Por Eduardo Luis Aguirre
Lo que pasa en Independiente no puede ser escindido de lo que representan personajes como Doman, Grindetti y Cristian Ritondo, además de otros que ocupan lugares menos notorios en las listas, donde no faltan sindicalistas conversos y otros personajes que se pierden en la anónima multitud. El PRO va por Independiente, seguro que su propuesta vendrá de la mano de una afrenta a su condición de asociación civil sin fines de lucro, y es el anteúltimo objetivo que le resta antes de copar la AFA y Boca Juniors, en el que se preparan elecciones donde al parecer competirán Riquelme y el propio Mauricio Macri. Es obvio que el poder, los negocios y el dinero impulsan a cara descubierta la avanzada explícita de la derecha, que no solamente se expresa en la conquista de territorios históricamente en manos de los socios sino también en una intención deliberada y totalizantes de ocupar política e ideológicamente los clubes del fútbol profesional y hacer florecer, sin prisa y sin pausa, clubes privados o dedicados a traficar seres humanos en el todo el país.
Pero además, lo que aparece como una pregunta obligatoria es por qué el macrismo emprendió esta guerra de posiciones sobre una de las pasiones nacionales más unánimes, donde las lealtades y fidelidades se trasladan de generación en generación y son prácticamente monolíticas. Un país campeón del mundo que espera a sus héroes con cinco millones de fieles en la calle no es un dato que no deba ser analizado sociológica y políticamente. El partido amarillo venía trabajando meticulosamente en este objetivo desde hace años. Oscuras reuniones, pactos, elecciones, candidaturas y dirigencias iban pareciéndose cada vez más a las estéticas y lógicas del neoliberalismo. La segunda revolución capitalista del fútbol argentino está, quizás, al caer, y seguramente será más drástica que la que decretó hace décadas la profesionalidad de este juego. Por el contrario, los beneficios que sí derraman corrompen desde los más altos empresarios y políticos hasta un lumpenaje a esta altura histórico que llamamos barras. Todos ganan en esta nueva mundialización millonaria. Todos, menos el fútbol.
En el fútbol, sobre todo en los grandes eventos, y particularmente en los mundiales, se produce una exacerbación delirante del “nosotros”, profundizada por relatores gritones y comentaristas bizarros y épicos que nos convencen muy fácilmente que algo “nos pasa”. Y eso no les cuesta mucho, porque lo que está en juego, que es un partido de fútbol, conecta rápidamente con la patria y la sociedad. Ya no hay diferencia entre la señora simpatizante, los pibes hinchas militantes y los barras, allí donde el dinero es una moneda de cambio que afianza la pertenencia, las jerarquías, el tráfico y los negociados más oscuros. Todos henchidos de fervor patriótico, admitimos el acontecimiento. Y lo hacemos, sencillamente, porque el acontecimiento existe. Cinco millones de argentinos en la calle, sin un solo incidente, en un país que suponemos fragmentado a la vez por una grieta insalvable nos compele a otras preguntas, mucho más graves. ¿Y si la derecha, además de comprender que ya ha limado suficientemente los vínculos de la ciudadanía con la política y lo político va por otra cosa? ¿Si hubiera comprendido con anticipación que los antagonismos, las grandes contradicciones y las luchas de clases se han diseminado una vez que en el mundo se ha comprobado que los pobres son capaces de votar a sus propios verdugos? En el plantel de Brasil que viajó a Qatar sólo un jugador y el entrenador Tité eran votantes de Lula. El resto de los héroes eran bolsonaristas. Nadie se preguntó eso respecto de la selección argentina, pero tal vez el escrutinio no hubiera sido demasiado diferente. La derecha ha logrado perforar las antiguas luchas y crear un nosotros alegre, orgulloso, no violento, fenomenal, unitivo que sale a las calles en las ciudades sin pensar en la figura fantasmal de la inseguridad que lo persigue a diario. Un fantasma que no hace sino expresar el miedo al otro. Una patria donde el “vamos todos juntos” depara un destino fatal, pero igualmente es capaz de concitar las mayores adhesiones. Una nueva argentina potencia reunificada por imperio de algo que va por fuera de la gobernanza política de las instituciones oficiales pareciera ser el objetivo final. Y que encuentra en el fútbol un universo donde la pasión, las lealtades y las identificaciones totalizan, conjugan, morigeran las diferencias y borran de un plumazo los intereses contrapuestos. Algo que está lejos de un sistema político del que la gente se siente cada vez más lejano. Una evidencia de la que el gobierno debió haber tomado nota en su momento, pensando la complejidad de las nuevas articulaciones sociales como forma de evitar riesgosas hegemonías reaccionarias.