Por Eduardo Luis Aguirre
En 2013, 1.127 trabajadoras y trabajadores murieron como consecuencia del derrumbe de un edificio en Dacca, la capital de Bangladesh. La empresa estaba al tanto de las deficiencias y debilidades estructurales del precario sitio donde se explotaba diariamente por sueldos misérrimos a trabajadores cualificados (incluyendo mujeres y niñes), pero igualmente los obligó a cumplir sus tareas en esas condiciones extremas y esclavistas bajo amenazas de sanciones y despidos.
Las y los obreros de un país que es uno de los mayores productores de prendas de vestir del mundo, que luego son vendidas por gigantes de la moda como Zara y H&M no tuvieron alternativs. Los salarios menores a 100 dólares mensuales son vitales en uno de los países donde el neoliberalismo produjo uno de sus primeros y más impiadosos experimentos. Más de 160 millones de habitantes viven en un territorio no mucho más extenso que el de La Pampa.
El brutal colonialismo británico y el encono que respecto de esa etapa histórica conserva la memoria colectiva de los habitantes del “país de habla bengalí” (la traducción de Bangladesh) se encontró con el primer mundial de fútbol transmitido en el país. El de México, en 1986. Allí, apareció un personaje épico que humilló a los ingleses. Allí, y en la situación de ocupación colonial de Malvinas, se supone que se fortalecieron esos inesperados lazos de simpatía por los argentinos que exhiben multitudinariamente los bangladeshíes, a cientos de kilómetros de Qatar, sede del oscuro mundial de fútbol 2022.
Más allá del desastre humanitario que perpetró el colonialismo inglés en esa región asiática, durante los años ochenta y la primera mitad de los noventa el Consenso de Washington, una de cuyas mentoras era Margaret Thatcher, impactó de manera terrible en la indefensa sociedad de aquel país. El culto al mercado y las políticas ortodoxas, custodiado con mano de hierro por los llamados “perros guardianes” del nuevo sistema (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos y la capacidad disuasoria y disciplinante de la OTAN) y transformaron al segundo exportador mundial de ropa en un infierno. El gobierno de Bangladesh se sumó a la caracterización milagrosa de la explotación extrema de la mano de obra de sus propios ciudadanos, que emulaban un experimento parecido puesto en práctica en Bangalore (que incluía, en este caso, a esclavos informáticos sobre los que se ocupara Zizek en su libro “Repetir Lenin”), una ciudad india de alrededor de 9 millones de habitantes. Un capitalismo totalitario que se abría paso en un mundo unipolar fijaba las reglas señeras de las nuevas formas de explotación y opresión. Estamos, con los remotos hinchas albicelestes, unidos por el espanto. Y, al menos en este caso, el fútbol intersecta una pasión disruptiva que excede la magia de una pelota.
Imagen original: Cadena 3.