Por Eduardo Luia Aguirre
En entregas anteriores abordamos la cuestión de las derivas de las democracias liberales de occidente, al menos como las conocimos durante alrededor de dos siglos. También nos ocupamos del miedo como una sensación ancestral que se expresó de diferentes maneras en distintas etapas de la historia universal.
Atravesando la ardua realidad que nos propone el fenómeno originariamente europeo de la posmodernidad, como lo caracterizaba Enrique Dussel, surge la necesidad de intentar indagar y comprender la influencia de las nuevas subjetividades en los climas de época y en la forma en que los mismos van delineando procesos históricos disruptivos que se exhiben en el escenario mundial actual. Argentina, desde luego, no constituye una excepción.
En enero de 1933 se produjo en Alemania el ascenso del nacionalsocialismo al poder. Pasaron desde ese momento más de 90 años.
Quizás el sentido de este breve artículo no alcance a entenderse si no lograra articular ciertas analogías con lo que ha venido aconteciendo en los últimos años en nuestro país y en otras muchas naciones del mundo.
Tomemos notas de algunas cuestiones no menores. En Alemania, después de 1918, el estado de ánimo de la mayoría del pueblo era de frustración, de profundo abatimiento y de una furibunda resistencia contra sus clases dirigentes y sus instituciones, a quienes consideraban desde traidoras (en virtud del resultado de la IGM y la forma de la capitulación y la aceptación de una deuda enorme en virtud de las sanciones resarcitorias aplicadas por los aliados) hasta incapaces de manejar una crisis económica sin precedentes.
La gente común, en su gran mayoría, profesaba una desconfianza confesa en el orden establecido y no avizoraba vías superadoras de aquel estado de postración que implicaba la posguerra.
Todos hemos escuchado o leído sobre este tramo conocido de la historia alemana. Habré de permitirme añadir algunas otras anotaciones que creo pertinentes.
Ante este estado de ánimo colectivo, poco se hizo más allá de su constatación. Disciplinas como la sociología alemana (la vieja física social del positivismo) no se adentraron en investigaciones conocidas que tendientes a auscultar las sensaciones y percepciones de la sociedad. Mucho menos, de anticiparse a ciertas derivas que comenzaban a palparse en los discursos cotidianos de los alemanes.
Me voy a permitir la cita de un fragmento inserto en el artículo “Surgimiento y ruptura de la sociología alemana: entre el imperio, la república y el régimen nazi”, del profesor Hellmut Wollman, de la Universidad Humboldt de Berlín, publicado en 2014: “Aunque, la “doctrina de las relaciones” formulada por Leopold von Wiese pareció estar en un primer plano como main stream, sobre todo en las Conferencias de las Jornadas de los Sociólogos Alemanes (y así en parte también fue percibido en el exterior) (Eubank, 1934: 159) a principios de los años treinta, más bien se distinguió por una pluralidad de enfoques y corrientes. En palabras de Werner Sombart (en retrospectiva a 1934), no había “ninguna ‘sociología’, sino muchos ‘sociólogos’. Aquí, la sociología no se enseña en institutos o facultades específicas como en América, sino por hombres que fueron algo distinto anteriormente: historiadores, filósofos, economistas nacionales, politólogos, etnólogos, etc. Rara vez, estudia uno una teoría ‘pura’ exclusivamente, sino siempre en conexión con sus áreas especiales de interés”. (Sombart en Eubank, 1934:98). Y, en palabras de Leopoldo von Wiese (también en retrospectiva a 1934): “En América se hace más fuertemente hincapié en la observación, la exploración empírica de proyectos concretos y datos empíricos. Por el contrario, en Alemania el interés se halla más sobre las grandes generalizaciones del mundo como totalidad” (von Wiese en Eubank, 1934:163)( (1). Vale decir, que los cientistas sociales que pudieron o debieron dar un alerta del crecimiento del huevo de la serpiente no pudieron prever la intensidad de las pulsiones de su propia sociedad. Una sociedad de instituciones débiles y fuertemente deslegitimadas frente al abismo sobreviniente. Hasta ese momento, el nazismo era una expresión política minoritaria. La falta de constataciones previas allanó la meteórica carrera de un líder delirante que cautivó mayoritariamente a grandes colectivos juveniles frustrados, odiantes y despreciativos de los sistemas políticos imperantes. Siempre hay una responsabilidad de los intelectuales en estas apariciones “imprevistas” aunque fatalmente previsibles del horror. Ya nos hemos ocupado extensamente en artículos anteriores sobre nuestra preocupación por la pereza evidente de pensadores y académicos, de las izquierdas y del progresismo. Si uno tomara nota de las brutales consignas con las que acaba de ser pintada la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Cuyo, advertirá la conexión entre ambas circunstancias. Las universidades tampoco son ajenas en su responsabilidad, como tampoco lo son las instituciones políticas, que casi nunca premian el pensamiento crítico ni lo alientan. Después es tarde para lamentaciones. Mientras tanto, las distinciones se propagan muchas veces entre androides vocacionales que investigan estulticias con la potencia suficiente para mantener, reproducir y profundizar un estado de cosas.
