“La prosperidad de Guatemala
pasa por la aniquilación de la tradición maya o por la exclusión de los mayas
de esa prosperidad, lo cual es legítimo ya que son los indígenas inconversos
los responsables de que Guatemala no haya levantado nunca la cabeza”[1].
“Los ojos de los enterrados se cerrarán juntos el día de la justicia, o no
se cerrarán”[2].
Hace 25 años finalizaba una de las prácticas sociales
genocidas más tremendas de la historia contemporánea latinoamericana, ocurrida
en Guatemala, un país acostumbrado a convivir desde el fondo de su historia con
la marginalidad, la, las más grandes asimetrías sociales, la corrupción
política y una cultura racista dominante que somete a la mayoría de la
población indígena (casi el 60%) y que bien podría interpretarse como la causa
fundamental de un aniquilamiento de proporciones dantescas[3].
En efecto, este pequeño país centroamericano está integrado
por la segunda mayor población indígena de América, de origen maya, confinada
mayoritariamente en las zonas más pobres y las tierras menos fértiles del
interior del país, conminados a una vida miserables, sin acceso a los bienes y
servicios básicos.
El asentamiento de una gran cantidad de mayas en el
altiplano del país, permitió la consolidación de condiciones objetivas prerrevolucionarias
y una paulatina elevación de la conciencia de los indígenas -los “indios
alzados”- que luego serían las víctimas de la masacre, perpetrada en la inmensa
mayoría de los casos por fuerzas policiales,
militares y paramilitrares (las temibles “patrullas de Autodefensa
civil”)[4].
“Entre tanto, la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH) de Guatemala,
impulsada por la ONU, ofrece datos escalofriantes sobre la represión durante
los 36 años de guerra: 200.000 muertos, miles de violaciones de los derechos
humanos, un millón de desplazados. Y además dos aspectos cruciales: el 93% de
esos hechos fueron cometidos por las fuerzas armadas y de seguridad del Estado
apoyadas e incluso estimuladas por Estados Unidos”[5],
lo que torna, también en este caso, insostenible el argumento de la existencia
de una “guerra” o la reedición de la teoría de los dos demonios.
En rigor, las últimas informaciones dan cuenta de que
Estados Unidos participó directamente en el genocidio: “Nuevas revelaciones sobre experimentos médicos
ilegales de un equipo estadounidense con guatemaltecos en la década de 1940
devela hoy la magnitud de aquel acto considerado aquí genocida. Un informe de
la comisión investigadora, generado el lunes en Washington, cifra en 83 los
ciudadanos de ese país muertos de los alrededor de 5.500 utilizados como
cobayos de 1946 a 1948 por científicos norteamericanos. Reos, deficientes
mentales y prostitutas estuvieron entre unos mil 300 a quienes les inocularon
gonorrea y sífilis, con el objetivo de verificar los efectos de la penicilina
sobre esas enfermedades de transmisión sexual. El hecho causó honda conmoción
en Guatemala al conocerse en noviembre pasado, y entonces el presidente Alvaro Colom lo criticó de manera enfática, al
punto de calificarlo como un acto genocida contra su pueblo”[6].
No hay duda, entonces, que desde una perspectiva tan
extrema en materia de racismo como el que profesaban las clases dominantes y
las fuerzas represivas guatemaltecas, el aniquilamiento tuvo como objetivo
eliminar a los mayas, a quienes, por ser “potencialmente enemigos”, se
consideraba legítimo reprimir, perseguir, torturar y asesinar sin distingo
alguno.
Justamente, la particularidad que justifica un detenido
análisis del genocidio guatemalteco, radica en la relación directa entre el
aniquilamiento y el racismo, y la
gravitación que las prácticas y gramáticas racistas tuvieron en el fatal
desenlace. En las formas en las que, en definitiva, el racismo, como tecnología de poder y factor
de opresión y dominación: “En ese sentido, resulta indispensable utilizar la
expresión de Foucault de racismo
de Estado, en la medida en que es el Estado, a partir del liberalismo, el que
va a crear un modelo homogéneo, monocultural, monoétnico y excluyente, a partir
de mediados del siglo XIX. El Estado juega un papel esencial en la reproducción
del racismo y, por ello, nos parece más pertinente el enfoque histórico-político. Este autor en Genealogía
del racismo, hace un repaso histórico de la configuración del Estado
moderno a través de diversos filósofos y pensadores políticos del siglo XVIII y
XIX. Concluye afirmando que por influencia de las teorías darwinistas en las
ciencias sociales, se produce una estatalización” de lo biológico y el Estado
modifica el concepto de soberanía utilizado hasta el siglo XVIII”[7].
