Por Eduardo Luis Aguirre
Voltaire era categórico al momento de asignar una connotación utilitaria explícita al matrimonio moderno: “Un disputador eterno, gran amigo mío, decía: «Si yo fuera rey y tuviera vasallos, les comprometería a que se casaran lo más pronto que les fuera posible".
»Cuantos más hombres casados haya, menos crímenes se cometerán. Hojead los registros de los notarios de lo criminal, y veréis que en ellos se encuentra un padre de familia ahorcado o enrodado por cada cien hombres solteros".
»El casamiento hace al hombre más virtuoso y más prudente. El padre de familia que maquina cometer un crimen, evita muchas veces su mujer que lo cometa, porque es más humana, más compasiva, más temerosa y tiene más arraigada la religión. Además, el padre de familia trata de no avergonzarse ante sus hijos, y teme dejarles el oprobio por herencia".
»Casad a los soldados y habrá menos desertores: estando ligados a su familia, también estarán ligados a la patria. El. soldado célibe es muchísimas veces un vagabundo, que le es igual servir al rey de Nápoles que al rey de Marruecos".
»Los guerreros romanos eran casados, y peleaban por sus mujeres y por sus hijos; por eso hicieron esclavos a los hijos y a las mujeres de otras naciones.»
"El casamiento es un contrato, según el derecho de gentes, del que los católicos romanos hicieron un sacramento; pero el sacramento y el contrato son dos cosas distintas: éste produce efectos civiles; aquél, efectos eclesiásticos. Por lo que cuando el contrato se encuentra conforme con el derecho de gentes, produce todos los efectos civiles. La falta de sacramento sólo priva de las gracias espirituales” (1).
Por supuesto, tanto en el caso del matrimonio sacramental como en su versión contractual, el gran pensador francés hacía referencia al matrimonio eurocéntrico, pilar fundamental de la familia nuclear, presupuesto de la denominada “empresa familiar” del primer capitalismo.
El magnífico representante de la Ilustración se refería, naturalmente, al matrimonio indisoluble y “a perpetuidad”. Por mandato familiar, por imposición religiosa o por determinación del estado moderno, el matrimonio, así concebido, fue indisoluble y perpetuo en occidente durante siglos.
En la actualidad, sin embargo, la familia ampliada o rural, y en especial la nuclear, han entrado en crisis y dado paso a otras formas de agregación familiar, que parecen haber alcanzado durante la modernidad tardía su máximo esplendor.
En una era histórica en la que “nada dura para siempre”, la unión matrimonial o las relaciones de pareja contemporáneas reflejan también esa condición efímera del "amor liquido” posmoderno, contrariando los mandatos históricos y culturales de todo tipo que garantizaban la estabilidad de una institución fundamental del estado.
Podemos afirmar, incluso, que los consejos de Voltaire no tuvieron anclaje, paradójicamente, en la propia Europa de nuestro tiempo.
España es uno de los países del mundo donde la tasa de rupturas matrimoniales es más alta (61%). Bélgica llevaba la delantera a nivel mundial hasta 2014 con un 70%. Portugal (68%), Hungría (67%) y la República Checa (66%) también cuentan con una tasa de divorcios significativa.
Por el contrario, “Al otro lado del charco los porcentajes son menores con respecto al viejo continente. En Estados Unidos la tasa se sitúa en el 53% y en Cuba del 56%. Ellugar donde hay menos divorcios, en comparación con otros países a nivel mundial, es Chile (solo el 3%). En Ecuador el porcentaje es del 20%, en Guatemala del 5%, en México del 15%, en Panamá del 27%, en Brasil del 21% y en Venezuela del 27%” (2).
En Buenos Aires, las acciones de Voltaire no paran de bajar. Según un estudio de la Dirección General de Estadística y Censo de 2014, uno de cada dos matrimonios nuevos se divorcian (3).
