Por Eduardo Luis Aguirre

La caída de Granada, último bastión musulmán en suelo español, corona la soberanía territorial de las Españas.Queda eliminado así el poder político de los árabes, justamente en 1492.

En ese mismo año sorprendente, tan solo nueve meses más tarde, el Almirante de la Mar Océano incorpora América a la geografía mundial.” (Jorge Abelardo Ramos)



La Conquista de América constituyó uno de los sucesos más importantes de la historia humana. En pocos días, se conmemorará un nuevo aniversario de un hecho trascendental, que ubica a la corona hispánica como un todo homogéneo lanzado a la mar océano para intentar fallidamente su incorporación tardía a un capitalismo temprano. 

En líneas generales, la idea que se reproduce de ese episodio describe los objetivos de los reyes católicos Isabel y Fernando, monarcas de Castilla y Aragón, como una tentativa de incluir en una nueva forma de acumulación de capital  aquel enclave atrasado y apendicular de baronías y reyecías. Cosa que debió haberse logrado ya que, solamente en los primeros años de la conquista, cruzaron el atlántico 200 toneladas de oro producto del saqueo consumado contra incas y aztecas.

Sin embargo, al interior de la conquista fluían subjetividades, y por ende personajes, que transformarían la hazaña en odisea y a ésta en una sucesión interminable de conflictos, crímenes y frustraciones.

“La constitución del Estado Nacional, aún débil y aquejado de toda suerte de flaquezas, se había alcanzado, al fin, como fruto de una guerra de religión. Para lograr la plena soberanía española, se impuso hacerla bajo el signo de la cruz. Esa poderosa inspiración forjó un ideal heroico, que perduró como rasgo psicológico de los españoles a través de las edades, cuando ya todos los héroes habían desaparecido” (1).

Esa interminable guerra nacional y religiosa habría de dejar huellas profundas en la sociedad española, en sus particularidades culturales, regionales, en sus lenguas y dialectos, en su ardua convivencia como estado nación y en su estilo de vida. No había forma, entonces, que esos contrastes no se proyectaran al interior del proceso de colonización.

Un caso emblemático de las singularidades y policromías de la sangrienta conquista americana lo encarna la impresionante aventura de Lope de Aguirre, en su búsqueda infructuosa  de El Dorado. Este vasco irredento, nacido en la guipozcoana Oñati entre 1511 y 1515, marcó un punto de inflexión decisivo respecto de la armonía y cohesión interna del paisaje  colonizador. 

Aguirre fue un personaje por demás polémico, cruel, déspota, desequilibrado y sanguinario para los relatos españolistas mayoritarios. “Un pequeño héroe” que se rebeló contra Felipe II es, en cambio, la forma como se lo evoca desde una perspectiva mucho menos complaciente con la historia oficial, en especial en las voces que emergen desde su pueblo natal,  sede del imponente Instituto Internacional de Sociología Jurídica de Oñati.

Como lo señala Blas Matamoro, la historia fue demasiado avara y la leyenda demasiado generosa respecto de este insurrecto flaco, esmirriado, de mirada torva y esquiva, a quien le faltaba un pie y cuya especial psicología desmitificaba la imagen del conquistador creyente, probo, inteligente y arrojado que la historiografía peninsular imaginó durante siglos. Por el contrario, los estudios hechos sobre la grafía de Aguirre revelarían una personalidad tumultuosa, rebelde, con un carácter variable e hiperemotivo,  cuya tenacidad empedernida, militante y apasionada lo llevaron a creer firmemente en la viabilidad de desafiar el poder del rey (2). Felipe II es recordado como un monarca oscuro, dedicado a confiscar los envíos de metales preciosos dirigidos desde América a capitalistas particulares; de este modo, en lugar de expropiar a los terratenientes feudales, despojaba a la burguesía en germen y sellaba el atraso comparativo español (3).

El cineasta alemán Werner Herzog inmortalizó a Lope de Aguirre, interpretado soberbiamente por el actor Klaus Kinski (4). El oñatiarra resume en su persona la contracara del conquistador hidalgo, creyente, probo, fiable, equilibrado y justo con que la historiografía española exhibió a sus “héroes”. Casi, un personaje antitético de Colón, en la dificultosa y arbitraria reconstrucción histórica que se hizo de los conquistadores.

Sin embargo, algunas miradas desapasionadas convocan a entender cada 12 de octubre en claves bastante más complejas de las que habitualmente nos fueron enseñadas a fuerza de reiteración indiscutible.

Todas las Españas integraron la conquista. El papel galvanizador de la corona, una diarquía matrimonial dispuesta a iniciar la tarea de la unificación nacional incumplida,  fue menos efectivo de lo imaginado, al igual que su verdadera vocación de contralor de aquellos hombres arrojados a una aventura sin parangón en contextos de máxima incertidumbre y privación. Las frágiles y  pequeñas naves de los invasores eran portadoras de subjetividades diversas cuando no antagónicas. Aguirre no fue el único alzado contra los monarcas. El propio Gonzalo Pizarro fue, vale recordarlo, uno de los más notorios intrigantes. Y en muchos de esos motines, nuestro vasco peleó en defensa de la empresa realista. Tampoco fue, en medio de semejante masacre, el más bárbaro y cruel criminal, abstracción hecha de la discutida pero horrenda muerte de su propia hija, perpetrada para evitar la deshonra de que la niña quedara a expensa de aventureros indignos.