Para entender en un apretado relato el conflicto
guatemalteco, es preciso situarnos en el año 1954, cuando es derrocado por un
grupo de extrema derecha apoyado por los Estados Unidos, el Presidente Jacobo Guzmán, que había llevado a cabo una
serie de medidas protectivas de los derechos indígenas, leyes laborales,
democratización del acceso a la tierra, todas ellas medidas de corte
nacionalista burguesa apoyadas en la Constitución Nacional.
No obstante, Guzmán
fue acusado -como ocurrió con otros líderes nacionalistas y populares
latinoamericanos- de “comunista”, y en su derrocamiento participaría ya uno de
los personajes sindicados como principales perpetradores del genocidio que
sobrevendría: el general Efraín Ríos
Montt (foto) [8].
Este personaje llegaría a la presidencia del país de la
mano de un golpe de estado, que en 1982 le permitió asumir la suma del
poder público, derogando la vigencia de
la Constitución nacional y declarando un estado de emergencia militarizado, con
un objetivo inmediato: saldar cuentas con los pueblos originarios que se
resistían a la opresión fascista a través de su eliminación física lisa y
llana.
Ríos
consideraba a los mayas como “ignorantes y por ello vulnerables al comunismo
internacional”, aludiendo a la mayor o menor participación o simpatía con la
que este pueblo originario observaba las actividades insurgentes de tres grupos
combatientes de orientación socialista: las Fuerzas Armadas Rebeldes, el
Ejercito Guerrillero de los Pobres y el Partido Guatemalteco del Trabajo[9].
Según el usurpador, “los indígenas son la base de estos
movimientos y por lo tanto, al ser sospechosos hay que matarlos a todos”[10]
.
Desde entonces, entre 1983 y 1986 se producen los episodios
más cruentos del genocidio. Se lleva a cabo una política lisa y llanamente
genocida, de una connotación fuertemente racista, que se apropiaba de las
lógicas de dominación y los prejuicios anti indigenistas que en Guatemala han
sido instaladas como discurso hegemónico por las clases dominantes desde hace
siglos.
El racismo en Guatemala es un fenómeno histórico y cultural
de larga duración y antigua data, una estructura de pensamiento y acción que
empezó a construirse desde el momento mismo de la conquista y la posterior
colonización.
Sin perjuicio de ello, los antecedentes más inmediatos y
significativos que le dieron vigencia renovada al racismo antiindigenista
después de la emancipación de España se advierten fundamentalmente desde
finales de siglo XX, materializándose de la manera más brutal y sangrienta mediante
la política contrainsurgente llevada a cabo por el ejercito guatemalteco
durante el conflicto armado interno, que se desarrolló desde la década del
sesenta hasta mil novecientos noventa y seis[11].
Si bien los antecedentes históricos más visibles en materia
de racismo, remiten en Guatemala a los últimos años de atroces de su historia, para entender el arraigo de
estos significantes es necesario
remontarse al imaginario colonial, que es cuando se construye un discurso de
naturalización del racismo, absolutamente discriminatorio en virtud de la
asignación de una otredad negativa
explícita a los pueblos originarios.
