Por Eduardo Luis Aguirre
La derecha arrasó en Madrid, confirmando una tendencia preocupante a nivel mundial, que confina a los espacios populares a luchas defensivas y nuevos y severos ejercicios de reflexión teórica. El PP ganó en el barrio de Vallecas, histórico bastión obrero y antifranquista de la capital española.
Pablo Iglesias acaba de anunciar su retiro de la política. Unidas Podemos obtiene un caudal electoral menor que el neofascista Vox. La presidenta de la comunidad madrileña, Isabel Díaz Ayuso, una versión transatlántica de Patricia Bullrich, ha pronunciado una frase que obliga a una urgente reflexión: “No entienden nuestro modo de vida, por eso el sanchismo no entra en Madrid”. El “modo de vida” que se impone fatalmente es el del sujeto colonizado por el neoliberalismo. Es el regreso de algo así como aquel macabro “ser argentino” que no admitía las diferencias ni los matices. Los aniquilaba. Es la vuelta a un unidimensionalismo cultural conseguido, también en este caso, a través de las urnas. Claro que es imperiosa una autocrítica de los progresismos. Imperiosa y urgente, porque en su versión citadina terminan siendo una parte esencial del problema y están muy lejos de aportar conceptualidades conducentes en medio de semejante complejidad. Pero esa tarea no se inscribe entre las urgencias. Aquellos pocos países que, como el nuestro, conservan intacto un movimiento nacional y popular solamente tienen que mirar el mundo y permanecer tan juntos como la distancia social lo permita.