Pocos se animan a evocar la conjetura trágica. Muchos, ni siquiera la perciben en una sociedad que avanza hacia el insondable abismo, bastante más previsible que sus formas. Formas que tal vez desde la opacidad de los poderes fácticos que articulan la escalada derechista (en el mundo, en general, y en la Argentina en particular) obedezcan a un diseño preconcebido que explique la violencia sin fin.

Una violencia que alcanza ribetes estremecedores de provocación, revanchismo, ensañamiento y destrucción. Así se expresan las derechas conservadoras sin poder popular. Claro que lo hacen para producir un brutal proceso de destrucción de la economía nacional, implantar un nuevo menú de recetas recesivas para transferir recursos desde los sectores populares a la oligarquía, realinear a la Argentina en su rol geopolítco y diseñar un nuevo mapa social, absolutamente excluyente. Pero esas conductas explican una parte del todo.

Autorizar bases imperiales en el país, exhumar el eufemismo oprobioso de la "guerra sucia", inventar agresiones, producir una manipulación  tecnológica sin precedentes de la opinión pública, apelar a formas inéditas de control punitivo y generar un otro desvalorado, un nuevo enemigo interno, no serían, en verdad, herramientas imprescindibles para poner en marcha un plan económico neoliberal.

La exacerbación del odio al diferente, la construcción de un espíritu revanchista, la degradación de la democracia, la violencia de las fuerzas de seguridad y el alineamiento de la burocracia judicial y gran parte de la prensa dominante pueden ser parte de un proyecto a mayor escala, de una idea dantesca de desmembración. La derecha sabe que su techo y su piso se juntan, generalmente en poco tiempo. Que su futuro adolece de la inmediatez de los proyectos que se caracterizan por agredir a las mayorías populares.

Pero, en estos casos, es preciso recordar la velocidad que adquieren los procesos de trágica separación en las sociedades de la modernidad tardía. Mucho hemos hablado del caso Yugoslavia en esta hoja. Por supuesto, no enunciábamos ese precedente histórico de manera caprichosa. Las intervenciones "humanitarias" tuvieron en los Balcanes un debut predatorio de consecuencias por todos conocidas a la que le siguieron otras experiencias centrífugas en diferentes países del mundo. Recuerdo cuando en las plazas del verano, Raúl Zaffaroni instaba recurrentemente a no hacerse cargo de provocaciones y estar atento a los provocadores, a no proporcionar pretextos ni excusas. Sabía, sin duda, por qué lo decía. Aunque guardara, también él, el pudor de explicitar el sentido de la advertencia.