Este racismo y la discriminación consecuente pueden
explicar la forma en la que se desarrolló
la violencia contra las comunidades mayas: “El racismo se convirtió en una
auténtica ideología de Estado, porque proporcionó una estrategia política para
la acción. Fue durante este periodo cuando la élite de poder proyectó una
estrategia de represión selectiva indiscriminada, empleando la tortura, la
guerra psicológica y todo tipo de métodos represivos contra la población civil
y especialmente contra la población indígena, que provocaron un autentico
etnocidio, como sucedió especialmente durante la época de Ríos Montt. El intento de desestructurar
y destruir las bases comunitarias en las que descansan y se asientan las
poblaciones mayas respondió a un plan perfectamente diseñado y planificado por
parte de la inteligencia militar. La forma como se desarrolló la violencia por
parte del Ejército y otros aparatos del Estado, así como la intencionalidad con
la que ésta se materializó durante el conflicto guatemalteco no responde a un
proceder coyuntural y aislado, sino a una política superior estratégicamente
planificada que se tradujo en acciones que siguieron una secuencia lógica y
coherente. Como señala al respecto Jennifer Schirmer,
es necesario proceder a un análisis estructural de la violencia como parte
intrínseca de la lógica de la contrainsurgencia, desterrando la interpretación
de las violaciones masivas de derechos humanos en Guatemala como algo
irracional y fruto de comandantes incontrolables y sanguinarios. Supuso la
materialización de un plan perfectamente diseñado y llevado a cabo de destrucción
de las bases culturales y físicas de las comunidades mayas. Es por ello, que,
de un análisis somero de las distintas tipologías de violencia ocurridas
durante la contienda armada, podemos concluir diciendo que entre las distintas
opciones de las que dispuso el estado guatemalteco para operar durante el
conflicto armado, optó por aquellas que causaron un mayor sufrimiento y un
mayor costo de vidas humanas a la sociedad civil no combatiente. Es ilustrativo
en este sentido el parecer de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico,
cuando afirma: “Los actos perpetrados con la intención de destruir total o
parcialmente a numerosos grupos mayas no fueron actos aislados o excesos
cometidos por tropas fuera de control, ni fruto de eventual improvisación de un
mando medio del Ejercito... Muchas de las masacres cometidas en contra de tales
grupos respondieron a una política superior, estratégicamente planificada que
se tradujo en acciones que siguieron una secuencia lógica y coherente” (numeral
120). Asimismo, se perciben claramente indicios de racismo en la política
represiva desencadenada en Guatemala. Como se señala al respecto en el informe remhi, “en muchas ocasiones, las
acusaciones contra las poblaciones indígenas por parte del Ejército utilizaron
los prejuicios racistas como parte de la justificación de la violencia... Los
comportamientos y trato a las víctimas estaban cargados de malestar” por esa
actitud de indio levantado”. Es decir, el componente racista presente en todos
los estratos de la sociedad guatemalteca contribuyó a que luego veremos y que
la intención de dicha represión fuera la destrucción social, cultural e,
incluso, física de la propia comunidad” (…) “De hecho, la mayor parte de las
víctimas del conflicto pertenecían a las comunidades mayas. En este sentido, el
Informe elaborado por la ceh,
Memoria del Silencio, en sus numerales 1y 2, pone de manifiesto que de los
42275 casos investigados y verificados, el 83% de las víctimas plenamente
identificadas eran mayas y el 17% ladinos.(…) Por lo tanto como podemos
comprobar, la violencia desatada contra las comunidades mayas ha estado teñida
e impregnada de discriminación y del desprecio más absoluto hacia los elementos
definitorios de su identidad, con la clara intencionalidad de “destruir la identidad
social” de las comunidades mayas”[12].
Este exterminio de un grupo étnico y nacional determinado
pudo llevarse a cabo porque la oligarquía guatemalteca consideraba al
aniquilamiento no solamente posible, sino también deseable y conveniente.
La condición de des-existencia de los mayas en la sociedad
guatemalteca, su histórica exclusión social, los había transformado en “no
sujetos”, aquellos que los sectores dominantes, en su momento, hacían como que
no veían en el paisaje social, pero que, sumados ahora a una militancia
insurrecional o de mera toma de conciencia de su condición de explotados, los
tornaba absolutamente “peligrosos” para el orden impuesto y los intereses
afines de una clase fuertemente influyente en materia de políticas públicas de
control social punitivo.
La mera circunstancia de que el indígena abandonara su
condición de objeto de la historia para intentar convertirse en sujeto de la
misma, incorporándose masivamente a la vida política a través de estas
organizaciones insurreccionales, movilizó en las clases dominantes
guatemaltecas un “inconsciente colectivo” genocida, que añadía al miedo a la
rebelión del indio los seculares y brutales prejuicios racistas que incluían,
explícita o implícitamente, el deseo de exterminio[13]:
“La ideología de la “inferioridad de los indios” se construyó con base en las
teorías aristotélicas de la desigualdad natural, para justificar a
posteriori el régimen de subordinación y explotación de los indígenas, así como
los límites que pusieron a sus atribuciones. Bajo esta ideología se decía que
los indios no tenían capacidad de entendimiento suficiente, no podían
gobernarse, ni podían inteligir el derecho natural. Eran los españoles quienes,
como hermanos mayores, debían enseñarles las leyes y poner límite a las
costumbres “bárbaras” de los indios”. Así, los indígenas
fueron “encomendados” a los españoles, para su evangelización a cambio de su
trabajo. La “herencia del encomendero” es un símil que recuerda que los rasgos
de arbitrariedad y violencia han estado presentes en las más diversas
relaciones sociales respecto de la población indígena (…). “Debe recordarse que
las pautas de violencia en una sociedad tienden a generalizarse. Se copian o se
imitan, se difunden por todo el cuerpo social y se reproducen de una a otra
generación. El racismo, consciente o inconsciente, es un factor muy importante
en la explicación de muchos de los actos desmedidos de violencia cometidos a lo
largo de la historia de Guatemala y del enfrentamiento armado. En la mentalidad
racista, cualquier movilización indígena trae a la mente la imagen atávica del
levantamiento. En este sentido, puede considerarse que el racismo también
estuvo presente en los momentos más sangrientos del enfrentamiento armado,
cuando se castigó a la población indígena como si fuese un enemigo a vencer”[14].
