Por Eduardo Luis Aguirre

"Su muerte nos separa. Mi muerte no nos unirá. Así es: ya fue hermoso que nuestras vidas hayan podido estar de acuerdo durante tanto tiempo" (Simone de Beauvoir: La Ceremonia del adiós).



El 15 de abril de 1980, hace exactamente 40 años, fallecía en París el filósofo, escritor, periodista, militante y dramaturgo Jean Paul Sartre. A las exequias de uno de los más grandes pensadores existencialistas asistieron en París casi sesenta mil personas.

Nunca un filósofo fue acompañado hasta su última morada por una muchedumbre semejante. El mundo era consciente, desde que el filósofo comenzara a vivir su tortuosa y última enfermedad, que con él desaparecería un pensador en tiempo real, un intelectual comprometido con las más justas causas de su tiempo, un referente de opinión, un humanista extremo. En los convulsionados días de fines de los años sesenta y principios de la década del setenta, era habitual que los franceses, antes de concluir sobre algún tema público, intentaran conocer previamente la opinión de Sartre.

Su obra fue sencillamente extraordinaria. Desde Las palabras hasta El Ser y la Nada. Desde La Náusea hasta El Existencialismo es un Humanismo. Desde ¿Qué es la Literatura? hasta Crítica de la razón dialéctica, por citar solamente algunos de sus libros. Miembro del Tribunal de Opinión Russel- Sartre, el único que condenó internacionalmente a Estados Unidos por sus crímenes contra la humanidad en Vietnam, era además un militante y un polemista. Sus imágenes repartiendo periódicos de izquierda durante la primavera inolvidable de 1968, sus tertulias interminables en la misma mesa lateral del Café de Flore. que concitaba a lo mejor de la intelectualidad parisina de la época, sus impresionantes reportajes concedidos desde el corazón mismo de la habitación donde escribía junto a su compañera, la formidable intelectual y militante feminista Simone de Beauvoir (todos recordamos el concedido a Radio Canadá en 1967, donde el filósofo explica  impecablemente su punto de vista sobre el rol de los intelectuales), el viaje de ambos a la novel Cuba socialista y la reunión con el Che Guevara, fueron hitos recordados del recorrido intelectual y militante de un coloso. No estoy seguro de que a Sartre lo convenciera esta asertiva referencia a su trayectoria. Recuerdo que en Las palabras escribía: “Para mí, la velocidad no se ve tanto en la distancia recorrida en un lapso determinado, cuanto en el poder de despegue” (1)

Sus años junto a Simone de Beauvoir potenciaron la obra del autor de Los caminos de la Libertad. De hecho, cuentan las crónicas que Sartre nunca publicó nada sin que antes Simone lo hubiera leído palabra por palabra y criticado. Cuenta Claudine Monteil, autora del libro Los amantes de la Libertad, que en los años 70, "en Francia, un escritor era como una estrella de cine". Refiriéndose a ambos, asegura que "Tenían una reputación extraordinaria e iban por el mundo siendo recibidos como cabezas de Estado" (2).

Para entender la singularidad de Sartre hay que adentrarse en algunos tramos y párrafos de la biografía a del filósofo. Sartre no quería ser solamente un filósofo, escindido de su vocación y su rol social de escritor. Creía que los elementos que le proporcionaba la filosofía, ese conocimiento particular del mundo del que formaba parte y con cuya realidad se comprometía, sería la base que le daría una potencialidad única a su escritura: “Pensaba que si me especializaba en filosofía conocería el mundo entero del que debería hablar en la literatura. Era, por decirlo así, la materia. (...) Sí; un escritor debía ser un filósofo. A partir del momento en que supe qué era la filosofía me pareció normal exigírsela a un escritor. (...) Lo que tenía que decir era el mundo. Como todos los escritores creo. Un escritor sólo tiene un tema: el mundo”(3 ).

Hay una suerte de tozudez explícita en este clamor de un Sartre que brega por la necesidad de superar la literatura por la literatura misma. La necesidad de que los filósofos se asuman como escritores y los escritores como filósofos comprometidos atraviesa su obra. “Después de Saint- Exupéry, después de Hemingway, ¿cómo podemos soñar en describir?” (4). “No basta, en efecto, reconocer que la literatura es una libertad, reemplazar el gasto por el don, renunciara la vieja mentira aristocrática de nuestros mayores y desear hacer, a través de todas nuestras obras, un llamamiento democrático al conjunto de la colectividad: falta todavía saber quién nos lee y si la coyuntura presente no relega al rango de las utopías nuestro deseo de escribir para lo “universal concreto” (5). Se recuerda de Sartre esta afirmación: “El hombre está condenado a ser libre” Pero esa libertad, para este existencialista, era inherente a la propia condición humana y por lo tanto, el hombre resulta absoluto responsable del uso que haga de ella. En esta frase se condensan aspectos nodales de su pensamiento, especialmente vinculadas al humanismo, al sentido de la existencia y a la verdadera naturaleza de la libertad. Todas ellas convergen, para  Sartre, en un deber de  compromiso permanente de los intelectuales (6).

 





(1)   Editorial Losada, Buenos Aires, 2005, p. 196.

(2)   https://www.bbc.com/mundo/noticias-47330594

(3)   https://www.revistadelauniversidad.mx/articles-files/b66238f2-c772-4072-8630-fda983017898

(4)   ¿Qué es la literatura?, Editorial Losada, Buenos Aires, 1950, p. 225.

(5)   Qué es la literatura?, Editorial Losada, Buenos Aires, 1950, p. 226.

(6) Entrevista realizada por Claude Lanzmann y Madeleine Gobeil, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=9ILS67A_eFk&t=515s