La gran crisis sistémica del capitalismo hace que vuelvan a aflorar las reivindicaciones de las “naciones sin estado”, esas categorías sociales y políticas silenciadas y reprimidas sistemáticamente por la "comunidad internacional". Algunos medios de comunicación plantean estos movimientos en términos literales de amenaza: “La crisis actual en la Unión Europea, de revestimiento financiero, entraña gérmenes políticos peligrosos. Uno de ellos es el crecimiento de los ánimos separatistas en el espacio de la “Europa unida”. Sin embargo, reviste una amenaza mayor el flanco de Europa oriental con su “herencia” histórica complicada” (http://spanish.ruvr.ru/2012_09_21/la-Union-Europea-separatismo-crisis-amenaza-politica/). No obstante esa mirada reduccionista, es obvio que las identidades remarcadas no pueden ser entendidas solamente como tendencias defensistas frente a las “inseguridades” que se derivan de la gran crisis, tanto respecto de los Estados nacionales, cuanto de la comunidad internacional, sino también como intentos de resistencia a la opresión que en cada espacio se expresan y ponen en práctica de manera diferente.
En Barcelona se han congregado recientemente más de un millón de personas reclamando, una vez más, su independencia. Más del 50% de los catalanes está a favor de la misma, según informan otros medios de prensa europeos. Mientras tanto, los pronósticos electorales aparecen sombríos para el PP, de cara a los próximos comicios en el País Vasco.
Es extraño comprobar cómo, en este entramado inédito donde conviven anárquicamente las relaciones sociales y humanas de forma cada vez más internacionalizadas, los episodios críticos de la economía, la cultura y la política hacen que se profundicen los reclamos locales o nacionalistas. La cuestión no está definitivamente saldada en los Balcanes, donde todavía crepitan las difíciles amalgamas logradas por Tito y dinamitadas por la posterior intervención criminal de la OTAN. Alguna vez me tocó entrevistar a algunos ancianos en Bratislava que añoraban el pasado venturoso de la ex Checoslovaquia, en la que el Estado” les daba todo”, en comparación con un presente que les obligaba a vender en la calle su antiguo uniforme militar por unos pocos euros.. El holocausto gitano a mano de los nazis se sigue conmemorando año a año en Budapest, a orillas del Danubio, mientras los roma siguen siendo una de las minorías más pobres y discriminadas de Europa Central. La problemática de la nación kurda está lejos de resolverse, luego de haber sido víctima de prácticas sociales genocidas a manos de diferentes Estados a lo largo de su historia. El Kurdistán tiene una población aproximada de 30 millones de habitantes, ocupa aproximadamente medio millón de kilómetros cuadrados, está reconocida como la mayor nación sin Estado del mundo, pero sigue sin figurar en los mapas políticos. Estos son solamente algunos de los ejemplos de naciones sin Estado, cuya verdadera magnitud puede constatarse en el sitio web de las minorías europeas (www.eurominority.org), lo que proporcionará al lector una idea aproximada de la plena vigencia de los fenómenos de diversidad y multiculturalismo que caracterizan a la modernidad tardía. Debe igualmente aclararse que, desde una perspectiva histórica, la nación-Estado es una categoría jurídica, política y económica relativamente reciente, que data de no más de cuatro siglos, afirmada fundamentalmente a partir de la Paz de Westfalia (1648), que puso fin al predominio feudal y promovió unilateralmente un conjunto de acuerdos fun-damentalmente basados en la concepción de la soberanía de las naciones . “En la conso-lidación de este poder en contra de los príncipes locales y repudiando cualquier sumisión a una autoridad superior de carácter religioso fuera de su territorio, los monarcas nacionales parecían rechazar las fuerzas tanto de la fragmentación como del universa-lismo que había caracterizado épocas pasadas. Como se verá más adelante, el desarrollo de la nación-Estado no ha sido un fenómeno parejo, toda vez que las primeras aparecie-ron en el siglo XVII, y otras (como Alemana e Italia), se materializaron sólo hasta me-diados del siglo XIX; más aún otras, como muchas sociedades en África y Asia, apare-cieron a mediados del siglo XX. Como se verá con mayor detalle más adelante, la nación-Estado ha podido sobrevivir no obstante las fuerzas tanto centrífugas (aquellas que tienden a la fragmentación) como las fuerzas centrípetas (aquellas que tienden hacia el universalismo)” (Pearson, Frederic: “Relaciones Internacionales”, Editorial Mc Graw Hill, 2001) . Si bien podría afirmarse que, paradójicamente, pese a ser el Estado-nación una categoría de cuño eminentemente europeo, los países de América Latina han conservado cierta intangibilidad en sus mapas durante dos siglos, es verdad también que los procesos de construcción de esas nacionalidades depararon guerras, generalmente estimuladas por presiones centrífugas impulsadas por las potencias imperiales de la época y las oligarquías locales. Y también verdaderos genocidios, perpetrados por los Estados nacionales latinoamericanos contra los pueblos originarios. Desde la eufemística matanza bautizada por la historiografía imperial como “conquista del desierto” en la Argentina, hasta los crímenes masivos inferidos fundamentalmente contra el pueblo maya en Guatemala, lo cierto es que las reivindicaciones de ciertas naciones sin Estado resuenan también en este margen con una potencia inédita. No podía ser de otra manera. El proceso sistemático y metódico de aniquilamiento físico, cultural y simbólico, exhibido históricamente como una “guerra”, encubría en reali-dad una invasión, que, en el caso argentino, fue llevada adelante durante el siglo XIX atendiendo a los intereses de apropiación y expansión de la enorme y feraz frontera agropecuaria de los nuevos estancieros, y la obtención de mano de obra barata y servi-dumbre doméstica. Más aún, esa invasión incluyó el hallazgo de la utilización de campos de concentración, como el montado en Valcheta (hoy Provincia de Río Negro), en los que se alojó com-pulsivamente y en condiciones infrahumanas a tehuelches y mapuches insumisos. En ese contexto, deben entenderse movilizaciones populares tales como las jornadas denominadas “ Conquista, genocidio y emancipación en Argentina y América”, a realizarse en los próximos días en la ciudad de Santa Rosa, en el marco de la Marcha del genocidio indígena en Argentina y América.