En consecuencia, es posible afirmar que el genocidio
encarna en este caso la máxima expresión del racismo, su fase superior, que,
concibiendo al indígena como su enemigo interno, desató contra este grupo
racial una práctica de aniquilamiento reconocida por las normas del Derecho
Internacional en sendas oportunidades.
En una de ellas, a través del pronunciamiento de la
Comisión de Esclarecimiento Histórico; en la otra, como resultado de una
conclusión emitida por el Tribunal Permanente de los Pueblos en 1973[15].
Por eso, si se analizan detenidamente las regularidades de
hecho que evidenciaba el proceso represivo, salta a la vista la intencionalidad
previa de deshacerse de un determinado grupo social, pulsión criminal asentada
en códigos indudablemente raciales, tendientes a destruir las formas de
coaligación y relacionamiento social preexistentes entre el grupo de víctimas,
para sustituirla por otras.
En aquellos supuestos en que los perpetradores llevaban a
cabo la destrucción social de las comunidades (varios centenares de ellas
fueron literalmente borradas de la faz de la tierra) sin atender a condiciones
de edad, género o grado de involucramiento de las víctimas en el conflicto, es
obvio que se intentaba destruir las
bases culturales y sociales mismas de la
comunidad, su estructura de supervivencia y su posible organización política.
Los ataques se realizaban en fechas de especiales
congregaciones públicas y en todo momento los que llevaban a cabo el etnocidio
se comunicaban con sus superiores, lo que da una idea de que se estaba ante un
proyecto mayor de exterminio premeditado, determinado en cuanto a sus víctimas
y llevado a cabo mediante tecnologías de poder distintas según los casos, con
un alto contenido simbólico, ejemplificador y desmovilizador[16].
Cuando los perpetradores dejaban abandonados a la vista del
público los cuerpos de los muertos, o los destrozaban, estaban simbolizando la
denigración de las personas y de su dignidad, que en el caso del pueblo maya
tiene un marcado carácter cultural.
Algo similar ocurría cuando los hechos de violencia se
cometían a propósito en lugares sagrados o de culto, y cuando para la
destrucción de las viviendas de las comunidades se utilizaba el incendio, dado
el carácter simbólico que el fuego tiene para los mayas y, en general, para la
mayoría de las civilizaciones originarias americanas.
De la misma manera, al obligar a los propios miembros de la
comunidad a colaborar en asesinatos u otro tipo de atentados contra sus pares,
daba cuenta de un objetivo de deteriorar las relaciones de confianza y
solidaridad del grupo, haciendo co-partícipes del genocidio a la propia
comunidad.
Estas prácticas, lejos de constituir episodios aislados, se
convirtieron en una constante de singular relevancia para destruir las formas
de reracionamiento social y la cultura de los pueblos originarios: “Todo ello
permitió a su vez exonerar de responsabilidad directa al Ejército como autor
intelectual de las matanzas y sucesivas violaciones de derechos humanos, al ser
sustituido en su ejecución material por los indígenas que integraban las
patrullas, lo que contribuyó a generar un gran sentimiento de culpabilidad en
muchos de ellos (…). Toda esta dinámica se fue completando a través de la
puesta en marcha de diferentes prácticas, mereciendo entre ellas una atención
especial aquella que el Ejército denominó como política de “mayificación o del
maya autorizado” que, como su propio nombre indica, se trataba de una
estrategia orientada a la construcción de un país nuevo y de una Guatemala
nueva, así como al restablecimiento de la democracia bajo la integración y
asimilación del maya. Desde esta perspectiva, el Ejército y demás aparatos del
Estado siguieron considerando al indígena como alguien que necesitaba ser
domesticado, socializado y ladinizado. Para tal propósito, se impuso como
idónea la política de mayificación, que consintió en la apropiación e
indiscriminada instrumentación por parte del Ejercito de símbolos mayas, con el
propósito de borrar la memoria histórica del pueblo, vaciando su idiosincrasia
cultural de contenido y, todo ello, completado con un ingente esfuerzo de
interpretación de lo cultural indígena desde patrones exclusivamente ladinos
aplicados por el Ejército”[17].
