Los medios de comunicación corporativos asumen un rol crucial: configuran la realidad, operan sobre las subjetividades, manipulan significaciones; en definitiva, colonizan la opinión pública. En América Latina, los medios concentrados generan un orden homogéneo opuesto a lo que se entiende como una política democrática, que debe implicar disenso y pluralidad.
Brasil está atravesando un momento de suma gravedad institucional, en el que se juega el destino de este gran país. Los medios gráficos como Folha de São Paulo, Estado de São Paulo, Rede Globo, Editora Abril, Revista Veja, Midia Ninja y Jornalistas libres, y diferentes radios y televisoras, como Rede Globo, producen e imponen sentidos y saberes que por efecto de identificación se transforman en comunes, formando la opinión pública. Esos medios concentrados realizan una manipulación del pensamiento: las informaciones que transmiten funcionan como verdades irrefutables, ante la ausencia de voces alternativas. Se trata de un dispositivo que opera sobre la subjetividad, la condiciona a través de la sugestión y la reiteración de mensajes, que terminan imponiéndose como si fueran certezas. En Brasil esto apuntó a producir el desprestigio de la dirigencia del PT, repitiendo hasta el hartazgo el falaz argumento de la corrupción de sus líderes, para desestabilizar a la presidenta Dilma Rousseff a pesar de su legitimidad por haber sido elegida democráticamente, logrando impulsar un proceso de impeachment.
Según la teoría psicoanalítica, las relaciones sociales se normativizan con la instauración de un operador simbólico denominado Ideal del yo. El individuo espectador ubica a los medios de comunicación en el lugar de ese Ideal, y luego pone en juego un mecanismo de identificación. Esto produce una idealización de los medios y una identificación entre los espectadores, dando como resultado una psicología de las masas: una hipnosis adormecedora en la que el sujeto deviene un objeto cautivo, que se somete de manera inconsciente a los mensajes e imágenes que se le ofrecen. El sujeto de la cultura de masas es pasivo, servil, sugestionado; con un yo empobrecido obedece a un “amo” que articula ideologías e ideales. Al operar esta captura, los mensajes que emiten los medios terminan imponiéndose, condicionando opiniones, valores y pertenencias, lo que redunda en una manipulación de la subjetividad.
En democracia es fundamental regular el poder de influencia de los medios sobre la subjetividad, basado en el marketing político, y derivado de técnicas de venta exitosas que, a consecuencia de la rápida expansión de los medios, llegó a abarcar casi todos los aspectos de la cultura. Consiste en un dispositivo planificado de sugestión, cuyo fin es que el ciudadano devenga un consumidor que compra un objeto o un mensaje político. Mediante técnicas que implican una producción calculada de subjetividad construyen consenso, convencen, consiguen votantes, imponen valores, hábitos, posicionan un producto, una idea o un candidato. Muchas veces se adquiere una marca, una identificación y una pertenencia sin advertir que tras ello hay un proyecto económico o político.
A partir de Freud y Lacan, sabemos que las demandas no son necesidades naturales, básicas o biológicas, sino que son construcciones discursivas: la mercadotecnia impone demandas que luego aparecen como una elección libre del ciudadano. El actual modelo de los medios de comunicación de masas produce gente seriada por efecto de identificación, lo que tira por tierra la supuesta libertad que otorgan la información y los mensajes comunicacionales. Si bien en apariencia amplían la libertad individual, en sentido estricto se imponen, condicionan elecciones, llegando a colonizar y enfermar a toda una cultura. Freud vio en el rebaño, en la fascinación colectiva y en la homogeneización de la psicología de las masas un prolegómeno del totalitarismo.
La democracia no puede definirse por el sentido común, ni por el consenso de una masa de autómatas, producidos por un dispositivo de sugestión de los medios de comunicación concentrados. Una concepción democrática debe incluir pluralidad de voces, evitando la monopolización de la palabra y la instalación de un discurso único, tendiendo a que los mensajes se transmitan libremente, buscando asegurar el derecho que tienen los ciudadanos a una información veraz, vertida de manera responsable y racional.
Gran parte del espacio público ocupado por los medios de comunicación se transformó en la sede del odio y la agresión entre las personas. En esta versión, el derecho a la libre expresión se confunde con una libertad de agresión en la escena pública. En forma desmedida e insistente emiten mensajes agresivos, hostiles, que incrementan el miedo, la angustia, el terror y el odio. Los noticieros y los programas de “información” producen relatos falsos y teorías conspirativas, no comprobadas, de sospecha y complot, instalando el significante “corrupción” sobre los dirigentes del PT, apuntando a que el adversario político sea atacado como un enemigo. Esta modalidad va dando sustento a la hostilidad entre los miembros de la cultura, provocando sentimientos persecutorios e instalando los afectos señalados, que van a funcionar como desencadenantes de enfermedad psíquica. El “enemigo” es el prójimo que deviene en un objeto hostil al que se lo puede humillar, degradar, maltratar, etc. Se produce como resultado una sociedad transformada en un campo minado por la violencia y el odio en sus variadas expresiones. Una cultura así planteada está en riesgo.
Frente a este panorama, surgen algunos interrogantes: ¿dónde quedan las categorías de verdad, decisión racional y autonomía del sujeto, para filtrar y administrar la información y los afectos que éstas instalan? ¿Quién se hace responsable de los efectos patológicos que se constatan en la subjetividad y en los lazos sociales? Ante la constatación de la patología que producen los medios de comunicación y con el objetivo de proteger la salud de la población y la democracia, resulta imperioso desenmascarar los dispositivos con que operan. No se trata aquí de una práctica de censura ni un planteo de tipo moral, sino de asumir una decisión responsable fundamental a favor de preservar la salud de la comunidad.
El Estado, sus representantes e instituciones, deben encarnar una función simbólica de contención y pacificación social, garantizando el bien común, el ejercicio democrático, la disminución de la violencia y la hostilidad entre semejantes. Esto supone limitar la acción de los medios de comunicación de masas, para que dejen de calcular, de manipular la subjetividad, instalando el odio y la agresividad. Una cultura no sometida a un proceso de sugestión homogeneizante, capaz de reconocer el lugar y la dignidad de las diferencias, significará un gran avance en pos de la democracia y en contra del totalitarismo.
Fragmento del capítulo “Un nuevo dispositivo de sugestión: los medios masivos de colonización”, que formará parte del libro La resistencia internacional al golpe de 2016 y que será lanzado en Río de Janeiro en vísperas de la votación en el Senado, como apoyo a Dilma Rousseff. Colaboran artistas, intelectuales, juristas, escritores y dirigentes políticos de Brasil, Argentina, Alemania, Portugal, España, Francia, Inglaterra y Estados Unidos.
(*) Norma Merlin, psicoanalista. Docente de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Magister en Ciencias Políticas, Universidad de San Martín (UNSAM-IDAES). Autora del libro Populismo y psicoanálisis, Editorial Letra Viva.
Publicado originariamente en Página/12, Buenos Aires. Reproducido con autorización de la autora.