Es de
reconocer que el impacto ha sido de tal magnitud que ha logrado transformar las
predicciones y certezas habituales de los analistas económicos, en incógnitas
diversas, hasta ahora sin respuestas.
Las
preguntas de los economistas y las distintas agencias estatales mundiales se
reparten entre las irresueltas incógnitas que
intentan diagnosticar el alcance, la duración y la profundidad de estas
drásticas transformaciones, y las que se plantean “qué
hacer” frente a las mismas.
Hasta
ahora, el sistema ha intentado recomponerse con rápidos reflejos y pragmáticas
recetas, adoptadas a partir de la crisis estadounidense y luego mundial,
mediante un paquete de medidas duramente ortodoxas que se direccionan a
auxiliar financieramente a la banca, a costa de brutales ajustes y recortes del
gasto público de los Estados, que impactan, como siempre ocurre, en el bolsillo
y la economía de los sectores populares.
Pero las
verdaderas y últimas razones de la crisis, su
naturaleza y sus consecuencias sociales, constituyen cuestiones no
dilucidadas por parte de los operadores financieros, las corporaciones
multinacionales y los medios de comunicación occidentales. La magnitud del
quebranto ha provocado también disidencias al interior de los intelectuales
progresistas de todo el mundo.
Algunos piensan al respecto lo siguiente: “Esta crisis financiera
no es el fruto del azar. No era imposible de prever, como pretenden hoy altos
responsables del mundo de las finanzas y de la política. La voz de alarma ya
había sido dada hace varios años, por personalidades de reconocido prestigio.
La crisis supone de facto el fracaso de los mercados poco o mal regulados, y
nos muestra una vez más que éstos no son capaces de autorregularse. También nos
recuerda que las enormes desigualdades de rentas no dejan de crecer en nuestras
sociedades y generan importantes dudas sobre nuestra capacidad de implicarnos
en un diálogo creíble con las naciones en desarrollo en lo que concierne a los
grandes desafíos mundiales”[1].
Otros, por
el contrario, exigen desde el centro del poder financiero que “el sistema
financiero debe ser recapitalizado, en este momento, probablemente con ayuda
pública. En la base de esta crisis se encuentra el hecho de que el sistema
financiero, como un todo, dispone de poco capital. Aun cuando el sistema se
está encogiendo y los malos activos están siendo eliminados, muchas
instituciones seguirán careciendo de capital suficiente para proveer de manera
segura crédito fresco a la economía. Es posible para el Estado proveer capital
a bancos en formas que no impliquen la nacionalización de éstos. Por ejemplo,
muchos miembros del FMI en una situación similar en el pasado han combinado
inyecciones de capital privado con acciones preferenciales y estructuras de
capital que dejan el control de la propiedad en manos privadas”[2].
Los menos,
prefieren la cautela y admiten la falta de insumos conceptuales para
diagnosticar con alguna precisión las consecuencias futuras: “Cuando intentamos comprender un fenómeno tan complejo como
la crisis financiera actual, la primera palabra que surge es modestia. Modestia
respecto del alcance de los conocimientos que tenemos los economistas para
entender lo que está sucediendo; no digamos para aventurar lo que pueda
acontecer”[3].
Lo que no
resulta materia de disputa, hasta ahora, es que la realidad social planetaria,
a partir de la crisis, será mucho más “riesgosa” todavía, producto del descalabro de las grandes variables
económicas y financieras y las nuevas dinámicas sociales que han transformado
al riesgo en la categoría conceptual
que sintetiza y torna inteligible la realidad global; a la incertidumbre como
un dato objetivo de las nuevas sociedades, al miedo (al delito y al “otro”) en un articulador de la vida
cotidiana y al Derecho penal en un fabuloso instrumento de control y dominación
de esas tensiones sociales cada vez más profundas.
Ahora bien, aún aceptando que la presión imperialista alcanzará ribetes y formas inéditas, las formas de dominación responderán a un diseño diferente. Es probable que nos alejemos cada vez más del riesgo de una gran guerra como forma de resolución de las crisis imperiales, para asistir a la reproducción y multiplicación de guerras de baja intensidad u operaciones policiales de altísima intensidad como instrumentos futuros de control social punitivo, económico y cultural.
Esos instrumentos, además, tendrán como protagonistas, en el primero de los casos, a las fuerzas armadas regulares que retroalimentan imprescindiblemente el complejo industrial militar. Pero el segundo de los supuestos seguramente incorporará como nuevas guardias pretorianas de intervención, a las policías, los servicios penitenciarios y las propias burocracias judiciales. No son pocos los ejemplos que podemos encontrar en América Latina, respecto de estas dos primeras novísimas tecnologías de derrocamiento, y Ghana y Griesa parecen alertar sobre la última de las posibilidades enumeradas.
La condena reciente a la Argentina a pagar a los fondos buitres (demanda que instauraron también "ahorristas" argentinos) no puede desagregarse de una nueva manera de ejercer una democracia "coactiva" que amenaza con llevarse puestas otras negociaciones y quitas de deudas públicas que empiezan a inquietar incluso a los países centrales. No en vano la propia reserva federal de EEUU advirtió al magistrado sobre las consecuencias probables de su fallo, y la prensa europea se ha hecho eco inmediato de las implicancias que esa decisión puede tener para una región en profunda crisis. Advierte el diario El País, en su edición digital del día de la fecha: "La decisión de un tribunal de EE UU sobre el pago de la deuda argentina puede generar problemas a países en dificultades....En todo caso, no es solo la suerte de Argentina la que está en juego. El caso ha disparado las alarmas de los países que han renegociado o piensan renegociar sus deudas, como Grecia. Si la justicia hace pasar por delante a los que rechazan un acuerdo sobre los que aceptan las quitas, las estrategias del FMI y del Banco Mundial se pueden venir abajo".
En todo caso, Argentina está sacando los pies del plato y debería pagar por ello. Las referencias infantiles a los excesos retóricos de funcionarios nacionales constituyen un argumento pueril que subestima la inteligencia de los lectores, aunque no faltarán aquellos que crean o se aferren a echar las culpas a la gestión del gobierno, como de ordinario hacen.
Más allá de la delicada operación de ingeniería jurídica que demanda la coyuntura, lo cierto es que es necesario advertir de qué manera las formas de sometimiento incluirán, de aquí en más, las decisiones de los tribunales jurisdiccionales, internos o internacionales. Lo que equivale a enfrentar una forma no convencional de disciplinamiento de los indóciles, hasta ahora no suficientemente explorada.
[1] Delors, Jacques y Santer, Jacquees, ex presidentes de la Comisión Europea;
Helmut Schmiidt, ex canciller
aleman; Máximo d'Alema, Lionel Jospin, Pavvo Lipponen, Goran Persson,
Poul Rasmussen, Michel Rocard, Daniel Daianu, Hans Eichel,
Par Nuder, Ruairi Quinn y Otto Graf Lambsdorf: “La crisis no es el fruto del azar”,
disponible en http://www.lainsignia.org/2008/junio/int_002.htm
[2] Strauss-Kahn, Dominique, edición
del día 23 de septiembre de 2008 del
diario “La Nación”, disponible en http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1052547
[3]
Torrero Mañas, Antonio: “La crisis financiera internacional”,
Instituto Universitario de Análisis Económico y Social”, Universidad de Alcalá,
texto que aparece como disponible en
http://www.iaes.es/publicaciones/DT_08_08_esp.pdf