Según datos oficiales, en menos de dos años se aniquiló a
más de 200.000 indígenas, se produjeron innumerables desapariciones
forzadas de personas, se contabilizan 500.000 refugiados, y poblados enteros
borrados de la faz de la tierra, principalmente a través de incendios
intencionales, efectuados aprovechando la connotación cultural que entre los
mayas tiene el fuego, torturas y violaciones masivas[18].
Si bien Ríos Montt
fue derrocado por otro golpe de Estado dado en su contra en el año 1985, nunca
debió responder por las prácticas genocidas perpetradas contra un grupo
mayoritario de la población por sus peculiaridades étnicas, al que previamente
se lo definió como enemigo interior y se dispuso su exterminio, pese a las
denuncias que hiciera hasta la propia Rigoberta Menchu[19].
Esta increíble de falta de respuestas en materia de verdad, justicia y
reparación respecto de un verdadero
etnocidio, propia de una débil democracia, ha permitido que Ríos Montt se volviera a presentar como
candidato a presidente de su país, provocando el pánico de las poblaciones
indígenas frente a la posibilidad real de que el máximo acusado de genocidio en
el conflicto, descripto por los analistas del conflicto como un “asesino
serial”[20],
pudiera acceder nuevamente a la primera magistratura, legitimado por el propio
sistema; lo que además le hubiera significado un importante reaseguro frente a
la posibilidad de ser perseguido por delitos contra la humanidad.
La falta de respuestas institucionales respecto de los responsables
del genocidio ha contribuido a consolidar y reproducir una cultura de la
impunidad y una deslegitimación de las agencias institucionales al interior de
la sociedad guatemalteca, sindicada como una de las más violentas del mundo.
Actualmente, el 97% de los asesinatos de todo tipo
cometidos en Guatemala quedan impunes. La exclusión, la privación relativa, el
racismo, la delincuencia de calle o de subsistencia, el tráfico de drogas, el
crimen organizado y la corrupción crecen en el país. La violencia, si bien no
siempre es imputable a las fuerzas de seguridad, pone de manifiesto la
indiferencia, la incapacidad o la complicidad de éstas para prevenir, disuadir
o conjurar semejante escalada de conflictividad social[21].
Por otro lado, en muchos casos son los propios habitantes
los que apelan a mecanismos de justicia violenta por mano propia, linchando en
sus escaladas vindicativas a los presuntos responsables de delitos o crímenes
(entre 1996 y 2000 se registraron más de 400 casos, que dejaron 200 muertos).
Los enfrentamientos entre bandas armadas (las conocidas
“maras”), el asesinato de chicos de la calle por parte de grupos de “limpieza
social” (milicias privadas pagadas por los sectores pudientes de la población
para proteger sus bienes) y los casos de justicia por mano propia están en
notable incremento en un país que además practica la pena de muerte. “Según las
estadísticas policiales, los asesinatos aumentaron el año pasado en un 23%,
pasando de 4.346 en 2004 a 5.338 en 2005, para una población de 12 millones de
habitantes”[22], en lo
que puede leerse como una consecuencia derivada del genocidio más claramente
silenciado de América Latina.
