Por Eduardo Luis Aguirre
Estas especulaciones, formuladas en tiempo real mientras se vota en la primera potencia del mundo son, como es dable esperar, provisorias. Se trata de meras aproximaciones tendientes a develar lo que puede acontecer con un triunfo de Donald Trump o una imposición de Kamala Harris. La única utilidad es articular y ordenar posibilidades y probabilidades. No creo posible arrimar certidumbres en elecciones tan reñidas y en un contexto de tantos agonismos y conflictividad interna, algo fundamental para conjugar la continuidad futura de la política interna y el rumbo internacional de un imperio, que por sus singularidades deben ser analizadas como una continuidad, como un todo único.


Si gana Trump, a quien en general se estima favorito, se viene un proteccionismo feroz que podría perjudicar a una Argentina en pleno proceso de apertura de su economía, que también sufriría una eventual apreciación del dólar. No obstante, otros observadores remarcan lo positivo de la relación entre el presidente argentino y Trump como una posibilidad concreta de ayuda al país.

Seguramente crecerían las posibilidades de que terminara  la guerra en Ucrania, lo que en principio debilitaría a Europa y la OTAN, agudizándose en cambio las contradicciones en la región Asia Pacífico. Es posible estimar que subirían los índices de empleo o de seguridad en el empleo para los trabajadores blancos, tanto por obra de Trump como de su Vice Vance, que pertenece a uno de los estados más postergados por la elite demócrata ligada a las finanzas y la política. A su favor, la fuerte influencia del "nihilismo americano", a quien nadie enuncia, pero que en términos de sufrimento colectivo se expresa en las altas tasas de suicidios, el incremento de los padecimientos mentales, la baja de la expectativa de vida (menor que la Argentina), las altas tasas de mortalidad infantil, el alcoholismo y el consumo de opiáceos como consecuencia del contubernio entre la medicina privada y los laboratorios farmacéuticos desregulados (“el escándalo de los opiáceos”, como lo denomina Emmanuel Todd). En definitiva, el producto del fin de la meritocracia y la llegada de una oligarquía (financiera) como lo ha escrito el mismo autor en su libro “La derrota de occidente”. Y, por si esto fuera poco, hay que estar atentos a una posibilidad a nivel global nunca desechada: la reaparición de la idea del “Gran Norte”, que en la perspectiva del ideólogo contemporáneo ruso Vladislav Surkov sería una alianza estratégica entre Rusia, Estados Unidos y Europa. Sería una forma de reparar el agotamiento que Estados Unidos le infirió a Europa durante la guerra en Ucrania y tal vez una manera de resolver de la forma más humanitaria posible la tragedia que sufren actualmente los ucranianos. Pero, por sobre todas las cosas, esta hipótesis concuerda con la relación que Trump estableció con Putin en su primer mandato. Por si esto fuera poco, Estados Unidos junto a sus aliados del sudeste asiático seguiría siendo, como mínimo, una amenaza para China en la guerra comercial y tecnológica que casi inevitablemente se habría de profundizar.

Harris ganaría con el voto latino, el afroamericano y el de las mujeres, entre las que Trump siembra el pánico, y a favor de lo que se ha llamado protestantismo cero, es decir, una baja de los decibeles de las dos iglesias protestantes más importantes (anglicanos y luteranos) y la influencia de la gran prensa, por caso el New York Times, que se ha inclinado explícitamente en contra de Trump, aunque sin expedirse en favor de Harris, a quien casi no nombra en su comunicado. La guerra en Ucrania seguramente seguirá sin destino cierto y la disputa con China por América Latina puede hacerse más violenta. Las intervenciones demócratas en la región han sido una constante y las profundas contradicciones políticas en este Sur facilitan la expectativa de la hegemonía y el destino manifiesto echando raíces definitivas en estas tierras. La militancia de la embajada en la Argentina y las visitas a nuestro país de sus principales referencias militares dan la pauta de que esa expectativa no se ha removido un centímetro. Plagada de bases estadounidenses o de la OTAN, nuestros gobernantes deberían tener plena conciencia de la sensibilidad de estos territorios en disputa.

Harris cuenta a su favor con el deterioro de las instituciones democráticas que podría producir un gobierno como el de Trump, que anuncia “diez días de dictadura” inaugurales en un país que se exhibe como modélico en términos de armonía institucional. Por si eso fuera poco, una enorme potencia donde el 30% de sus habitantes son hispanohablantes pone en vilo a los inmigrantes frente al racismo explícito del trumpismo, exhibido sin tapujos en los discursos de campaña.