La muerte del emblemático líder bolivariano ha producido un cimbronazo político que los pueblos latinoamericanos no han terminado de procesar. A su influjo, y bajo la gravitación de su liderazgo, la mayoría de los países de la región comenzaron, profundizaron, reanudaron o acompañaron una nueva forma de relacionarse con el mundo y, fundamentalemente, de ponerse de pie frente a las nuevas prácticas coercitivas imperiales. Caracterizadas por el control de cuatro flujos decisivos: la información, las finanzas, los gigantescos fenómenos de desplazamientos forzados y la capacidad de disuasión militar. América Latina, con el venezolano en vida, había logrado comenzar a disputar esos arduos territorios.
El proceso sostenido de integración regional, la autonomización -variopinta- de las economías nacionales, los intentos todavía inconclusos de fortalecimiento de los organismos de cooperación política, económica y cultural, y las posiciones dignas sostenidas frente a los escandalosos hechos de espionaje, intervención, preparación de distintas especies de golpes blandos, fueron, indudablemente, mucho más fuertes con el venezolano en vida.
También la resistencia respecto de organizaciones paraimperiales como la OEA o la CIDH, de las que América Latina debe independizarse más temprano que tarde. Como un objetivo estratégico, pero cada vez más urgente.
La tarea no será fácil. La búsqueda de un sistema emancipador común de regulación de la conflictividad es una asignatura pendiente que no puede postergarse. Nexos cada vez más visibles atraviesan transversalmente las vicisitudes de todo orden que los pueblos del Sur deben afrontar. Y los organismos creados por los países hegemónicos no son, precisamente, fiables. Mucho menos, justos. El imperio ha mostrado, en varias oportunidades, su rostro actual. Que nos toque ahora, nuevamente, a los argentinos, padecer la angustiosa ordalía de la deuda, es una más de estas prácticas de control y dominación. Por supuesto que trascendente. Pero no la única. Para eso es necesario no abandonar la idea de crear organismos propios que, desde el punto de vista del Derecho Internacional de los pueblos subalternos, nos permita crear un bloque sin tutelas ni coerciones que terminen impactando sobre nuestras futuras generaciones, hasta someterlas al vasallaje. Porque eso sería consentir nuevos crímenes contra la humanidad.
Los pretendidos créditos de los buitres pueden dar lugar a instancias obligatorias de máxima crueldad. Se trataría, en principio, de embargos. Pero sabemos que la retórica imperialista es intencionadamente imprecisa. Si estos son embargos, lo de Cuba es un bloqueo, no un embargo. Y, en cualquier caso, ha durado décadas. Con perjuicios enormes a todo nivel para el pueblo caribeño. Por eso es necesario intentar la construcción de un derecho liberador. Y no parece prudente perder más tiempo.