Por si esto fuera poco, Simón Bolívar llegó a decir que la rebelión de Aguirre constituyó la primera declaración de independencia de América (5). Ese alzamiento quedó patentizado en su célebre carta de 1561, en la que le anuncia a Felipe II que él y sus marañones habían decidido “salir de su obediencia” por tres motivos que parecían inobjetables: “el mal gobierno en manos de oficiales y delegados corruptos; la avaricia e indolencia de los ministros eclesiásticos y, finalmente, la manifiesta injusticia de un monarca que no ha logrado recompensar la fidelidad de sus auténticos vasallos”. Desengañado, le decía a Felipe estar perfectamente al tanto de “cuán cruel eres, y quebrantador de fe y palabra: y así tenemos en esta tierra tus perdones por de menos crédito que los libros de Martín Lutero”. Y todavía más lejos, descalificando al monarca y a todos sus homólogos: “ni hago caso de vosotros [los reyes], pues os llamáis siempre menores de edad, y todo hombre inocente es loco; y vuestro gobierno es aire” (6). Nunca nadie se había dirigido así a un monarca, y esa carta le deparó al Peregrino, tal como se llamaba a sí mismo al firmarla, una muerte cruenta, hasta ser fusilado, decapitado y descuartizado por perros feroces en una liturgia sangrienta.

La leyenda se alimentó, necesariamente, de la crueldad de un Aguirre disfuncional a los objetivos proclamados por los conquistadores. La perplejidad que lo sobrevivió es si “El Loco” Aguirre representó una clase de hombre demasiado diferente a la de los héroes ungidos por el relato oficial. Empezando por el propio comandante genovés . Ya hemos visto que los últimos estudios describen en Colón una personalidad arcaica para la época, de difícil, cuando no nula, capacidad de adaptación en su convivencia con el otro “descubierto” en América. Un místico a quien el móvil más trascendental que lo animaba era la victoria universal del cristianismo (7). 

Algunos paralelos recientes respecto del protagonismo de Colón y Aguirre ofrecen imágenes más aproximadas de ambos, y dan cuenta de la riqueza de las singularidades que se apiñaban en las carabelas. Son evidencias que hacen pensar que la diversidad en el Continente preexistió a la colonización e, incluso, existió también entre los propios pueblos originarios: “Colón y Aguirre para muchos especialistas han sido héroes, pero para otros, verdaderos canallas. Ambos han sido controversiales, fueron personalidades problemáticas. En efecto, la historia dice que tanto Colón como Aguirre, en algún momento, se alejaron de la obediencia al Rey y, por ello, también de la Iglesia. Sin embargo, a la vez, se encuentran testimonios que hablan de circunstancias impuestas, fortuitas o ajenas a estos dos hombres que pudieron intervenir en las acciones que hoy se evalúan como de infidelidad a la Corona o a cualquier otro tipo de autoridad". “[Colón] estaba mediatizado por sus creencias religiosas, firmemente católicas (…) Era, además, soberbio, megalómano y extremadamente suspicaz y desconfiado (Eslava Galán, 1992.p.117 y s.)”. “Un rasgo de carácter propio de Colón fue su insaciable codicia, su amor al oro y a la ganancia. Eslava Galán asegura que el Almirante tenía fuertes creencias religiosas, si esto es así, debería encontrarse entre los rasgos de la personalidad de Colón, la humildad; sin embargo, este no es un rasgo que resalte el historiador; más bien, asegura que era soberbio, megalómano y ambicioso” (8). Por si esto fuera poco, un retrato de la personalidad de Colón hecho por Bartolomé de las Casas ratifica su misticismo rígido, rayano con el fanatismo, y una subjetividad tanto o más férrea que la del guipuzcoano. Datos que ilustran un costado  no demasiado explorado de aquellos hombres armados de la profecía esperada (9).

(1)Ramos, Jorge Abelardo: “Historia de la Nación Latinoamericana”, disponible en http://marxismoehistorianacional.sociales.uba.ar/files/2015/08/Jorge-Abelardo-Ramos-Historia-de-la-Nacion-Latinoamericana.pdf, p. 23.

(2)Matamoro, Blas: “Lope de Aguirre. La aventura de El Dorado”, Ed. Historia 16, Madrid, 1986, p. 14.

(3) Ramos, op. cit., p. 39.

“(4) Aguirre, la ira de dios”, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=y2iXtLQHjFU

(5)https://achiperres2.wordpress.com/2011/01/08/carta-de-lope-de-aguirre-a-felipe-ii/

(6)Ayala Tafoya, Eduardo: “Lope de Aguirre, rebelión y contraimagen del mundo en Perú”, disponible en http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1665857416300230. T

(7)Todorov, Tzvetan: “La conquista de América. El problema del otro”, siglo XXI editores, Buenos Aires, 2014, p. 21, 55 y cc.

(8)Jaimez, Rita: “Cristóbal Colón y Lope de Aguirre: la otra historia”, disponible en http://www.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0459-12832006000200006

(9) Maldición de Malinche.