“Si el general Petraeus pudiera lograr en Irak lo que Putin logró en Chechenia, sería coronado rey. La pregunta clave es aquí si aplicamos para nosotros los mismos estándares que les aplicamos a otros”1.
“No hay que dejarse atrapar por el prestigio de los escándalos (….) No son ellos los que dan cuenta del desarrollo histórico. Los regímenes y los sistemas económicos y políticos no mueren jamás por sus escándalos. Mueren por sus contradicciones. Es absolutamente otra cosa”2.
Asistimos a la que se presenta como la crisis más profunda del capitalismo global desde su primer colapso durante la gran depresión del 29', que al parecer no solamente no ha terminado sino que amenaza con alcanzar proporciones cataclísmicas, que ponen en uestión los paradigmas unidimensionales del fin de la historia que proclamaba Francis Fukuyama (foto), cuya hegemonía duró apenas dos décadas. En ese lapso, el pensamiento conservador, sus lógicas y narrativas, no solamente se expandieron rápidamente y con inusual éxito por los países más poderosos de la tierra, sino que al influjo de las nuevas recetas neoliberales, las regiones más desfavorecidas del mundo adhirieron también a diferentes programas que poseían esa misma impronta ideológica. El Consenso de Washington hizo lo suyo y las experiencias políticas de las décadas del 80' y 90' en América Latina así parecen atestiguarlo. Se trató, al final de cuentas, del paradigma hegemónico más corto de la historia humana. En menos de 20 años -un instante en términos históricos- la realidad objetiva planetaria conoce ya que el mercado ha demostrado su imposibilidad de contribuir sino a experiencias espantosas de depredación e inequidad, de proporciones inusitadas en todo el mundo, a una concentración de la riqueza sin precedentes, una consecuente diseminación de la exclusión y la pobreza a escala ecuménica (la fortuna de las 400 personas más ricas del mundo equivale al patrimonio de 2300 millones de seres humanos), y una crisis de proporciones y consecuencias -como decimos- hasta ahora desconocidas. No solamente las fuerzas productivas, sino más propiamente el sistema financiero desbordaron las fronteras de los estados nacionales, esencia misma de la globalización. “En los quince años transcurridos desde entonces, el mundo imperialista no aprendió nada ni olvidó nada. Sus contradicciones internas se agudizaron. La crisis actual revela una terrible desintegración social de la civilización capitalista, con señales evidentes de que la gangrena avanza”, decía León Trotsky en 19326, en un escrito que parece demostrar la inexorabilidad de las crisis del capitalismo y su carácter cíclico de profecía autocumplida. No obstante, la propia dinámica de la realidad objetiva parece acercarnos algunas pautas para intentar entender algunos aspectos fundamentales. Así, podemos afirmar que asistimos a una crisis global sin precedentes, donde -como ya hemos dicho- cruje el paradigma hegemónico más breve de la historia humana. Luego, que el mundo no será el mismo a partir de la crisis, y que podemos asistir a una nueva relación de fuerzas ecuménicas, en lo que importaría la superación del concepto de la unipolaridad. Por lo demás, las dificultades en la caracterización y la profundidad de la misma, contrastan con la rápida puesta en práctica de una batería de medidas que apuntan a superar una pretendida “crisis de confianza” de los mercados, otorgando un crédito inicial de 700 billones de dólares a los bancos, ponen al descubierto la autonomía relativa de un Estado que -pese a declamar la representatividad del conjunto social- restringe la misma a la tutela de las entidades reproductoras y asegurativas del capitalismo financiero, mientras los analistas de CNN sugieren a los temerosos ciudadanos restringir sus gastos en restaurantes. Finalmente, que las nuevas inseguridades que se agregan a las múltiples ya existentes en la "sociedad global de riesgo", autorizan a indagar si habrá algún intento imperial de superar la misma, también en este caso, mediante la guerra, que en realidad debe entenderse como una batería de intervenciones policiales a nivel internacional. Y si las nuevas ideologías securitarias impactarán en la región de la mano de una hipertrofia del punitivismo prevencionista y peligrosista, que luego de "reinventar" un enemigo, proponga la vigencia de un nuevo sistema de creencias y representación global, que implique una obligada desformalización y funcionalización de los sistemas penales internos y del derecho penal internacional.
Es menester entonces dar en la Argentina, y desde América Latina, una discusión sostenida desde la sociedad y el Estado, reivindicando la amplitud del concepto de seguridad humana, que es central justamente en el marco de una sociedad que, como pocas, ha sufrido las inseguridades que el capitalismo tardío marginal depara. La convalidación de una percepción reaccionaria de la “inseguridad”, únicamente se comprende a partir de una declinación en el plano discursivo, cooptado y rellenado a su imagen y conveniencia por los sectores más conservadores de la sociedad, que además se escudan en el “cumplimiento de la ley” como forma de disciplinamiento ritual.
