Por Eduardo Luis Aguirre

Los procesos de dominación social, a lo largo de la historia y en todos los casos, se valieron necesariamente de la figura de un colonizador, un sujeto que pasó al acto propiciando el señorío de algunos por sobre los otros sometidos. Pero debieron contar también -en todos los casos- con el concurso de sujetos colonizados que completaran esa relación de desigualdad. Eso vale tanto para la debatida capitulación de los poderosos pueblos originarios de Centroamérica (mayas, aztecas, toltecas) contra algunos centenares de españoles, como para analizar la férrea resistencia mapuche contra el invasor español que duró cuatro siglos.

También esos roles asimétricos explican otros episodios de jerarquización de las sociedades, de los países y  de continentes enteros. Lo mismo acontece respecto de las ciudades, los centros poblados, las instituciones sociales y las familias. En definitiva, todas las formas de supraordinación y subordinación social se imponen a partir de circunstancias económicas, políticas, militares, tecnológicas, jurídicas o culturales, a las que podríamos denominar “objetivas”. Pero también contribuyeron a consolidar esas desigualdades elementos de naturaleza subjetiva, que se relacionan con la asunción de distintos roles por parte de los sujetos, con su capital simbólico, con su propensión a la capitulación cultural, con la potencia de los discursos de los vencedores, con la capacidad para instalar ideologías, cosmogonías, sistemas de creencias y  estrategias de producción de sentido. La disputa por el sentido es, precisamente, una de las formas más eficaces, en toda la historia, para entender las lógicas de la dominación. Tzvetan Todorov lo recupera en su magnífica obra "La Conquista de América: el problema del Otro", al ocuparse exhaustivamente de las subjetividades diferentes de Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga, Moctezuma, la Malinche y otros personajes trascendentales de esa gesta histórica. (1) También lo hace Foucault al analizar la “microfísica del poder” (2). La noción de poder para Foucault no es un elemento que se detente por parte de una clase ni que  se adquiere. El poder se ejerce en relaciones no igualitarias y se encuentra presente en todos los ámbitos de las sociedades, “no hay zonas sin poder. El poder tiene una capacidad gigantesca. En este sentido, sostiene que toda la sociedad es un complejo de relaciones de poder”.  Por ende, la noción de poder de Foucault no es la del Estado soberano que ejerce sobre el pueblo es más bien “el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina”. Foucault sugiere un modelo relacional de comprensión del poder, materializado en un campo de fuerzas sin finalidad identificable que existe en todas las sociedades.

En resumen, el poder carece de homogeneidad, pero se define por las singularidades, los puntos singulares por los que pasa. Para Foucault, en síntesis, el estado sería un efecto de conjunto, el resultado de una multiplicidad de engranajes y de núcleos que se sitúan a un nivel completamente distinto, y que constituyen de por sí una “microfisíca de poder”.

La consolidación contemporánea de un sistema de control global punitivo que garantiza la reproducción de las coordenadas del dispositivo neoliberal nos concita también a analizar sus componentes de dominación, objetivos y subjetivos, e intentar reconstituir los agregados humanos desde una perspectiva más justa, emancipatoria y verdaderamente democrática.

Los grandes relatos de la modernidad occidental, incluido el marxismo, han ensayado distintas formas de comprender las sociedades. Esos espacios complejos que nacen con el capitalismo y superan en su complejidad racional a las comunidades, propias de pueblos simples, a los que se consideró bárbaros, atrasados, sin historia, a veces sin alma y siempre sin futuro. A los que había que civilizar, al costo que fuera, para que terminaran introyectando el credo omnicomprensivo de la burguesía y reprodujeran los mismos tractos de evolución que los países capitalistas. Salvajismo, barbarie, y, finalmente, “civilización”.

Las miradas microfísicas, si se las analiza desde cierta cercanía, también aluden a formas intersticiales de comprender el poder que drena en toda sociedad. La sociedad es, sin duda alguna, la plataforma en la que hacen pie las tesis foucaultianas, como hemos transcripto anteriormente.