La victoria ulterior del candidato socialdemócrata Alvaro Colom, ante el general derechista Otto Pérez Molina, permitía albergar razonables expectativas respecto de la posibilidad de que Guatemala pudiera fortalecer y consolidar sus instituciones, impulsar formas de producción de verdad, de consolidación de los procesos de memoria, verdad, justicia y reparación, que sería el único camino consistente que permitiría, a su vez, profundizar las formas democráticas, recomponer el tejido social, disminuir los estándares de violencia y obtener una aceptable calidad de sus instituciones[23]: “Nunca antes Guatemala tuvo un gobierno de este corte político, con inclinaciones socialdemócratas, tal como se las entiende y practica en América Latina. El voto rural -esto es, mayoritariamente indígena y ladino- prevaleció por sobre el voto urbano, en principio proclive al ex general. (…) De familia “de izquierdas”, el Presidente electo es ingeniero industrial egresado de la Universidad de San Carlos, la más grande y prestigiosa del país. Fue autoridad universitaria y también incursionó en la actividad empresarial. (…) Desde 1991 hasta poco después de la firma de la paz estuvo a la cabeza del fonapaz, desde donde pudo implementar políticas de cooperación para el reasentamiento de los "retornados" (refugiados que regresan) y para la instalación de los sectores más humildes de la población guatemalteca. Como líder de la Unión Nacional de la Esperanza (UNE) compitió en tres ocasiones por la presidencia de la República. La tercera fue la vencida. (…) Álvaro Colom tiene la oportunidad de construir el Estado; la ciudadanía y la comunidad internacional, la de acompañarlo”[24].
La Comisión de Enjuiciamiento Histórico de Guatemala,
creada por el Acuerdo de Oslo en 1994, con el objetivo de “esclarecer con toda
objetividad e imparcialidad las violaciones a los derechos humanos y los hechos
de violencia que han causado sufrimiento a la población guatemalteca”, concluyó
en el prólogo de su recordado Informe “Memoria del silencio”: “Miles son los muertos. Miles son los deudos.
La reconciliación de quienes quedamos no es posible sin justicia”[25].
Según refiere Mattarollo,
parecería que la situación de Guatemala (“el país de la región en el que por
primera vez una Comisión de establecimiento de hechos -como la CEH- estimó que
se había cometido un genocidio en el sentido de la Convención de Naciones
Unidas sobre ese crimen”[26])
se encamina trabajosamente a saldar esta tragedia a través de la justicia. “El
7 de julio de 2009, la Corte de Constitucionalidad -el máximo tribunal del país
centroamericano- por unanimidad de sus cinco magistrados, consideró aplicable
la figura de la desaparición forzada, a las cometidas entre los años 1982 a
1984, aún cuando esa conducta recién fue incorporada como delito autónomo al
Código penal en 1996. La Corte considera que la desparición forzada es un
delito continuado o permanente que cesa de comterse recién con la aprición con
vida de la víctima o con el esclarecimiento del caso” (…) “El alto tribunal
recuerda que el Ministerio Público, basándose en la Convención Interamericana
sobre Desaparición Forzada de Personas, ha calificado la práctica sistemática
de este delito como un crimen de lesa humanidad” (…) “Costó cinco años de lucha al Centro de Acción Legal
en Derechos Humanos y a la Asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos
en Guatemala lograr el procesamiento del actual alcalde y ex comisionado
militar”[27], Felipe
Cusanero Coj, acusado por la desaparición de 6 indígenas entre 1982 y 1984, en
lo que significa el primer juicio penal que se lleva a cabo en Guatemala por
ese delito[28].
Este dato y otros aspectos determinaron que la Comisión
entendiera que se había cometido en el país centroamericano un genocidio en los términos en que lo
tipifica la Convención de las Naciones Unidas para la Prevención y Sanción de
este delito, en lo que fue la primera conclusión asertiva a la que en este sentido se arribara en la
región. “En efecto, en sus conclusiones la CEH afirma (párrafo 11) “(…) que
agentes del Estado de Guatemala, en el marco de las operaciones
contrainsurgentes realizadas entre los años 1981 y 1983, ejecutaron actos de
genocidio en contra de grupos del pueblo maya (…)”[29].
Sin embargo, también en este caso, la naturalización y el
negacionismo lograron invisibilizar frente a una opinión pública internacional llamativamente
pasiva, un genocidio racista de proporciones descomunales.
Recién en el año 2012, Ríos Montt
fue acusado formalmente de delitos contra la humanidad en Guatemala, y se
encuentra ahora cumpliendo arresto domiciliario en el marco del proceso que se
le sigue[30].
En noviembre del año 2011, la derecha,
representada por el general retirado Otto Pérez
Molina, ha vuelto a ganar las elecciones en Guatemala. Algunas crónicas
de los comicios daban cuenta del temor que había ganado a algunos
sectores de la población, principalmente en la indígena, que vinculaban al entonces presidente electo con
la masacre ocurrida en el país. “Ante la Organización
de Naciones Unidas (ONU) fue presentada una denuncia contra Pérez Molina, en la que fue detallada que
“el candidato presidencial estuvo directamente involucrado en el uso
sistemático de tortura y en actos de genocidio durante el conflicto interno en
Guatemala entre 1960-1996”[31].