No estamos en condiciones de conjeturar seriamente sobre las causas de esta tendencia mundial al parecer difícilmente reversible, entre otras cosas porque distamos de ser especialistas en la materia. Lo que sí resulta interesante, de todas maneras, es bucear en la lógica histórica de la perpetuidad del matrimonio.
Es bueno recordar, en ese sentido, un dato fundamental. En la antigüedad, a comienzos de la era cristiana, las mujeres se casaban aproximadamente a la edad de 13 o 14 años (4). Pero hasta hace menos de dos siglos, la vida promedio de las personas era de 35 años, y durante la Edad Media, el promedio de vida de las personas no llegaba todavía a los 50 años (5). Es más, algunos estudios la situaban durante este período en 44 años para los hombres y 33,7 para las mujeres (6).
De modo que la perpetuidad del matrimonio suponía una obligación de convivencia de alrededor de 20 años. Casualidad o no, un período bastante similar al que el derecho clásico consagró para acceder por prescripción adquisitiva a la propiedad de un fundo o la pena máxima para el homicidio que todavía conservan muchos ordenamientos penales de occidente (de hecho, el Estatuto dela Corte Penal Internacional establece una pena máxima de 30 años de prisión para los más terribles delitos contra la humanidad). La idea de perpetuidad, para un sujeto que podía casarse y también trabajar, acrecentar su fortuna o guerrear, guardaba relación con una expectativa de vida sensiblemente menor que la actual. Esos plazos legales imponían, en la práctica, un ejercicio de adecuación sacramental de menos de treinta años.
En el siglo XXI, la esperanza de vida se ha disparado. En la Argentina es de 76 años (7) y en países como Japón o Alemania, por dar solamente un par ejemplos, supera los 80.
El matrimonio, en consecuencia, aún teniendo en cuenta la edad en la que se producen las uniones actuales (sensiblemente mayor a la de mediados del siglo pasado) permite avizorar una convivencia en expectativa mucho más prolongada. Una convivencia de largo aliento, casi ardua, que pone a prueba una infinidad de factores de diverso tipo y seguramente contribuye a que los divorcios y separaciones occidentales se produzcan también a edades relativamente maduras, a las que no accedían siquiera como expectativa de vida las mujeres y los hombres de hace apenas unos siglos.
Rémora cultural de occidente, cláusula ineludible de los ritos y sacramentos religiosos, contrato civil que aseguró una forma asociativa de acumulación primitiva de capital durante siglos, aparato ideológico del estado o lo que fuera, lo cierto es que este tipo de factores constitutivos y disruptivos casi nunca se analizan con este horizonte de proyección en la mayoría de las cátedras de las escuelas de derecho argentinas. Defección formativa por demás curiosa, sobre todo cuando la evolución de las familias y los distintos tipos de uniones son recorridas por los clásicos de la filosofía, la política y la economía desde hace muchísimo tiempo. El caso de Engels y "El origen de la familia, la propiedad privada y el estado" (1848) es, quizás, uno de los más ilustrativos (8), y pone de relieve las deudas pendientes en las formas de aprender y enseñar el derecho y las instituciones políticas y sociales modernas.
(1) http://www.e-torredebabel.com/Biblioteca/Voltaire/matrimonio-Diccionario-Filosofico.htm
(2) http://www.lavanguardia.com/vida/20140526/54409321491/pais-divorcian-parejas.html
(3) http://www.lanacion.com.ar/1802588-en-capital-se-produce-un-divorcio-cada-dos-matrimonios
(4) http://forosdelavirgen.org/81234/como-eran-las-bodas-en-el-tiempo-de-jesus-2014-08-29/
(5) http://historiaybiografias.com/edadmedia15/
(6) http://www.teinteresa.es/microsite/Pregunta_al_medico/biometria/evolucionado-esperanza-vida-largo-historia_0_1137486338.html
(7) http://www.datosmacro.com/demografia/esperanza-vida/argentina
(8) https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap2.htm