Todas estas maneras de comprender el mundo están condicionadas seriamente por el concepto fetiche de sociedad. La comunidad, por el contrario, fue objeto de una suerte de histórica derogación conceptual porque la razón iluminista la desechó sin miramientos.

Sin embargo, de cara a la catástrofe que un sistema de control social compulsivo ha generado en todo el planeta, las sociedades como tal no pudieron disociarse de una crisis de legitimidad indiscutible. Está claro que la vida y la organización de los seres humanos, cualquiera sea ésta, padece de una finitud inexorable en el corto plazo si es que no se intentan cambios trascendentales.

Quizás por ese motivo es que en las últimas décadas se comenzó a revalorizar con diferentes ritmos la noción de comunidad, profundamente arraigada al acervo histórico y cultural de esa región a la que sus pobladores originarios denominaron Abya Yala.

Este proceso, al que podríamos denominar revisionista, comienza con la Filosofía de la Liberación a analizar si los cambios radicales que necesitamos no están necesariamente añadidos a una nueva forma de organización social, a una modalidad alternativa y superadora de de relacionarnos con el planeta y con la naturaleza, a la necesidad de reivindicar saberes y valores que tienen que ver con el buen vivir, la solidaridad, la dimensión nosótrica, el respeto por la diferencia al interior de la comunidad, la sustitución de la indiferencia y la impersonalidad de los mitos citadinos por el amor y la vida en común, el delirio de los cambios frenéticos del homo economicus por la dimensión natural del Pacha Kuti (la articulación perfecta entre orden y cambio), la sustitución del control social formal o estatal por formas de control informal basadas en el conocimiento y el interés por el Otro. Horacio Cerutti se encarga de hacer un rescate pormenorizado de estas potencialidades propias de la filosofía de los pueblos de Nuestra América, y de paso anota que es más propio denominar a estas nuevas epistemologías "Filosofía para la Liberación", como un aporte que comienza pensando en la realidad para luego intentar la tarea incumplida de modificarla (3).

Está claro que esta apelación no supone un salto al pasado. Las transformaciones futuras no pueden imaginarse con el recurso de una remisión a las tribus que describía Lucio V. Mansilla o los nativos del Pacífico que pesquisaba etnográficamente Bronislaw Malinowsky. Tampoco en micro culturas folklóricas, por atractivas que resulten desde una perspectiva antropológica. No pensamos en comunidades de iguales sino en nuevas experiencias comunitarias entre distintos. Porque la convivencia del siglo XXI -y por ende la filosofía, la filosofía y especialmente la política- se construye necesariamente entre diferentes.

Lo que debe recrearse no son las formas externas ni históricas de las comunidades sino la naturaleza misma del hombre, que -como ya hemos expresado en entregas anteriores- siempre fue comunidad y nunca individuo. El individuo es una creación intencionada del capitalismo temprano, como lo son ahora el hombre eudeudado, el sujeto despolitizado, meritocrático y consumidor empedernido.

La comunidad actual hace pie en la autonomía de los espacios de libertad, en las comunidades organizadas bajo el reconocimiento permanente del Otro. Mediante gestos, rutinas y prácticas que reconfiguren primero la confianza y luego el Amor entre los habitantes. Aunque en los procesos de enamoramiento se filtre la idealización de los otros. La Comunidad Organizada como concepto vigente después de setenta años sigue siendo “un programa de democracia social, participativa y humanista que reconoce y que garantiza los derechos de las personas y que establece una clara conciencia de sus obligaciones”. En ella, el individuo solamente se realizará comunitariamente y su destino estará directamente ligado al del conjunto de la colectividad (4).





  1. Siglo XX, México 2007.

  2. Ediciones La Piqueta, Madrid, 1993.

  3. https://www.youtube.com/watch?v=0ygP_xPsZgc
  4. http://bcnbib.gov.ar/uploads/Comunidad-org-2a-edDIGITAL.pdf