Por Eduardo Luis Aguirre
La sucesión de elecciones provinciales anticipadas será un termómetro, sugiere el portal Cenital. Iván Schargrodsky (uno de los mejores) y los suyos prefieren pisar tierra firme y se aferran a esa conjetura. No es para menos. Nadie confiaría, hoy, en una medición cuantitativa en el Alto Valle, por ejemplo.
Pero eso es sola una parte de la política y lo político en La Argentina. Una prudente opción en medio de la tormenta sistémica e institucional. Hay otra que es difícil de asociar con eso, pero que marca el proceso de deslegitimidad y rotunda endeblez de la política en una sociedad descascarada en sus expectativas, profundamente decepcionada y esperablemente sensibilizada.
La situación del Club Atlético Independiente constituye una de las evidencias más duras y actuales. Las increpaciones resignadas de los socios defraudados y vueltos a decepcionar tantas veces ya no piden soluciones sino que quienes los dirijan "se hagan cargo" de la responsabilidad asumida. Impresionante, extraña y módica demanda que al parecer tambien será un ahelo de cumplimiento imposible. Es legítimo que pensemos, entonces, que los que debieran conducirnos, incluyendo el fútbol, no saben más que sus mandantes, carecen de recursos de todo tipo, incluso simbólicos y no comprenden la complejidad de lo que deben administrar. Se trate de las dinámicas mundiales, de un país o de un club. Muchas veces lo dijimos. Esta generación de cristal se ha incrustado en la política. Hay allí también un "ah, pero Macri" y una idea alocada y superflua que parte de la ilusión de que tomar un club histórico por asalto le confiere "poder" a una facción social sin la mínima cohesión ideológica. Bueno, parece que ese disparate pone en evidencia los límites conceptuales de nuestros dirigentes e intelectuales orgánicos. Lo peor es que esto excede lo que queda de la Avellaneda industrial de antaño. Las izquierdas, que ahora se hacen llamar progresismos, ya no están compuestas por lectores con largas barbas, discusiones severas y austeras camperas verdes. Pero además, esto no pasa sólo en la Argentina. Podemos es, además de una formación politica española en franco retroceso, un negocio, según lo afirma el escritor Luca Constantini (*) , por eso se autofagocita y prefieren dejarle el liderazgo a Yolanda Díaz. O sea, tampoco en este caso se hacen cargo. Y en el medio hay transacciones y trampas. Gruesas y suculentas. O próximas y de roedores menores (ya volveremos sobre el tema).
La política argentina -y el fútbol es política-se fragmenta, se desgrana, como su sociedad. Y la política y lo político han dejado de ser los refugios éticos que custodiaban aquellos bigotones y barbudos de cazadoras y convicciones. En el fútbol profesional pasa lo mismo. "Hay que volver a los Gallegos", dice el gran Gaby Milito. Pero es que los gallegos no existen más. Al menos, como existían antes. Tampoco existen los miles y miles de breros que pululaban por las fábricas al sur de la Capital a mediados del siglo pasado y eran el sujeto social más dinámico, aquel que haría inexorablemente la revolución
Ese es uno de los múltiples cambios que los dirigentes deberían entender, y los políticos también. La falta de legados éicos que preservar es un tema crucial. En la política y en el fútbol. En el fútbol, hay normas que facilitaban las comprensión, pero que siguen necesitando del principio de buena fe. En nuestra provincia hay un jugador mal incuido que, en esa situación, llega a la final del campeonato oficial más importante de La Pampa. El jugador, en vez de cumplir con las reglas vigentes para el otorgamiento de pases y transferencias, intenta la vía judicial. Una juridicción incorrecta. Y lo hace por su propio derecho, con el patrocinio de conspicuos abogados del club que lo pretende y en el cual se desempeña irregularmente, porque ese club sabe que le está prohibido, justamente, acudir inicialmente a la justicia. Con la viveza de la política y lo político que empaña todo lo argentino, sorprende en su buena fe a un tribunal que demuestra desconocer olímpicamente el derecho deportivo vigente y obtiene una medida de no innovar que le ha permido jugar casi un torneo entero con esa inclusión indebida. El fárrago de las complejidades nos desborda. Los doblecs de la técnica de la que hablaba Heidegger nos extravían como a las frágiles calaveras y noas que en el medioevo se lanzaban a la mar océano. Sólo que aquellos decisores conocían todo lo que en aquella época debía saberse. Ahora, en cambio, eso se ognora. En la farragosa política mundial, en la de nuestro país país, en el rojo Rey de Copas y en las burocracias judiciales. En lo político, en síntesis.
(*) Yolanda Díaz, la seducción del poder.