Es que las nuevas formas de dominación obligan a ocultar la verdadera ideología de sus mentores y ejecutores políticos. Asistimos a una sociedad que naturaliza fenómenos tales como el aumento exponencial de la población reclusa, el deterioro de las libertades civiles y un enfrentamiento declarado y continuo contra las “clases peligrosas” 7; una guerra que se comporta como un instrumento totalizante de control social y custodia de un sistema, que no tiene fin, donde se confunden ensayos militares de baja intensidad, y lógicas y prácticas policíacas de alta intensidad, donde las relaciones internacionales y la política interior tienden a confundirse y a difuminarse las diferencias en la visualización de un enemigo que en las guerras pasadas, libradas por estados soberanos, existía siempre en el “afuera”.Las experiencias políticas en los estados convenientemente debilitados, en los que la “lucha contra el delito” se vuelve indispensable para la legitimación de los mismos, demuestran que estas irrupciones conducen a regímenes autoritarios y policiales, que conservan las formas extrínsecas aparentes de la democracia,8 La lógica de la “enemistad” y una práctica de la desconfianza permanente, impiden hacia el interior de estas sociedades, advertir los términos de las contradicciones fundamentales, y las opiniones se banalizan generalmente respecto de cuestiones personales escandalosas o, a lo sumo, se entretienen en el control rumoroso de hechos que juzgan socialmente reprochables, incluso la corrupción estatal, justamente porque permiten distinguir maniqueamente a los buenos de los malos; a los amigos de los enemigos, a quienes -como es obvio- tampoco les cabe “ni justicia”.
Esta “desideologización” de lo político, implica que las luchas sociales no se comprenden más como una confrontación entre sistemas que se excluyen, sino más bien a partir del nuevo prestigio de los escándalos, que impide discernir lo esencial de lo accesorio y diferenciar las contradicciones fundamentales de las secundarias. No tanto el orden como el mítico retorno a un orden inexistente, no tanto la autoridad como la vulgar vocación de la erradicación social de los diferentes, constituyen los elementos que tienden a exacerbar y reinventar en clave conservadora, a los “nuevos” miedos como articuladores de la vida cotidiana y a la vigencia de una democracia (también de baja intensidad), que se resiste a admitir su incompatibilidad con la guerra9, aunque de hecho la practica. En un estado de emergencia permanente, los discursos políticos desbordan de lugares comunes y apelaciones tan enfáticas como inconsistentes respecto de la lucha que a diario se emprende (y se vuelve a emprender sin solución de continuidad) contra el “desorden”, la “impunidad” y la “inseguridad”, sin que siquiera nos percatemos de que esas mismas narrativas, transmitidas en clave de amenazas, enmascaran o suprimen deliberadamente cualquier tipo de propuesta dirigida a revertir las inéditas asimetrías sociales de la tardomodernidad en nuestro margen. Una potencia del primer mundo puede acudir en salvaguarda de los intereses de sus propias empresas en la Argentina, a pesar del descalabro que en términos sociales las mismas han ocasionado o podrían causar a los jubilados nacionales. Esto no podría sorprender. Lo que llama la atención, es la inmediatez de las alianzas entre los grandes multimedios (donde muchas de esas AFJP habrían comprado acciones que son parte de sus ganancias) que ayudan a confundir y direccionar a una clase media urbana que no alcanza a comprender siquiera quiénes son los que colocan en riesgo sus propios ahorros y su acceso a una jubilación digna, como ya lo hicieron con la escasa y anestesiada conciencia de clase de los mismos sectores medios durante la puja entre el Estado y el “lockout” patronal agropecuario o el conflicto por la recuperación de una línea aérea de bandera. En todos los casos, los titulares de los diarios de las metrópolis -aún los de la prensa “socialista”- hablaron de estatismo, disparate, populismo, corrupción, cajas, riesgo, o peligro. Es que el mundo se ha vuelto riesgoso, también, para los sectores más concentrados del capital y sobre todo, para los países centrales. Sólo que esta vez, del otro lado, no existe ni una clase obrera ni una izquierda capaz de aglutinar a las grandes mayorías sociales del planeta. Por ende, un nuevo y violento proceso de disciplinamiento se podría abatir sobre las administraciones indóciles en América Latina. Venezuela, Bolivia y la Argentina pueden dar testimonio de esta prevención. La región acumula no solamente reservas monetarias, sino importantes yacimientos acuíferos, energéticos (muy particularmente petroleros) y alimenticios. La gran crisis no ha desestabilizado en demasía -mal que le pese a la derecha- sus respectivas arquitecturas políticas ni sus economías nacionales, y la creación del Consejo Sudamericano de Defensa constituye una iniciativa original y