Por Eduardo Luis Aguirre

Miguel Ángel Buonarroti nació en la ciudad toscana de Caprese en 1475 y murió en Roma en 1564. Durante su vida atravesó momentos complejos y turbulentos de la historia política florentina. Eran tiempos del pontificado de Alejandro VI, más conocido como el Papa Borgia, cuya admiración se había ganado el artista con su primera obra maestra: La Piedad (1499). Después de la caída de los Médici, en una crucial retirada del poder de tracto prolongado, Miguel Ángel volvió después de un tiempo prudencial a la convulsionada Florencia.

Los Médici habían sido sus protectores y eso le generaba la necesidad de estar alerta frente a las nuevas relaciones de poder que se habían forjado durante los dos años de su alejamiento y la animosidad de las facciones enfrentadas No obstante, al poco tiempo, el poder florentino, una suerte de fuente de razón política en la península, le reservó la posibilidad de llevar a cabo un proyecto magnificente. Se trataba de desarrollar un proyecto que permaneció prácticamente abandonado durante 50 años. La idea del palacio era que la ciudad toscana pudiera exhibir una obra colosal, que la permitiera comparar con las ciudades más importantes de aquel momento y que emulara las grandes creaciones de la Antigüedad.

En Florencia yacía abandonado desde el siglo XV un imponente bloque de mármol. Otros célebres escultores habían intentado intervenir sobre él sin éxito e incluso dañándolo. Reactivado el interés oficial por la concreción de la obra, Miguel Ángel terminó ganándole la pulseada a Leonardo Da Vinci y Andrea Sansovino con el argumento definitorio de que se las arreglaría con el viejo bloque arrumbado, sin necesidad de volver a Carrara a comprar otro. Además, se comprometía a tallar el monumento de una sola pieza. Cuando eso se cumplió, la estatua pasó a ser legendaria y verdaderamente no tuvo nada que envidiarle a las grandes obras de la antigüedad. Florencia adquiriría una importancia adicional y a Miguel Ángel le esperaba la celebridad eterna. Sobraban los motivos, porque cuando las autoridades eligieron que la obra fuera el David los gestos políticos fueron intensos y notorios. La elección de la figura de un rey judío que según la literatura bíblica logró vencer al gigante Goliat implicó algunas señales más que sugerentes. En pleno Renacimiento, se eligió un personaje cuya existencia real se debate hasta la actualidad. No faltan los historiadores que la niegan, ni los estudios religiosos que la reivindican. Hasta los hay quienes señalan que David existió pero fue rey de un poblado pequeño y modesto. Esa sola discusión, superado ya el período teocéntrico del medioevo concita las mayores curiosidades. Por lo demás, la metáfora del pequeño inteligente y valeroso venciendo al gigante con una piedra bien podría ser una remisión a las hostilidades que la pequeña república florentina experimentaba del resto de la península itálica. Esa exaltación del alma florentina, la que terminò imponiendo el latìn “vulgar ilustre" en toda italia como otra evidencia de hegemonía intelectual, se completaba con dos detalles que el célebre artista le impuso a su monumental obra. La intencionada desproporción de la cabeza y la mano derecha, notoriamente grandes con respecto al cuerpo, no sólo darían cuenta de un efecto de perspectiva del David sino que resaltarían la valentía y la fuerza de esa mano inmensa y la inteligencia preclara del vencedor. La estatua que Miguel Ángel construyó entre 1501 y 1504 era la perfección misma y permitía advertir detalles que hacen a la exaltación graficada a través de venas inflamadas, rizos emotivos y una musculatura impactante y perfecta.

La tradición de los antiguos evitaba en general que los héroes o dioses tradujeran desde sus estatuas algún tipo de emoción, pensamiento o esfuerzo. Buonarrotti quebró esa consigna histórica. El David trasuntaba una mirada desafiante y un gesto elegante y altivo. Cuando se la trasladaba hasta su sitial definitivo, Miguel Ángel recibió agravios y ataques de algunos partidarios de los Médici. Hay que atender a este dato. Durante el Renacimiento, Florencia era una ciudad- estado gobernada por familias influyentes. El caso de los Médici es un testimonio elocuente del complejo entramado de poder de la ciudad de Maquiavelo. Cuatro clases bien marcadas coexistían en ese micromundo: la nobleza, los comerciantes, la clase media y los sectores menos pudientes. En los cenáculos donde se debatía el poder toda simbología de unidad fortalecía el espíritu localista y ayudaba a tener presente la verdadera identidad de los enemigos externos. De hecho, acordar el lugar hacia donde miraría el David fue todo un tema. Los funcionarios florentinos se negaban a que la enorme estatua que consolidaría la identidad del estado no debía mirara hacia Pisa, uno de los estados adversarios en una región que, al haber anticipado la superación del feudalismo, se había separado en múltiples estados separados, muchos de ellos muy poderosos. La caída de la sociedad feudal se había producido como resultado de la lucha de clases que se había operado en la magnífica ciudad toscana entre la aristocracia y la plebe. El auge del comercio y las artes fortalecieron aún más el intrincado poder de Florencia, que se exhibía al resto de los estados como un ejemplo de inteligencia, sensibilidad, talento, potencia y valor. Eran, en definitiva, los valores que representaba esa maravilla irrepetible del arte que fue el

David. La obra ratificó a Florencia como el nuevo polo de la cultura Itálica: el helenismo, según dice Moninier. El blanco de las miradas y deseos de los extranjeros que transmitía al resto de Europa un impulso cultural de enorme influencia donde abundaban los poetas, literatos y científicos. La civilización había andado allí, a paso de gigante, como se ha dicho, y el David fue la nave insignia de esa hegemonía.


Fuentes:                                             https://www.lavanguardia.com/historiayvida/edad-

moderna/20180525/9993/desafio-miguel-angel.html