Por Eduardo Luis Aguirre
¿Cuáles fueron las circunstancias, las pulsiones, las ambiciones y los sueños que determinaron a Colón a no conmoverse en su incierto y épico empecinamiento? ¿Cuáles sus intuiciones, sus grandezas y sus miserias? ¿cómo se representaba el mundo, en definitiva, el intrépido navegante que emprendió un viaje incierto que cambió el curso de la historia?
En las “Capitulaciones del Almirante Don Cristóbal Colón y Salvoconductos para el descubrimiento del Nuevo Mundo” (1) se hace una expresa valoración de tres documentos que, entre los miles que conserva el Archivo de la Corona de Aragón, resultan fundamentales para comprender aspectos infrecuentes del “Descubrimiento” de América. Uno de ellos es la copia cancilleresca de las Capitulaciones que el navegante firmó con los Reyes Católicos en el mes de marzo de 1492, poco antes de emprender la expedición decisiva. Cabe aclarar que las Capitulaciones fueron, durante toda la conquista, una manera legal tan atractiva como compleja de regular las formas de repartir las riquezas, las responsabilidades y los riesgos entre la corona, los grupos económicos que invertían en las expediciones y los propios conquistadores.
Los otros dos instrumentos son sendos salvoconductos que los monarcas expidieron a favor de Colón (asumido como Almirante y Virrey) para que nadie intentare impedir u obstruir el viaje que cambiaría la historia del mundo.
Siete años de intentos y negociaciones arduas con la Corona terminaron habilitando el emprendimiento colombino y dotaron al marinero genovés de un poder extraordinario, que por supuesto aceptó y ejerció. Siempre. Incluso cuando una tripulación sublevada, descontrolada y presa del pánico intentó destituirlo poco antes de que Juan Rodríguez Bermejo (Rodrigo de Triana) avistara las costas americanas.
Esa habilitación de una amplitud sin precedentes se produjo, tal vez, porque los reyes confiaron en la existencia de un “predescubrimiento” indiano que Colón habría conocido o directamente patrocinado. La expresión textual: “Las cosas suplicadas e que Vuestras Altezas dan e otorgan a don Christoval de Colon, en alguna satisfacion de lo que ha descubierto en las Mares Oceanas y del viage que agora, con la ayuda de Dios”, como se titulan las Capitulaciones, no pueden atribuirse a un error de redacción, “pues la Cancillería catalano-aragonesa, como toda cancillería ya en el siglo XV actuaba con gran precisión y en asuntos de esta clase debió mensurar muy bien las palabras” (2).
De lo que no pueden albergarse dudas es de la magnitud del referido poder con el que la corona instituyó a Colón, consistente en una serie impresionante de privilegios y beneficios detallados en las capitulaciones. “Monarcas tan celosos de sus prerrogativas, cuya ejecutoria era la implantación de una monarquía autoritaria y que iba a recortar las prerrogativas nobiliarias concedieran a una sola persona los títulos que le otorgaban y los beneficios que le concedían. Piénsese lo que significa que Fernando e Isabel nombraran Almirante a Cristóbal Colón (3) “en todas aquellas islas y tierras firmes que por su mano o industria se descubriran o ganaran en las dichas Mares Oceanas para durante su vida y después del muerto, a sus herederos e sucesores de uno en otro perpetualmente con todas aquellas preeminencias e prerrogativas pertenecientes al tal oficio”) y Virrey de las tierras descubiertas (4) “Otrosi que Vuestras Altezas fazen al dicho Don Christoval su Virrey e Gobernador General en todas las dichas tierras firmes e yalas que como dicho es el descubriere o ganare en las dichas mares”) y que el nombramiento no fuera solamente para él, sino también para sus sucesores; pero además, le otorgaban otros muchos privilegios sobre las mercaderías (5) siquiera sean perlas, piedras preciosas, oro, plata, specieria, e otras cualquieras cosas e mercadurias de qualquiere specie, nombre e manera que sean, que se compraren, trocaren, fallaren, ganaren e hovieren dentro de los límites de de dicho Almirantazgo”), navíos, etc.” (Capitulaciones, página 12).
Lo propio ocurre con los salvoconductos, dos documentos que subrayan los poderes con lo que fue investido el almirante. La historiografía clásica asegura que uno de ellos (ambos estaban redactados en latín) estaba dirigido al Gran Khan, ante la convicción de que los expedicionarios podrían llegar a sus dominios y otro genérico, dirigido a todo aquel a quien Colón pudiera encontrar en su camino. Ese tipo de documentos, habituales en la época, se otorgaban en viajes largos e inciertos, y constituyen una legitimación formal de la habilitación real, sumamente valiosa para el portador. Máxime cuando, como en el caso de Colón, las empresas marítimas suponían adentrarse en trayectos y mares incógnitos, que generaban un sinfín de justificadas reservas y temores abismales.