La presidencia de Pérez Molina no es el único retroceso que debe lamentar la historia política guatemalteca. Por cuestiones procesales, el juicio a Ríos Montt se halla empantanado, y el fantasma de la impunidad se cierne sobre la conciencia de los vivos, en lo que supone, finalmente, una dura y explícita advertencia del sistema imperial contra todas las democracias latinoamericanas, en materia de delitos contra la Humanidad.
La presidencia de Pérez Molina no es el único retroceso que debe lamentar la historia política guatemalteca. Por cuestiones procesales, el juicio a Ríos Montt se halla empantanado, y el fantasma de la impunidad se cierne sobre la conciencia de los vivos, en lo que supone, finalmente, una dura y explícita advertencia del sistema imperial contra todas las democracias latinoamericanas, en materia de delitos contra la Humanidad.
[1]
Cantón, Manuela: “Bautizados en fuego: protestantes, discursos de
conversión política en Guatemala (1989-1993)”, Guatemala, CIRMA, 1998.
[2] Asturias,
Miguel Angel, citado por Rodolfo Mattarollo,
en “Un fallo histórico en Guatemala:las desapariciones son declaradas
imprescriptibles”, capítulo 7 del libro
“Noche y niebla y otros escritos sobre Derechos Humanos, Ediciones Le Monde
Diplomatique (el Dipló), Buenos Aires, 2010, p. 107.
[3] Casaús
Arz, Marta: “El Genocidio: la
máxima expresión del racismo en Guatemala: una interpretación histórica y una
reflexión”, Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, p. 3, que está disponible en http://
nuevomundo.revues.org/57067.
[4] Casaús Arzú,
Marta: “El Genocidio: la máxima
expresión del racismo en Guatemala: una interpretación histórica y una
reflexión”, Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, p. 3, que está disponible en http://
nuevomundo.revues.org/57067.
[5]
Marseille, Stéphanie: “Las múltiples caras de los militares
latinoamericanos”, Le Monde Diplomatique (el Dipló), Edición 53, Noviembre de
2003, pp. 8 y 9.
[6] Argenpress.info, edición del 30 de agosto de 2011,
disponible en http://www.argenpress.info/2011/08/
develan-magnitud-de-experimentos-de.html
[7] Casaús
Arzú, Marta: “El Genocidio: la máxima expresión del racismo en Guatemala: una interpretación
histórica y una reflexión”, Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, p. 3, que está
disponible en http:// nuevomundo.revues.org/57067.
[8]
http://tepatoken.com/historia/el-genocidio-en-guatemala-1982-1985/
[9]
http://tepatoken.com/historia/el-genocidio-en-guatemala-1982-1985/
[10] Gómez Isa, Felipe (coordinador): “Racismo y
genocidio en Guatemala”, 2004, Editorial Hirugarren Prentsa S.L., Donostia -
San Sebastián pp. 40 y 41, que se encuentra disponible en http://
www.mugengainetik.org/archivos/racismo%20y%20genocidio%20en%20guatemala.pdf
[11] Gómez
Isa, Felipe (coordinador): “Racismo y genocidio en Guatemala”, 2004,
Editorial Hirugarren Prentsa S.L.,
Donostia – San Sebastián p. 5, que se halla disponible en www.mugengainetik.org/archivos/ racismo%20y%20genocidio%20en%20guatemala.pdf -
[12] Gómez
Isa, Felipe (coordinador): “Racismo y
genocidio en Guatemala”, 2004, Editorial Hirugarren Prentsa S.L., Donostia -
San Sebastián p. 17, disponible en http://www.mugengainetik.org/archivos/
racismo%20y%20genocidio%20en%20guatemala.pdf
[13] Casaús
Arzú, Marta: “El Genocidio: la máxima expresión del racismo en Guatemala: una interpretación
histórica y una reflexión”, Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, p. 11, que se encuentra
disponible en http://nuevomundo.revues.org/57067.
