Por Eduardo Luis Aguirre
El reciente discurso de Vladimir Putin en la conferencia de Davos no ha tenido ni por asomo la repercusión que semejante pieza de anticipación política debería haber concitado.Esa intervención deja en claro que el gigante euroasiático es la primera potencia que se atreve a conjeturar la complejidad de un mundo postpandémico. Por el contrario, ni Donald Trump ni los demócratas pudieron liderar la imaginación de un nuevo orden, y China ha preferido guardar silencio sobre el particular, al menos hasta ahora.
Putin, por el contrario, parte de la base de que “la pandemia de coronavirus solo ha estimulado y acelerado cambios estructurales, cuyas condiciones previas ya se formaron hace bastante tiempo. La pandemia ha exacerbado los problemas y desequilibrios acumulados anteriormente en el mundo”. La frase define un novedoso marco teórico, que, a diferencia de los gobiernos neoliberales, tiene muy en claro los límites y las acechanzas del porvenir mundial, como así también la certeza de una agudización de las contradicciones rubricadas por la globalización y un “fortalecimiento de la estratificación social, tanto a nivel mundial como de los distintos países”. Entrevé una polarización de las opiniones públicas (lo que en la jerga dominante propia se denomina coloquialmente "grieta”), una polarización exacerbada de los pensamientos radicales, incluso en los países más desarrollados y una crisis de los modelos e instrumentos anteriores de desarrollo económico. En la filosofía política rusa hace tiempo que se amasa la idea de que la unipolaridad global ha entrado en una crisis irreversible y que es el turno de los multilateralismos. En ese marco, se espera un fortalecimiento de los estados nación como (nueva) categoría histórica, una continuidad del debilitamiento de las instituciones internacionales y una debacle del sistema de seguridad planetaria, al que hemos denominado por nuestra parte “sistema de control global punitivo”.
Putin recuerda que “la incapacidad y la falta de voluntad para resolver estos problemas en esencia en el siglo XX se convirtió en una catástrofe de la Segunda Guerra Mundial”.
Y, en términos de enunciar el “qué hacer” del siglo XXI advierte: “Por supuesto, ahora espero que un conflicto global tan "candente" sea básicamente imposible. Realmente lo espero. Significaría el fin de la civilización. Pero, repito, la situación puede desarrollarse de manera impredecible e incontrolable. Si, por supuesto, no se hace nada para evitar que esto suceda. Existe la posibilidad de encontrar un colapso real en el desarrollo mundial, plagado de una lucha de todos contra todos, con intentos de resolver contradicciones urgentes mediante la búsqueda de enemigos "internos" y "externos", con la destrucción no solo de esos valores tradicionales. (Valoramos esto en Rusia) como familia, pero también las libertades básicas, incluida la elección y la privacidad".
"Me gustaría señalar aquí que la crisis social y de valores ya se está convirtiendo en consecuencias demográficas negativas, por lo que la humanidad corre el riesgo de perder continentes enteros de civilizaciones y culturas”. Civilizaciones, valores, culturas, tradiciones. Quienes hayan leído “La Cuarta Teoría Política” de Alexander Dugin notarán un cierto aire de familia entre el recorrido de esta obra filosófica y el desguace de los postulados posmodernos emergentes del Consenso de Washington que Putin insta a revertir recurriendo a una trayectoria diferente, “positiva, crativa y armoniosa”, que permita afrontar los desafíos urgentes que planteará la realidad que sucede a la peste. El primero, según el mandatario ruso, es el socioeconómico. Cuesta controvertir la connotación imperativa de este condicionante: “La globalización y el crecimiento interno han llevado a una fuerte recuperación en los países en desarrollo, sacando a más de mil millones de personas de la pobreza. Entonces, si tomamos el nivel de ingresos de $ 5.5 por persona por día (en paridad de poder adquisitivo), entonces, según el Banco Mundial, en China, por ejemplo, el número de personas con ingresos más bajos ha disminuido de 1.100 millones en 1990 a menos 300 millones en los últimos años. Este es definitivamente el éxito de China. Y en Rusia de 64 millones de personas en 1999 a unos 5 millones en la actualidad. Y creemos que este es también un avance en nuestro país en la dirección más importante, por cierto”.
“Aún así, la pregunta principal, cuya respuesta en muchos aspectos da una comprensión de los problemas actuales, es cuál fue la naturaleza de tal crecimiento global, quién recibió el principal beneficio de esto”.