protectiva en términos securitarios continentales. Por lo demás, resulta tan difícil como forzado vincular seriamente a las administraciones regionales con el “terrorismo”, la moneda de cambio habitual cuando nos referimos a los últimos intentos de disciplinamiento y control global punitivo llevados a cabo por los Estados Unidos. Gramáticas hegemónicas y prácticas contraculturales de administraciones nacionalistas keynesianas o neosocialistas parecen resumir la contradicción política y estratégica fundamental. Si el capitalismo en crisis decidiera resignificar un enemigo externo, debería apelar tal vez a otros sujetos colectivos. El narcotráfico, las maras, o el afloramiento de la violencia juvenil a la que las fuerzas de seguridad nacionales no logran conjurar, son algunas de las hipótesis de conflicto que podemos analizar. Las marchas y concentraciones frente a episodios conmocionantes se nuclean en derredor de discursos que pugnan por degradar el catálogo de libertades decimonónicas compatibles con el programa constitucional, sin que esto parezca preocupar demasiado, en aras de la “victoria” a lograr contra los peligrosos. Ante este escenario verificable, llama la atención la falta de objeciones orgánicas ante las nuevas "inseguridades", que se derivan directamente de la vigencia del propio sistema de control social punitivo (nacional e internacional), y la consecuente convalidación de ejercicios punitivos de diversa naturaleza, que en la Argentina de los últimos años se corporizaron en una multiplicidad de reformas de las leyes penales, la derogación constante del plexo de garantías constitucionales como consecuencia de un derecho penal de enemigo que se expresa fundamentalmente en la sucesiva reforma de los códigos procesales, el incremento sostenido de la población reclusa, una creciente sociología de la enemistad, lógicas binarias y reduccionistas en términos político criminales, una tendencia naturalizada a la criminalización de los sectores más dinámicos de la sociedad (pobres, excluidos y jóvenes) y un formidable y coordinado aparato propagandístico que exhibe a la conflictividad y la violencia urbana en términos lisa y llanamente bélicos.
Dicho de otra manera: aparecen muy claras las analogías conceptuales entre la doctrina de la “guerra preventiva” y las medidas predelictuales de política criminal , como las representaciones del nuevo realismo criminológico de derecha10 y el derecho penal del enemigo, arraigadas de manera preocupante en los sistemas de creencias hegemónicos de las sociedades nacionales de este margen. La inquietante presencia de la guerra, como vía restaurativa hipotética del imperio, caracterizada como gigantescas intervenciones policiales a nivel internacional, podría encontrar fácilmente las vías de acceso al corazón de los estados latinoamericanos, algunos de ellos en pleno proceso de restauración soberana.
Este nuevo contexto en la búsqueda de autonomía por parte de las naciones hemisféricas no es gratuito ni sencillo en términos político criminales. La “inseguridad” se exhibe en clave destituyente, y las respuestas estatales no siempre (o casi nunca) alcanzan para disminuir una preocupación que se multiplica intencionadamente desde los grandes medios de comunicación de masas, que se coaligan con actores inéditos, tales como las policías, fuerzas de seguridad hasta ahora ignotas y buena parte del entramado judicial internacional.
1 ”Chomsky, Noam: “La crisis financiera era previsible, pero no su magnitud”, reportaje concedido a Der Spiegel, edición del diario La Arena del 26 de octubre de 2008.
2, Bouvier, Jean: “Les Deux Scandales de Panamá”, París, Julliard 1964, p. 204.
3 Lucita, Eduardo: “Lo que está en crisis es el capitalismo”, publicado en la edición del día 24 de octubre de 2008 del diario “La Arena”, p. 8.
4 Hobsbawm, Eric, en: “El redescubrimiento de Marx gracias a los hombres de negocios”, publicado en la edición del día 25 de octubre de 2008 del Diario “La Arena”, p. 8.
5 Majfud, Jorge: “El Estado y sus enemigos”en Página 12, edición de 7 de octubre de 2008.
6 Declaración al Congreso contra la guerra del Ámsterdam, disponible en http://www.ceip.org.ar/escritos/Libro2/ContextHelp.htm, 2008
7 Hardt, Michael; Negri, Antonio: “Multitud”, Ed. Debate, Buenos Aires, 2004, p. 39.
8 Christie, Nils: “Una sensata cantidad de delitos”, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2004, p. 74.
9 Hardt, Michael; Negri, Antonio: “Multitud”, Ed. Debate, Buenos Aires, 2004, p. 36
10 Wilson, James; Kelling, George :”Ventanas rotas: La policía y la seguridad en los barrios” en revista “Delito y sociedad”, Año 10, Números 15 y 16, Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, 2001, p. 67 a 91. En la misma publicación, Koch, Ed: “Controlar a los terroristas juveniles” -p. 85 a 87-; Kopel, Dave: “Poner más armas en los bolsillos de la gente obediente de la ley” -p. 92 a 94-; Di Iulio Jr., John: “Salvar la pena de muerte del simbolismo”.