[14]
“Guatemala: memoria del silencio”, que se encuentra disponible en http://shr.aaas.org/
guatemala/ceh/mds/spanish/cap1/chist.html
[15] Casaús
Arzú, Marta: “El Genocidio: la máxima expresión del racismo en Guatemala: una
interpretación histórica y una reflexión”, Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, p. 1,
que está disponible en http:// nuevomundo.revues.org/57067. La aparición
–también en el caso guatemalteco- del Tribunal Permanente de los Pueblos,
permite observar la relevancia de los Tribunales de Opinión en un contexto
donde los organismos de Justicia internacional parecen seguir únicamente los
designios de los vencedores.-
[16] Casaús Arzú,
Marta: “El Genocidio: la máxima
expresión del racismo en Guatemala: una interpretación histórica y una
reflexión”, Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, p. 1, que está disponible en http://
nuevomundo.revues.org/57067. En verdad, los genocidios, como práctica social de
exterminio y dominación, impactan también sobre los proyectos autonómicos
nacionales, produciendo un retroceso cultural, al que no escapa el estado de la
conciencia de las víctimas.
[17] Gómez
Isa, Felipe (coordinador): “Racismo y
genocidio en Guatemala”, 2004, Editorial Hirugarren Prentsa S.L., Donostia -
San Sebastián pp. 40 y 41, que se encuentra disponible en http://
www.mugengainetik.org/archivos/racismo%20y%20genocidio%20en%20guatemala.pdf
[18] Marseille,
Stéphanie: “Las múltiples caras de los militares latinoamericanos”, Le Monde
Diplomatique (el Dipló), Edición 53, Noviembre de 2003, p. 8 y 9.
[19] Ramírez Orozco-Souel, Paola: “Guatemala
al Consejo… de Inseguridad”, Le Monde Diplomatique (el Dipló), Edición 87,
septiembre de 2006, p. 28.
[20] Marseille,
Stéphanie: “Las múltiples caras de los militares latinoamericanos”, Le Monde
Diplomatique (el Dipló), Edición 53, Noviembre de 2003, pp. 8 y 9.
[21] Ramírez Orozco-Souel, Paola: “Guatemala al Consejo… de Inseguridad”, Le Monde
Diplomatique (el Dipló), Edición 87, septiembre de 2006, p. 28
[22] Ramírez Orozco-Souel,
Paola: “Guatemala al Consejo… de Inseguridad, Le Monde Diplomatique (el Dipló),
Edición 87, septiembre de 2006, p. 28.
[23] Pinto, Mónica:
“La oportunidad de construir el Estado”, Le Monde Diplomatique (el Dipló),
Edición 102, diciembre de 2007, pp. 6 y
7.
[24] Pinto,
Mónica: “La oportunidad de construir el Estado”, Le Monde Diplomatique (el
Dipló), Edición 102, diciembre de 2007, pp.
6 y 7.
[25] Mattarollo,
Rodolfo: “Histórico fallo en Guatemala”, edición digital del 10 de agosto de
2009 del diario Página 12, http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-129726-2009-08-10.html
[26]
Mattarollo, Rodolfo: “Un fallo histórico en Guatemala: las desapariciones
son declaradas imprescriptibles”, capítulo 7 del libro “Noche y niebla y otros
escritos sobre Derechos Humanos, Ediciones Le Monde Diplomatique (el Dipló),
Buenos Aires, 2010, p. 109.
[27] Mattarollo,
Rodolfo: “Un fallo histórico en Guatemala:las desapariciones son declaradas
imprescriptibles”, capítulo 7 del libro “Noche y niebla y otros escritos sobre
Derechos Humanos, Ediciones Le Monde Diplomatique (el Dipló), Buenos Aires,
2010, pp. 107 y 108.
[28] Mattarollo,
Rodolfo: “Un fallo histórico en Guatemala: las desapariciones son declaradas
imprescriptibles”, capítulo 7 del libro “Noche y niebla y otros escritos sobre
Derechos Humanos, Ediciones Le Monde Diplomatique (el Dipló), Buenos Aires,
2010, pp. 107 y 108.
[29] Mattarollo,
Rodolfo: “Un fallo histórico en Guatemala: las desapariciones son declaradas
imprescriptibles”, capítulo 7 del libro “Noche y niebla y otros escritos sobre
Derechos Humanos, Ediciones Le Monde Diplomatique (el Dipló), Buenos
Aires, 2010, p. 109.
[30]
Edición del Diario La Nación del 27 de enero de 2012, que se encuentra disponible en
http://www.lanacion.com.ar/1443849-guatemala-el-ex-dictador-rios-montt-quedo-bajo-arresto-domiciliario-al-ser-juzgado-por-crime
[31]
Edición del 7 de noviembre de 2011 de Cubadebate, disponible en http://www.cubadebate.cu/noticias/2011/11/07/otto-perez-molina-gana-elecciones-en-guatemala/