En Barcelona se han congregado recientemente más de un millón de personas reclamando, una vez más, su independencia. Más del 50% de los catalanes está a favor de la misma, según informan otros medios de prensa europeos. Mientras tanto, los pronósticos electorales aparecen sombríos para el PP, de cara a los próximos comicios en el País Vasco.
Es extraño comprobar cómo, en este entramado inédito donde conviven anárquicamente las relaciones sociales y humanas de forma cada vez más internacionalizadas, los episodios críticos de la economía, la cultura y la política hacen que se profundicen los reclamos locales o nacionalistas. La cuestión no está definitivamente saldada en los Balcanes, donde todavía crepitan las difíciles amalgamas logradas por Tito y dinamitadas por la posterior intervención criminal de la OTAN. Alguna vez me tocó entrevistar a algunos ancianos en Bratislava que añoraban el pasado venturoso de la ex Checoslovaquia, en la que el Estado” les daba todo”, en comparación con un presente que les obligaba a vender en la calle su antiguo uniforme militar por unos pocos euros.. El holocausto gitano a mano de los nazis se sigue conmemorando año a año en Budapest, a orillas del Danubio, mientras los roma siguen siendo una de las minorías más pobres y discriminadas de Europa Central. La problemática de la nación kurda está lejos de resolverse, luego de haber sido víctima de prácticas sociales genocidas a manos de diferentes Estados a lo largo de su historia. El Kurdistán tiene una población aproximada de 30 millones de habitantes, ocupa aproximadamente medio millón de kilómetros cuadrados, está reconocida como la mayor nación sin Estado del mundo, pero sigue sin figurar en los mapas políticos. Estos son solamente algunos de los ejemplos de naciones sin Estado, cuya verdadera magnitud puede constatarse en el sitio web de las minorías europeas (www.eurominority.org), lo que proporcionará al lector una idea aproximada de la plena vigencia de los fenómenos de diversidad y multiculturalismo que caracterizan a la modernidad tardía. Debe igualmente aclararse que, desde una perspectiva histórica, la nación-Estado es una categoría jurídica, política y económica relativamente reciente, que data de no más de cuatro siglos, afirmada fundamentalmente a partir de la Paz de Westfalia (1648), que puso fin al predominio feudal y promovió unilateralmente un conjunto de acuerdos fun-damentalmente basados en la concepción de la soberanía de las naciones . “En la conso-lidación de este poder en contra de los príncipes locales y repudiando cualquier sumisión a una autoridad superior de carácter religioso fuera de su territorio, los monarcas nacionales parecían rechazar las fuerzas tanto de la fragmentación como del universa-lismo que había caracterizado épocas pasadas. Como se verá más adelante, el desarrollo de la nación-Estado no ha sido un fenómeno parejo, toda vez que las primeras aparecie-ron en el siglo XVII, y otras (como Alemana e Italia), se materializaron sólo hasta me-diados del siglo XIX; más aún otras, como muchas sociedades en África y Asia, apare-cieron a mediados del siglo XX. Como se verá con mayor detalle más adelante, la nación-Estado ha podido sobrevivir no obstante las fuerzas tanto centrífugas (aquellas que tienden a la fragmentación) como las fuerzas centrípetas (aquellas que tienden hacia el universalismo)” (Pearson, Frederic: “Relaciones Internacionales”, Editorial Mc Graw Hill, 2001) . Si bien podría afirmarse que, paradójicamente, pese a ser el Estado-nación una categoría de cuño eminentemente europeo, los países de América Latina han conservado cierta intangibilidad en sus mapas durante dos siglos, es verdad también que los procesos de construcción de esas nacionalidades depararon guerras, generalmente estimuladas por presiones centrífugas impulsadas por las potencias imperiales de la época y las oligarquías locales. Y también verdaderos genocidios, perpetrados por los Estados nacionales latinoamericanos contra los pueblos originarios. Desde la eufemística matanza bautizada por la historiografía imperial como “conquista del desierto” en la Argentina, hasta los crímenes masivos inferidos fundamentalmente contra el pueblo maya en Guatemala, lo cierto es que las reivindicaciones de ciertas naciones sin Estado resuenan también en este margen con una potencia inédita. No podía ser de otra manera. El proceso sistemático y metódico de aniquilamiento físico, cultural y simbólico, exhibido históricamente como una “guerra”, encubría en reali-dad una invasión, que, en el caso argentino, fue llevada adelante durante el siglo XIX atendiendo a los intereses de apropiación y expansión de la enorme y feraz frontera agropecuaria de los nuevos estancieros, y la obtención de mano de obra barata y servi-dumbre doméstica. Más aún, esa invasión incluyó el hallazgo de la utilización de campos de concentración, como el montado en Valcheta (hoy Provincia de Río Negro), en los que se alojó com-pulsivamente y en condiciones infrahumanas a tehuelches y mapuches insumisos. En ese contexto, deben entenderse movilizaciones populares tales como las jornadas denominadas “ Conquista, genocidio y emancipación en Argentina y América”, a realizarse en los próximos días en la ciudad de Santa Rosa, en el marco de la Marcha del genocidio indígena en Argentina y América.