“Por supuesto, como dije, los países en desarrollo se beneficiaron mucho de la creciente demanda de sus productos tradicionales e incluso nuevos. Sin embargo, esta integración en la economía global ha dado como resultado algo más que empleos e ingresos por exportaciones. Pero también costos sociales. Incluyendo una brecha significativa en los ingresos de los ciudadanos”.
“Pero, ¿qué pasa con las economías desarrolladas, donde el nivel de riqueza promedio es mucho mayor? Por paradójico que parezca, los problemas de estratificación aquí, en los países desarrollados, resultaron ser aún más profundos. Entonces, según el Banco Mundial, si con un ingreso de menos de $ 5.5 por día en los Estados Unidos de América, por ejemplo, 3.6 millones de personas vivían en 2000, entonces en 2016 ya hay 5.6 millones de personas”.
“Durante el mismo período, la globalización ha dado lugar a un aumento significativo de los beneficios de las grandes multinacionales, principalmente estadounidenses y europeas”. Los datos numéricos son lapidarios. La denuncia es una invitación a pensar el mundo que viene preguntándose el líder ruso.
“Por cierto, en términos de ciudadanos, las economías desarrolladas de Europa tienen la misma tendencia que en los Estados”.
“Pero, de nuevo, en términos de ganancias de la empresa, ¿quién obtuvo los ingresos? La respuesta es conocida, es obvia, para el uno por ciento de la población”.
“¿Qué pasó en la vida de otras personas? Durante los últimos 30 años, en varios países desarrollados, los ingresos de más de la mitad de los ciudadanos en términos reales se han estancado y no han aumentado. Pero el costo de los servicios de educación y salud ha aumentado. ¿Y sabes cuanto? Tres veces”.
“Es decir, millones de personas, incluso en los países ricos, han dejado de ver la perspectiva de incrementar sus ingresos. Al mismo tiempo, se enfrentan a problemas: cómo mantenerse sanos a ellos mismos y a sus padres, cómo brindar una educación de calidad a los niños”.
“También se está acumulando una gran masa de personas que, de hecho, resultan no reclamadas. Por lo tanto, según la Organización Internacional del Trabajo, en 2019, el 21 por ciento, o 267 millones de jóvenes en el mundo, no estudiaron ni trabajaron en ningún lugar. E incluso entre los trabajadores (aquí hay un indicador interesante, cifras interesantes), incluso entre los trabajadores, el 30 por ciento vive con un ingreso por debajo de los 3,2 dólares al día en paridad de poder adquisitivo”.
“Esta política se basó en el llamado "Consenso de Washington". Con sus reglas no escritas, prioriza el crecimiento impulsado por la deuda privada en un entorno de desregulación y bajos impuestos para los ricos y las corporaciones”.
“Como dije, la pandemia de coronavirus solo ha exacerbado estos problemas. El año pasado, el declive de la economía mundial fue el mayor desde la Segunda Guerra Mundial. Las pérdidas en el mercado laboral en julio equivalían a casi 500 millones de puestos de trabajo. Sí, al final del año, la mitad de ellos fueron restaurados. Aún así, esto es casi 250 millones de puestos de trabajo perdidos. Ésta es una cifra grande y muy alarmante. Solo en los primeros nueve meses del año pasado, la pérdida de ingresos laborales en todo el mundo ascendió a 3,5 billones de dólares. Y esta cifra sigue creciendo. Esto significa que la tensión social en la sociedad también está creciendo”.
“Al mismo tiempo, la recuperación posterior a la crisis no es fácil. Si hace 20-30 años el problema podría haberse resuelto mediante el estímulo de la política macroeconómica (por cierto, lo están haciendo todo el tiempo), hoy esos mecanismos, de hecho, se han agotado y no funcionan. Su recurso está prácticamente agotado. Estas no son mis declaraciones infundadas”.
Así, según estimaciones del FMI –continúa- el nivel de deuda total de los sectores público y privado se ha acercado al 200% del PIB mundial. Y en algunas economías, superó el 300 por ciento del PIB nacional”. El agobio que produce el endeudamiento crónico, además de impactar en la economía global, produce problemas sociopolíticos de una gravedad inconmensurable, divide a la sociedad, “engendra intolerancia social, racial y nacional, y esa tensión estalla incluso en países con instituciones civiles y democráticas aparentemente bien establecidas diseñadas para suavizar y extinguir tales fenómenos y excesos”. Sobre la influencia colonizadora del neoliberalismo en las subjetividades nos hemos ocupado en artículos anteriores. En los próximos, seguiremos con la necesaria exégesis de un discurso que, también, se hace cargo de los fracasos y las frustraciones de los grandes ensayos políticos previos.