Días atrás, el politólogo, sociólogo y analista  Atilio Borón, dictó una conferencia en el  Salón del Sindicato  de Luz y Fuerza La Pampa, sobre  la crisis del capitalismo y las perspectivas del socialismo en el presente.
Una de las características del encuentro fue  la masividad de la concurrencia, que sorprendió incluso a los propios organizadores, lo que da una pauta del acierto en la promoción de semejante presentación.
Durante más de dos horas, Borón mantuvo en vilo a la concurrencia con un despliegue armónico y articulado de datos, cifras, conceptos, análisis comparativos, perspectivas geoestratégicas y definiciones, que culminaron en el original ejercicio constructivo de poner en palabras las lógicas y prácticas del imperialismo (es recordada su oposición a la noción de “Imperio” de Hardt y Negri, y por ende utilizaré ex profeso la concepción del expositor).  En ese contexto, Borón abordó, con admirables dotes pedagógicas, la asimetría inédita de la relación de fuerzas políticas y militares existentes, la agonía crítica del capitalismo (que pronostica será de las más profundas de la historia de la Humanidad, y probablemente la más duradera y violenta), el rol de los estados nación de cara a este proyecto hegemónico aunque decadente, cuyo objetivo explícito consiste en apropiarse de los recursos más importantes del planeta, muchos de los cuales comienzan a resultar dramáticamente escasos (agua, petróleo, alimentos, minerales), y las dificultades para oponer a esa fuerza opresora una reacción multitudinaria  organizada(aquí sí juego con las categorías de Hardt y Negri) –al menos hasta el presente- una construcción popular, mundial, alternativa, para oponer a la fuerza imperial.
 Estados Unidos –destacó en ese sentido el ensayista- gasta hoy en armamentos una cifra superior al del resto de todas las potencias mundiales juntas. Y ya posee 49 bases militares en el Cono Sur.
Borón se permitió desconfiar de construcciones “populistas” [1]que no trasciendan el “nacionalismo burgués” y pretendan marcar presencia por fuera de lo que intuye un nuevo socialismo, al que en algunas de sus obras ha denominado “socialismo del Siglo XXI”, cuya fisonomía no se ha  permitido  el propio Borón  delinear todavía.
Esto supone, nada más y nada menos que interpelar fuertemente la noción tan en boga del “buen capitalismo posible”.
Lo que, en definitiva, supone un intento de poner en crisis, por analogía, la idea de la relevancia de las “burguesías nacionales”, que integran el proyecto actual de muchos gobiernos progresista en América Latina.
 Voy a prescindir de la tentación superflua de polemizar con este último tramo de los planteos de Atilio Borón, no sin antes aclarar que mantengo algunas diferencias no menores con algunas de estas tesis.
Prefiero, en todo caso, aferrarme a la extraordinaria densidad de una construcción totalizante que, a fuerza de poder ser expresada organizadamente, parece estar forzando la salida de los microrrelatos detrás de los que se abroquelaron las fuerzas progresistas mundiales después de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la ex Unión Soviética.
Para quienes elegimos durante esos años, militar contra la cárcel y el aumento del poder punitivo estatal y supraestatal (no debe olvidarse el rol que en ese sentido jugó – y juega- la denominada “Justicia Internacional”), no pasó inadvertida la circunstancia de que el orador, casi como una metáfora, señalara escuetamente que el capitalismo ha transformado “todo” en mercancía, incluso los presidios, como única y exclusiva referencia al caso concreto.
Fue el único de los microdiscursos aludidos, hecha de manera absolutamente tangencial y como un dato subalterno.
Es que, entre los enormes méritos de Borón, debe incluirse imprescindiblemente esta vocación por re construir un gran relato, una utopía totalizante que él mismo logra enhebrar presentando de manera original la dinámica de los nuevos bloques políticos, las nuevas alianzas estratégicas  que se incardinan y complementan hasta ahora de manera incompleta, posiblemente contradictoria, seguramente incipiente y más como una réplica que como una nueva tesis  holística. No obstante, se trata de una perspectiva que comprende la necesidad clamorosa de la reconstrucción de una “gran teoría”, de una  ideología superadora “de las filosofías del fragmento y de lo micro que hasta ayer estaban de moda”[2], como única forma de supervivencia colectiva, ante el desafío agonal de que lo peor del capitalismo, todavía está por venir.


[1] Aclaro que no solamente discrepo con el término, sino que creo que se ha transformado en un convencionalismo peyorativo para denominar las experiencias incipientes de liberación que se dan en muchos países emergentes.
[2]  Kohan, Néstor:  “El Imperio de Hartd y Negri: más allá de modas, “ondas y furores”, en  Borón, Atilio (Compilador”: “Filosofía Política contemporánea. Controversias sobre civilización, imperio y ciudadanía”, Ediciones Luxemburg, p. 245.