Por Eduardo Luis Aguirre
Sugiero comenzar este análisis poniendo las cosas en un contexto meramente descriptivo, que deje de lado, sólo por un momento, el archipélago de conjeturas y tensiones ideológicas y políticas que atraviesan la realidad turca.
Se acaba de intentar, con suerte todavía incierta (aunque las grandes cadenas internacionales comienzan a admitir el fracaso de la asonada) el quinto golpe de estado en un siglo en un país de alrededor de noventa millones de habitantes, que posee el segundo ejército en orden de importancia de la OTAN (la alianza militar más importante de la historia de la humanidad) y una importancia geopolítica casi incomparable. El país limita con Georgia, Armenia, Irán, Irak, Azerbaiyan, Bulgaria, Grecia, los mares Negro y Egeo, y Siria, nada menos. Divide Europa de Asia y posee una historia imperial, jalonada por acusaciones públicamente conocidas de genocidios reiterados. Evoquemos en ese sentido el holocausto armenio y los crímenes perpetrados contra el pueblo kurdo, que constituye casi el 30 por ciento de la población turca.
Hasta aquí, los datos duros de la realidad objetiva. Para entender las coordenadas del golpe militar intentado ayer es bueno releer un excelente artículo de Nazanin Armanian, que días previos al mismo escribía lo siguiente: "El interés de un sector del Pentágono para empujar a Turquía hacia el infierno y seguir avanzando en el proyecto del Nuevo Oriente Próximo. La desastrosa política del presidente turco contra la izquierda kurda, los periodistas y los juristas, los simpatizantes de la poderosa organización de Gulán y el ala pro estadounidense del Partido de Justicia y Desarrollo representada por el destituido primer ministro Ahmed Dawood Oglu, sus pretensión para arrastrar a la OTAN a un enfrentamiento con Rusia, y sus imprevisibles movimientos han convertido al líder turco en un personaje peligroso. Washington le busca sustituto"....."Sin embargo, las consecuencias de los errores del presidente turco son irreversibles, y no sólo para millones de sirios cuyas vidas se han perdido para siempre. La estabilidad del peso pesado de Eurasia está gravemente amenazada y el país puede sucumbir en una mor violencia dentro y, también, en sus fronteras". (*).
Erdogan sabía que al interior del país las contradicciones se agudizaron en los últimos tiempos, sobre todo a partir de la profundización de las protestas sociales.
Al fracaso reciente de su intentona presidencialista se suma el permanente clamor internacional respecto de la cuestión kurda y la subsistencia de las violaciones históricas a los Derechos Humanos (incluyendo la persecución y el encarcelamiento de periodistas) que impiden desde hace décadas su anhelado ingreso a la Unión Europea. A eso debe añadirse la relación sinuosa que asumió años atrás con Rusia y China y el rol desembozado que desarrolla respecto de la crisis Siria. Sobre todo, las fundadas sospechas de su sistemática ayuda a los terroristas de DAESH, que se mantuvieron incluso después del inicio de los bombardeos occidentales y la intervención militar rusa en el conflicto.
La ebullición al interior de las fuerzas armadas no es un dato menor. Se trata de una agencia de control social interno y disuasión externa de proporciones gigantescas, que ha tenido a lo largo de su historia un protagonismo excluyente. Cuando a Irán y a Turquía las minorías kurdas las denominan “microimperialismo”, en buena medida están expresando la capacidad militar de disciplinamiento regional del régimen de Erdogan, que hasta hace poco tiempo había ofrecido a Europa una salida estratégicaente “amigable” en la dantesca cuestión de los refugiados.
Esas mismas fuerzas armadas, cualquiera sea el resultado del alzamiento, marcan el debilitamiento del erdoganismo y una clara amenaza a un liderazgo despótico que comienza a ser disfuncional para los principales actores del tablero regional. Erdogan, con su brazo armado en estado de asamblea ya no será el mismo. Y ese declive, seguramente, difícilmente ceda frente a las previsibles purgas.