Por Eduardo Luis Aguirre
Hace algunos días, un compañero ensayaba en uno de nuestros habituales grupos algunas puntas interesantes respecto del estado actual del capitalismo globalizado. Una, en medio del horror cercano, aludía a la defección de las agencias del estado, eso que el Consenso de Washington denominara “gestión” en un prodigio de malversación semiótica que asimila el rol de los estados al de una empresa cuyo rol es administrar el día a día y lograr la mayor “eficiencia”, un concepto cuyo grado de indefinición, por supuesto, también destaca por su intencionalidad antes que por las mejoras que nunca, jamás, derraman sobre los pueblos las nuevas metodologías y prácticas que se abaten sobre los estados y agencias colonizadas con la misma lógica que el Caballo de Troya.
Otra de sus inquietudes era la profusión de tesis a las que, como en un cajón de sastre, recopilamos bajo el significante común de postmarxismo, ese infinito conjunto de miradas que anticiparon la pretendida era del declive del pensamiento del autor de El Capital. Quizás una de las más recientes y extremas es la conjetura de un mundo de no- Cosas (Han mediante), sobre la que ya nos hemos ocupado en una apretada aproximación ( (https://www.derechoareplica.org/secciones/filosofia/1401-lo-humano-y-las-cosas-que-todavia-nos-unen).
En cualquier caso, no podríamos desechar, en concordancia con el filósofo surcoreano, el rol trascendental de los dispositivos, capaces de comunicar e informar en tiempo real. Ahora bien, como ya lo señalamos, las comunicaciones, si bien no sustituyen las cosas, nos permiten articular hechos históricos y políticos y poner en diálogo pensamientos y conceptualizaciones que a priori podrían parecer distantes o difíciles de relacionar entre sí.
Recordarán los economistas que los gurúes del mercado reivindicaban, frente a las atrocidades sistémicas, la vigencia de ciertos nichos, islotes o modelos "exitosos" e imitables de capitalismo donde la vergüenza de las mayores asimetrías sociales de la historia se disimula en la medida que se ensayen medidas como las aplicadas en Amsterdam, Copenhague o Bruselas, sobre todo a partir de la aparición de la “Economía de la DONA” (Doughnut Economics Action Lab, el laboratorio de ideas encargado de llevarlo a la práctica. Ver sobre el particular: https://www.bbc.com/mundo/noticias-56283169).
Tampoco faltaron los ensayos en la periferia más dura. Uno de ellos fue el de Bangalore, una ciudad India de 9 millones de habitantes. El experimento fue visitado personalmente por el locuaz leninista esloveno en 2010. Zizek le explicaba a la prensa india que venía a ver cómo funcionaba el modelo TI de Bangalore, en la búsqueda de escenarios de capitalismo alternativo a los diseños brutales como el chino, que le parecía muy peligroso (https://timesofindia.indiatimes.com/home/sunday-times/all-that-matters/first-they-called-me-a-joker-now-i-am-a-dangerous-thinker/articleshow/5428998.cms).
Con alrededor de 1400 millones de habitantes, esta nación, y Pakistán -su “enemigo” histórico y ambos potencias nucleares- son miembros del Commonwealth y reportan directamente a la reina de Inglaterra en pleno siglo XXI. Se trata de dos países más que sensibles, que han debido atravesar el colonialismo y una colonialidad que sobrevive intacta. Pero en cualquier caso, lucen más influyentes que la Argentina, y sobre todo más disuasivos y problemáticos. Ahora bien, comparando el estado y la “eficiencia” de Delhi (23 millones de habitantes y fundada en 1911) con la de nuestra patria argenta en torno a su realidad social, les sugiero perderse una hora y chirolas y mirar en detalle una serie documentada en un caso real que se llama "Criminal Delhi" en la todopoderosa Netflix. Boliwood, que parece ser el núcleo de financiamiento del florecimiento de una industria cinematográfica avasallante, basa la mayoría de sus producciones en la realidad social del país que el capitalismo, paradójicamente, explora como modelo. Ese enorme país, que el colonialismo dejó rodeado geopolíticamente por dos Pakistanes diferentes, el oriental (hoy denominado Bangla Desh después de la Guerra de 1971 entre ambos países) y el occidental, que conserva su nombre originario. En las tres antiguas colonias conviven casi dos mil millones de habitantes. El 70 % de los mismos subsisten en condiciones peores que las más rigurosas del África profunda. Un estado desfalleciente, una expectativa de vida exigua, una sociedad de castas, gravísimas violaciones a los derechos humanos, donde un sector sigue pudiendo disponer de la vida y de la muerte de sus conciudadanos, conflictos sociales de toda índole, revueltas campesinas, pobreza infinita, una opulencia oprobiosa en la que vive un sector absolutamente minoritario de la sociedad. Cachemira sigue ocupada por ambos países y también por China (20%).Hace pocos días, el gobierno de Nueva Delhi debió suspender el proyecto de llevar a cabo una “reforma agraria” que, llamativamente, había sido ideada en clave neoliberal para dejar a la intemperie a millones y millones de campesinos. Las sucesivas protestas de los campesinos obligaron a desmontar el engendro donde pretenden encontrarse espacios aptos para el sueño de un “buen capitalismo”. Frente a la riqueza agraviante de un sector citadino absolutamente minoritario, la India conserva 700 aldeas que sobreviven en condiciones difíciles de imaginar. Por eso es que, frente a este escarnio, desde hace décadas existe un grupo insurgente maoísta que se calcula en 10.000 efectivos armados en territorio nawal, que se despliega a lo largo de 1900 kilómetros y cuenta con un apoyo o con una capacidad de reclutamiento forzoso que hasta ahora ha impedido su contralor por parte de un estado central de máxima “ineficiencia”. Los derechos de las mujeres siguen postergados arbitrariamente, lo mismo que las conquistas sociales y los derechos de las infancias, los enfermos y los ancianos. Lo mismo que el drama de la contaminación y los niveles de desarrollo social. Una pintura macabra. Si este escenario puede ser sostenido sin dificultad por el sistema de control global en dos países nucleares, va de suyo que no debería mayores dificultades para obtenerlo en otros países que no exhiben semejante relevancia geopolítica. Eso es, en sustancia, la pulsión macabra de los políticos neoliberales que pugnan por una devaluación y un ajuste que lleve el número de pobres de la Argentina a un icónico y análogo 70% de su población. Y en ese escenario macabro podríamos empezar a sentar, con creatividad cínica y máxima pulsión de muerte, los pilares siniestros de un “capitalismo humano”.