Por Eduardo Luis Aguirre


En dos semanas, la esperada contraofensiva ucraniana puede catalogarse de catastrófica. Se habla de 12.000 soldados muertos y más de 300 carros fuera de combate. Muchos de ellos, de fabricación estadounidense o los famosos Leopard alemanes. Estos datos deben analizarse a la luz de la provisoriedad que produce la fabulosa propaganda de guerra vigente.
Zelensky, como única respuesta de contingencia pide más ayuda militar a la OTAN, mientras diez países de la alianza atlántica se expiden casi al mismo tiempo por denegar a Kiev la entrada a la misma. El presidente, al parecer, es portador de una debilidad difícil de sostener. Sus mandos están disgregados, desconfían de él o directamente piensan participar en un golpe de mando que releve al fallido presidente. Las perspectivas no pueden ser peores. Si en el verano Rusia logra tomar espacios vitales en el mar de Azov la salida de las exportaciones ucranianas debería hacerse por tierra. Fácil es imaginar las dificultades de todo tipo que esa carga depararía. Sin embargo, Polonia, un país gobernado por una expresión de ultraderecha y atravesada por sentimientos anti rusos históricos, clama por un mayor protagonismo de la NATO frente a Moscú. El riesgo es que sean sus propios soldados los que deban ir a pelear a una guerra que parece perdida, en un campo de batalla cuyo territorio está fuera de las fronteras que podrían obligar a los demás países de la alianza a acudir en su ayuda. Un verdadero salto al vacío. Por otra parte, si Polonia atacara la respuesta rusa sería inexorablemente directa y colocaría a Europa en el sitio tan temido. En el peor momento y el peor lugar. Como siempre, Estados Unidos conserva una prudente distancia que seguramente no habrá de romper, salvo para que su elite haga ingentes negocios en la zona de conflicto en materia de gas y otras fuentes de energía. Por si esto fuera poco, si bien los gastos militares son siempre un fabuloso negocio para Washington, las erogaciones destinadas hasta ahora (al parecer) inútilmente a Ucrania comienzan a incomodar a la administración Biden.

El problema a resolver es el futuro europeo, sus errores de cálculo y su condición de colonia de Washington. No va a ser sencillo salir de esta encrucijada para el viejo mundo, pero mucho más riesgoso puede ser quedarse. Si la voladura de una presa pudo derivar en un holocausto nuclear o al menos en una ventaja táctica para el Kremlin, fácil es colegir lo que ocurriría si los países del este priman en su aventura de potenciar la guerra. En Europa, los gobiernos de distinto signo –incluso “socialistas”- han demostrado un seguidismo suicida. Cualquiera sea lo que ocurra finalmente, esta guerra debería llevar a que occidente repiense su alineamiento en los nuevos bloques que podrían surgir después del conflicto y deje de lado su alienación pro estadounidense. Si por un designio mágico o un ejercicio de supresión hipotética el conflicto terminara hoy mismo, Europa habría estado participando activamente en ayuda de un país que ya no será el mismo. El llamado de atención parece suficiente.

Imagen: La Vanguardia.