Por Eduardo Luis Aguirre

El mundo no será igual después de la pandemia. La idea, a esta altura de los acontecimientos, se ha transformado abiertamente en un lugar común. En cambio, la tarea de descifrar en qué consistirá la nueva identidad del mundo supérstite se revela como un territorio mucho menos explorado en los análisis cotidianos.

Con abstracción de los vaticinios de pensadores que creen que el futuro admite algún atisbo de predeterminación y es subsumible en los conocidos clichés de barricada, existen datos objetivos de la realidad que no pueden soslayarse e ideologías construidas en distintos contextos históricos que se desdibujan o reaparecen con intensidades diferentes en medio de la incertidumbre, que pueden ayudar a dilucidar esta incógnita en medio del desastre mundial.

En primer lugar, creemos que hay un fuerte retorno a la centralidad de lo estatal. Al desastre neoliberal del experimento macrista en nuestro país le sucede una pandemia que permite establecer rápidas e inequívocas comparaciones y evaluaciones políticas. Nada de lo que ha hecho un estado exhausto podría haberlo hecho el mercado. La emergencia puso a prueba la subsistencia de lo social y lo estatal, particularmente en países como la Argentina, donde el estado de bienestar ha dejado una huella imperecedera en la cultura de gran parte del pueblo, que asume a la justicia social como parte de sus mejores tradiciones, como un legado histórico. Como contraste, en aquellos países donde el estado no ha podido dar respuestas rápidas en la urgencia de la pandemia las consecuencias tienden a ser mucho más gravosas, al menos hasta el momento en que se ensaya este breve texto. Esas debilidades quedan expuestas incluso en países del primer mundo donde la salud pública no ofrece las mismas prestaciones que en un devastado país del cono sur y el derecho a la salud es selectivo o dificultoso. Empezando por Estados Unidos, auxiliado ahora por otras potencias, poniendo patas arriba el trajinado historial de las películas de Hollywood, donde la principal potencia salvaba al resto del mundo de peligros imaginarios. Parece que es al revés. El gobierno de Trump llega a la incautación predatoria de insumos sanitarios de los aviones en tránsito que hacen escala en su territorio.

Suponer que estamos en los umbrales del fin del capitalismo y en los albores de una nueva epopeya socialista es una idea sin verificación alguna que sólo puede existir en las especulaciones de filósofos interesado en vender sus próximos libros o en la caracterización febril de una izquierda marginal especializada en la construcción de realidades paralelas.

Lo que sí es posible inferir es que el sistema de control global punitivo deba hacer un esfuerzo extraordinario para sostener las bases mismas del sistema capitalista a nivel global. No solamente porque la estatalidad sería la idea dominante después de la crisis, sino porque, de lo contrario, los estados, las finanzas, la producción y miles de millones de personas quedarían en la más extrema intemperie.

Hay que tener en claro que no se trata solamente del aumento de pobres y el empobrecimiento de los países o el crecimiento exponencial de su endeudamiento. Se trata de la multiplicación de vidas desnudas, de homo sacer, de dolientes que padecerán faltas distintas y mucho más graves de las que reserva la pobreza como NBI. Ese ha de ser el nuevo sujeto social que seguramente tendrá en lo sucesivo una presencia ostensible en todo el mundo.

No hay forma de sostener el sistema si no se revierten el hambre, la exclusión, las enfermedades, la desazón, la frustración y la intemperie más dantesca. Cuando me refiero al sostenimiento del sistema remito a la paz social, a evitar la lucha de todos contra todos o un fabuloso proceso de crímenes masivos. Porque el dispositivo neoliberal, como nueva forma de acumulación, puede haber encontrado su propio límite.

Hasta ahora, los estados echaron mano a fuertes pulsiones represivas para garantizar el aislamiento en cada uno de sus países. Ese escarnio está condenado a la pronta desaparición. Las naciones han creado una suerte de exilio inverso que tiene los días contados. Por más que la gente salude la barbarie policial o militar y algunos gobiernos del mundo la estimulen. Como en el mundo antiguo, algunos hicieron la cuarentena porque estaban en condiciones de hacerla. Otros, estando en esas mismas condiciones, eligieron transgredir las normas estatales. La mayoría subsiste en condiciones incompatibles con el encierro.

Las cárceles y las viviendas, como consecuencia de la reacción social, atravesaron entonces las existencias, las subjetividades y los cuerpos. No hay registros de un fenómeno mundial de confinamiento de esa magnitud y sus efectos y consecuencias esperables, como fenómeno biopolítico, no serán materia de análisis en este trabajo, como no sea para destacar que el aislamiento forzado dejará necesariamente marcas dramáticas en el tejido social global.

Durante mucho tiempo se discutió en la antigüedad si el abandono de la civitas constituía un derecho del que decidía separarse de la gens (una suerte de migración voluntaria) o un castigo. Fue el derecho romano el que saldó lo que ahora nos parece obvio, asignando un carácter punitivo al abandono al individuo “a la divinidad”. El exilium implicaba que el sujeto quedaba separado de su comunidad y perdía la protección de su grupo. En ese estado de solitario abandono se enfrentaba a su propia suerte. Cualquiera podía matarlo sin recibir sanción alguna por ese crimen o cualquier contingencia podía terminar con su vida arrojada trans Tiber (1). El destino sombrío de los que ya fueron empujados a atravesar el Tiber social del siglo XXI amenaza a la mayoría de la humanidad. Ni la nave de los locos, ni los leprosarios, ni las fábricas, ni las escuelas. El exilio al interior de las propias viviendas o barrios fue una muestra contemporánea cabal de lo que los estados están en condiciones de hacer en términos de control global punitivo, con abstracción de la necesariedad sanitaria de la medida. El control social ha vuelto a recaer sobre los cuerpos y el gobierno del tiempo que transcurre se mide únicamente como acuciante variable sanitaria.

Con este empoderamiento de los dispositivos de control del neoliberalismo, el horizonte de proyección de lo que alguna vez se ha denominado gubernamentalidad (2) instituye al peronismo como una de las más seguras y probadas experiencias sociales, capaces de liderar desde la política y la ética el arduo trayecto hacia el desmantelamiento comunitario de la emergencia. Quizás estamos ante la mentada puesta en práctica de una Cuarta Teoría Política (3), que en este caso tendrá un marcado sesgo emancipatorio y transformador. Lo que alguna vez se esbozó como una ironía propia de la petulancia argentina -la iniciativa de una "internacional peronista"- resuena ahora como una esperanza inclusiva de paz, justicia e inclusión social y vigencia de los derechos humanos después de la peste.

(1)    Torres Aguilar, Manuel: La pena del exilio, sus orígenes en el derecho romano, p. 714, disponible en file:///C:/Users/user/Downloads/Dialnet-LaPenaDelExilio-134618%20(1).pdf

(2)    Foucault, Michael: Seguridad, territorio, población, Buenos Aires, 2006, Fondo de Cultura Económica.

(3)    Dugin, Alexander: La Cuarta Teoría Política, Ediciones La Nueva República, Barcelona, disponible en https://circulosemiotico.files.wordpress.com/2012/10/douguine-alexandre-la-cuarta-teoria-policc81tica.pdf