Por Eduardo Luis Aguirre
Las elecciones en España fueron categóricas. El avance previsible de del PP y VOX dejaron a la deriva al gobierno de Pedro Sánchez, que acaba de adelantar las elecciones nacionales.
Por si esto fuera poco despojaron a Unidas Podemos y Sumar de toda condición de influencia territorial y sumieron a las pretéritas formaciones alternativas populistas a una virtual des- existencia.
Una debacle más de los progresismos que creyeron que era posible insistir con la insustancialidad subalterna de la defensa enfática de meros derechos civiles y políticos. Respetables pero absolutamente lejanos de la fatal carnalidad de la pobreza acuciante y la explotación capitalista in situ ¿Es éste un riesgo de las “elecciones de tercios”? Como una epifanía insular, Bildu hace una elección histórica con una propuesta nacionalista de izquierda sin eufemlsmos. Una experiencia nacionalista hace pie en Euskal Herria y se produce la reaparicion de Otegi, ahora legitimado por el voto popular.
Los resultados electorales que se suceden en Europa no son un “peligro para la democracia”, como dicen los podemitas, absolutamente desentendidos de su responsabilidad en el curso de la historia política reciente. Los pobres, los excluidos y los latinos votaron a la derecha, cansados de la irresolución y la retórica. Europa occidental le ha vendido su destino al gran amo, y los costes de esa claudicación colonial todavía están por verse. Agamben grafica estos continuos retrocesos con la semblanza de una casa que se quema. Veremos si no termina siendo algo peor.
Un esfuerzo no menor de asimilación comparativa nos interpela. Vuelve a ganar Erdogan en Turquía. El líder nacionalista islámico gobernará 25 años seguidos. La falta de alternancia parece no afectar al demócrata Macron, apresurado a saludar al turco ni bien se conocieron los resultados. La respuesta de Erdogan fue fiel a sí mismo: anunció una mega obra de infraestructura gasífera con Rusia, gracias a su cercana relación personal con el presidente Putin. Curiosa deriva la de esta Europa “democrática”. Algo está mal, como decía Tony Judt. El viejo continente no termina de aceptar la inclusión de Ankara en la Unión Europea y demora la resolución de sus credenciales durante décadas, pero admitió desde 1954 a este país, poseedor del segundo ejército más grande de Europa, en la OTAN. La demora a ingresar en la Unión se fundamenta en las violaciones de sistemáticas de derechos humanos que perpetra Turquía. Sin embargo, lo incluye dentro de la mayor coalición destinada a ejercer un control global punitivo. Contrasentidos de una lógica rigurosa del dispositivo neoliberal contemporáneo. En lo superfluo de este parangón habita la curiosidad sobre el estado actual de la globalización y de los nacionalismos. Mientras todo lo que tocan los globalistas se derrumba, parece retumbar en los confines de la geografía mundial un rumoroso renacer de lo propio, de las tradiciones, del sentido de pertenencia, del respeto a su propia historia, de una pulsión emancipatoria que empieza a distinguir a fuerza de frustraciones los nacionalismos populares de los progresismos. No me importa tanto lo que pasa en Turquía, en el País Vasco (allá ellos con sus cuitas)o en los demás países donde lo nacional, con sus propios matices, sigue dando testimonio de que la nación no es una categoría agotada. Me moviliza la necesidad de reconocer que aquí, en el Sur, hace 8 décadas que un nacionalismo (en este caso) popular, revolucionario, antiimperialista, antioligárquico y pacífico desde su doctrina sobrevive a pesar de todos los embates. Recuperar esa mística, esa doctrina, ese virtuosismo de construcción y reconstrucción necesita una organización capaz de conducir al pueblo a la victoria. Para eso hay que entender que la pelea no se da “contra los malos” sino con todos adentro. No hay posibilidades de avanzar sino recordando que en la política todos participan. En la hondura de estas disputas multitudinarias hay avances y retrocesos, acuerdos y agonismos. Luces y grises. Chorros, Maquiavelos y estafados. La conducción y el pueblo serán quienes sinteticen en la práctica las tres históricas banderas. La historia será la que, en definitiva, pondrá las cosas en su lugar.
Imagen de El País.