Por Liliana Ottaviano
En artículos anteriores publicados en este mismo sitio venimos ocupándonos de caracterizar y analizar la actualidad del malestar en la cultura y en la política.
Hemos hecho algunos recorridos sobre el odio como expresión de ese malestar, también sobre la relación entre neoliberalismo y democracia y sus efectos en las subjetividades contemporáneas.
Hace muchos años que trabajo en salud pública y en estos días por primera vez me encontré con que un colega había categorizado los motivos de una consulta como R.45.3: Desmoralización y Apatía. La misma forma parte del Capítulo XVIII -Síntomas, signos y hallazgos anormales clínicos y de laboratorio no clasificados en otra parte- de la Clasificación Internacional de Enfermedades.
La caracterización, por infrecuente, me llevó, nuevamente, a la pregunta sobre el malestar subjetivo, sus formas, la relación con la época y la alianza entre capitalismo y ciencia.
“Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de la época…”, escribía Lacan en 1953, en “Función y campo de la palabra”. Estar atentos a la subjetividad de la época es un deber ético que tenemos todos aquellos que nos ocupamos de interpretar el estado de la civilización a través de las manifestaciones singulares y sintomáticas de los sujetos.
Ahora, volvamos a la categoría enunciada previamente. Sabiendo todo aquello que implica como pérdida intentar definir y encerrar en ella el malestar o sufrimiento de una persona. Pero aún así, hagamos hablar a esa categoría.
Vamos al diccionario:
Desmoralización: Desánimo, desaliento, abatimiento, pesimismo, desesperanza.
Apatía remite a: Impasibilidad del ánimo. Indiferencia, indolencia, desinterés, desgana.
Si leemos esto en términos políticos y analizamos esta expresión de la subjetividad en el escenario epocal ordenado por el discurso del capitalismo financiero, versión más voraz del capitalismo que el planeta haya vivido hasta acá, nos encontramos con sujetos viviendo en un presente continuo. La idea de futuro como algo promisorio que podía alcanzarse a partir de lo que el presente permitía hacer, configurar o construir, ya no existe. Y si volvemos la cabeza hacia el pasado sabemos que hemos dejado atrás un mundo al que ya no regresaremos. Ha cambiado el orden mundial, eso lo saben los especialistas, pero también ha cambiado la forma de lazo social que cada discurso produce como tratamiento de lo real.
“¿Acaso no es la ausencia de futuro la gran imagen espontaneísta y, paradójicamente, duradera de nuestro presente?” se preguntan Paula Biglieri y Luciana Cadahia[1].
Cuando el horizonte de proyección de nuestras vidas y de nuestros sueños se hace cada vez más pequeño hasta desaparecer por completo, y somos condenados a vivir en un presente continuo ¿no nos vemos atravesados por lo que la categoría intenta encerrar? La respuesta aparece sola. Un presente continuo nos borra la línea del horizonte. Sin línea de horizonte desaparece la utopía de la que nos hablaba Eduardo Galeano.
El neoliberalismo, otro nombre que hemos dado al capitalismo financiero, que nos permite abarcar más que lo económico en juego, nos quiere desmoralizados y apáticos. Por eso hablamos tantas veces de la importancia de analizar la producción de subjetividades.
Hace muchos años Ignacio Martín Baró[2] desarrolló y analizó las relaciones entre el fatalismo y las condiciones histórico-políticas de existencia de las personas. Afirmando que amplios sectores de los pueblos de nuestra América estaban inmersos en lo que él denominó como el síndrome fatalista: “... aquella comprensión de la existencia humana según la cual el destino de todos está ya predeterminado y todo hecho ocurre de modo ineludible. A los seres humanos no les queda más opción que acatar su destino, someterse a la suerte que les prescriba su hado [...] que se traducirá en comportamientos de conformismo y resignación ante cualquier circunstancia, incluso las más negativas”.
Así, para Baró “ El latino indolente” como él lo llamó, se caracterizaba por una existencia con un destino predeterminado de modo ineludible, resignado frente a las condiciones de vida producto de la opresión y las injusticias. Exhibiendo un carácter trágico que hace de la vivencia de sufrimiento el estado normal de las personas. Y con una reducción del horizonte vital a eterno presente.
No podemos negar que cada época ha tenido sus propias tensiones, en términos políticos, entre las 3 etapas en las que occidente fracciona o divide la línea de tiempo: pasado, presente, futuro. En el momento actual pareciera que esa tensión, que en cierto modo es una forma de incertidumbre vivificante, ha dado lugar a la certeza mortífera de que no hay futuro. O al menos no el futuro que tantos de nosotras y nosotros deseábamos.
[1] En Las Populistas somos feministas, capítulo publicado en Feminismos y psicoanálisis / Jorge Alemán ... [et al.] ; Compilación de Fabiana Rousseaux. - 1a ed - Avellaneda : Undav Ediciones ; Madrid : Revista de la Izquierda Lacaniana lacanemancipa, 2024.
[2] psicólogo, filósofo y sacerdote jesuita español que dedicó la mayor parte de su vida a la investigación de la difícil realidad social y política de El Salvador. Murió asesinado, por un comando del ejército salvadoreño el 16 de noviembre de 1989,
📸: Anabela Abram