“Las navegaciones, sin embargo, en los mares de Occidente fueron por estos tiempos dificilísimo problema que nadie se había atrevido á resolver, y estaba descartada entre los pueblos marítimos la idea de cruzarlos” (6)
Hay autores como Tszvetan Todorov que ponen seriamente en cuestión la idea generalizada de que la motivación que impulsaba a Colón fuera la “vulgar codicia”. Por el contrario, afirman que su finalidad excluyente era obtener el reconocimiento como descubridor. Una suerte de bronce eterno que, en un místico de sus características, (que priorizaba la victoria y expansión mundial del cristianismo como objetivo central de “su cruzada) bien podían postergar u opacar las ambiciones terrenales y materiales, a pesar de la multiplicidad de sus referencias al oro que aparecen en los libros del viaje. Esas anotaciones recurrentes habrían estado destinadas, en realidad, a preservar las expectativas de los reyes y, en especial, de una tripulación compleja que amenazaba con tornarse cada vez más hostil y descreída con el propio Colón (7).
Lo cierto es que las riquezas motivaron una querella ulterior del nauta con los reyes y el oro aparece en sus anotaciones desde el segundo día de viaje y también que, como contrapartida de ello, el almirante había escrito de su puño y letra una carta al Papa Alejandro VI donde le expresaba, respecto de su viaje, que el mismo se realizaría “en nombre de la Santa Trinidad (…) el cual será a su gloria y honra de la Santa Religión Cristiana”. Su objetivo, en consecuencia, para esta versión, parece claro: “Yo espero en Nuestro Señor de divulgar su Santo Nombre y Evangelio en el Universo” (carta de 1502).
Algo similar concluía el pensador colombiano Miguel Antonio Caro: “la empresa de Colón fue alentada por su fe en la Providencia, el impulso que lo movió fue el amor a los hombres, y la mira que tuvo enfrente fue la glorificación del Supremo Hacedor extendiendo la civilización cristiana” (8).
Sin embargo, existe otra versión, mucho menos devota, desde luego, que da cuenta que en los diarios del descubrimiento Colón alude al oro de manera casi obsesiva. Algunos textos hablan de un centenar y medio de menciones, otros de doscientas. Las referencias religiosas, en cambio, son muchas menos. Esa lógica se vería rubricada por las diferencias de Colón con los reyes para hacer cumplir lo acordado en las capitulaciones, y en los litigios de sus sucesores para poder hacerse de la herencia que les habría correspondido como consecuencia del contenido originario de las capitulaciones. “En cada uno de sus viajes, Colón redacta un diario de navegación donde brinda detallada cuenta de los lugares por los que navegan, las tormentas y la calmería, las tierras a las que arriban, incluso las quejas de los marineros y sus propias tretas para evitar la rebelión. Colón inaugura sí una mirada sobre estas tierras, para él desconocidas, marcada por sus lecturas de libros de viajes medievales y por sus deseos de encontrar oro” (9).
Escribe Samuel Eliot Morrison, biógrafo del marino:“ Quien fuera el que inventara este espantoso sistema, como único método de producir oro [el de cortarles las manos a los que no consiguieran el precioso metal] para la exportación fue Colón. Aquellos que huyeron a las montañas fueron cazados con perros, y de los que escaparon se ocuparon el hambre y la enfermedad, mientras miles de criaturas en su desesperación tomaron veneno de mandioca para acabar con su miseria“(10).
Es muy factible, probablemente seguro, que las riquezas importaran a Colón. Pero no puede descartarse que esa motivación significara el reconocimiento de su epopeya sacrificial y de su condición de descubridor. Como dice Todorov, el oro es un valor demasiado humano para movilizar a Colón, un hombre con una concepción del mundo verdaderamente medieval, un verdadero cruzado, un mítico sin dobleces. Las riquezas tal vez hayan sido una suerte de señuelo. Para asegurar el apoyo de los reyes, la financiación de sus mecenas y la paciencia de sus marineros. La expansión mundial del cristianismo y el reconocimiento de su gesta y su prestigio habría estado mucho más cerca del corazón del genovés que el oro, aunque ambas motivaciones no se excluyan en una personalidad de “Quijote con varios siglos de atraso en relación con su época” que soñaba con la conquista de Jerusalén” (Todorov, 2014: 22).
(1) Ministerio de Educación y Ciencia, Dirección General de Archivos y Bibliotecas de España, reimpresión de 2013.
(2) Capitulaciones, página 12.
(3) Capitulaciones, página 12.
(4) Capitulaciones, página 21.
(5) Capitulaciones, 21.
(6) Serrato, Francisco: “Cristóbal Colón: Historia del descubrimiento de América”, El Progreso Editorial, Madrid, 1893, p. 49.
(7) Todorov, Tzvetan: “La conquista de América. El problema del otro”, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2014, p. 19.
(8) Valderrama Andrade, Carlos: “El descubrimiento y la conquista de América en el pensamiento de don Miguel Antonio Caro”, p. 629, disponible en https://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/47/TH_47_003_157_0.pdf
(9) Añón, Valeria: “ Imágenes de América: Crónicas de la Conquista”, disponible en https://www.researchgate.net/publication/312901949_Imagenes_de_America_cronicas_de_la_conquista
(10) Ver sobre el particular https://www.elhistoriador.com.ar/colon-y-la-ambicion-por-la-busqueda-de-oro/