Pero volvamos al clima de época de aquella Alemania humillada, sin rumbo, profundamente desconfiada y anómica.
Según el Profesor Herfried Münkler, uno de los politólogos e historiadores más prestigiosos de Alemania escribió: “No hay por qué hablar de la “culpa de Alemania” en relación con el estallido de esa guerra, como se lee en el anexo al �artículo 231 del Tratado de Versalles, pero sin duda recae sobre Alemania una gran responsabilidad en cuanto a las posibilidades de limitación espacial de la contienda” (2). Sin duda alguna, también la hay respecto de los hechos de posguerra que permitieron la emergencia de la barbarie nazi. Los dramáticos hechos ulteriores demuestran que ni las enardecidas hordas hitlerianas ni su propio referente acertaron en limitar el “marco espacial” de la segunda contienda mundial. También ponen en cuestión las explicaciones únicamente macroeconómicas del consenso social alcanzado por el nazismo. “Como lo han demostrado numerosos estudios, es simplista considerar que el movimiento nazi fue apenas un producto directo y un instrumento de las fuerzas capitalistas reaccionarias. Fue más bien la consecuencia de una intranquilidad e insatisfacción sociopolítica, con una muy heterogénea masa de seguidores ideológicamente integrados sólo por medio de la protesta radical negativa” (3). En efecto, la utopía regresiva de una sociedad armónica y sin conflictos, ordenada y exenta de infracciones encontró su legitimidad profunda en la obstinación autoritaria de simplificar lo complejo. Una vez que estas ideologías hicieron pie, se despertó la bestia de la violencia indiscriminada, de la iracundia frente a lo común, de la glorificación del individualismo y la desvalorización profunda de la justicia social. Es lo mismo que acontece en la Argentina.
La pregunta, entonces, es siempre la misma: ¿por qué ni el estado democrático ni las usinas de la investigación y el conocimiento alcanzaron a dimensionar, allá y aquí, lo que estaba sobreviniendo, lo que en estado de gestación se cernía sobre la democracia y la convivencia pacífica?.Si uno analiza los documentos de ambas épocas, hay denominadores comunes que fueron subestimados o existió una incapacidad institucional de contenerlos. En 2009 Zaffaroni obtuvo el premio más importante de Criminología del mundo, y ya en aquellas épocas su trabajo laureado se dedicaba indagar las formas de prever y evitar las más grandes conflictividades: los crímenes de masa y de odio ¿Alguien en su sano juicio pudo pensar que ese paper era solamente un ejercicio voluntarista destinado a satisfacer un arrebato o un a priori intelectual sin anclaje en la realidad de hace catorce años? ¿Quién pudo suponer que la “batalla cultural” podía darse (y ganarse) con arcos y flechas arrojadas desde pobres editoriales pretendidamente cercanas o paneles de televisión paupérrimos? ¿de veras que no pudo preverse y articularse diques de contención políticos, jurídicos, sociológicos y filosóficos tendientes a atender la multiplicación de subjetividades capturadas por el neoliberalismo? ¿cómo fue que pasamos de una televisión pública que entrevistaba a Laclau a estas contiendas callejeras contra Lemoine? ¿en qué lugar se perdió la noción de lo importante?
1. Disponible en https://revistabarataria.es/web/index.php/rb/article/view/41
2. “Momentos claves del siglo XX”, disponible en https://www.deutschland.de/.../momentos-claves-del-siglo-xx
3. “El nazismo y su sociedad”, La Nación, edición del 15 de noviembre de 2004. Disponible en https://www.lanacion.com.ar/.../historia-el-nazismo-y-su..