ha producido algunas radicales transformaciones, ahora la lógica del cuidado y de la relación con los otros en el cuidado implica una serie de restricciones y respeto, mientras que a través de la palabra libertad las derechas ultraderechizadas simulan que son restricciones a la libertad, llegando al negacionismo. Estos movimientos negacionistas se presentan como una forma radical de la increencia pública, rechazan la política y tienen como trasfondo una adhesión a la derecha. Y esto tal vez es el síntoma de la época.

Un tiempo en el que el capitalismo parece menos contingente y más afín al orden neoliberal vigente.



(1)   Presentación del libro “Ideología”, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=Sep5GSjmh88&t=2808s

(2)   “La anomalia salvaje”,Anthropos, Barcelona, 1993

(3)   Tatián, Diego: “Anomalía italiana: Antonio Negri lector de Spinoza”, p. 151, disponible en file:///C:/Users/aguir/Downloads/2031-Texto%20del%20art%C3%ADculo-5659-1-10-20120702%20(2).pdf

(4)   De la Cámara, María Luisa: “La teoría de Spinoza sobre la autoridad”, disponible en https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6389571

(5)   De la Cámara, María Luis, op. cit.

(6)   De la Cámara, María Luisa, op. cit.

(7)   Alemán, Jorge: “Capitalismo sin padre”. Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-275130-2015-06-18.html


[1] Concepto tomado de la tapicería. Punto de capitón son esos botones son esos botones que, fijan los almohadones y los tapizados, de modo que el relleno no pueda deslizarse y se conserve la forma. En el discurso, el punto de capitón es aquel en que un significante queda abrochado a un significado y se constituye una significación: a partir del punto de capitón, ya no todo puede querer decir cualquier cosa.

Foto: La Nación.