Por Stanley Milgram (*)
Traducción: Susan Sxhocolnik
La destrucción
de los judíos europeos en 1933-45 no tuvo lugar como resultado de los actos de
un único hombre que actuará por sí solo. Ninguna persona es omnipotente en este
sentido directo. Al contrario, el poder, incluso el poder de destruir a
individuos, surge a través del control de las organizaciones sociales en las
cuales participan numerosos individuales. Entre estas organizaciones están el
partido político, la burocracia administrativa, y la policía y las ramas
militares del gobierno.
Lo que suelda cada una de
estas unidades en una fuerza monolítica capaz de ejecutar las directivas
emitidas de “arriba” es la obediencia pronosticable de los participantes. La
obediencia vincula los individuos a los sistemas de autoridad, y así vincula la
acción individual a la intención política.
Y es al fenómeno de la obediencia que varios comentadores
han dirigido su atención, buscando explicar el holocausto nazi. Miles de
alemanes comunes, notan, participaron en el trabajo del diablo, y muchos de
ellos lo hicieron por un sentido apremiante del deber. La propensión a obedecer
a la autoridad sin límites ni preguntas, afirma William Shirer, es la falla
caracterológica básica del pueblo alemán, y es la principal responsable de la
complicidad de grandes números de ellos en el terror de Auschwitz y Belsen.
C.P. Snow afirma que se han cometido los crímenes más horribles en nombre de la
obediencia, más que por cualquier otra causa o ideología.
La exterminación nazi de los judíos europeos es la
instancia más extrema de la perpetración de actos inmorales aborrecibles por
miles de personas en nombre de la obediencia. Es el caso más extremo por: 1) el
número de víctimas involucradas; 2) el status de no-combatientes de las
víctimas; 3) la inclusión de mujeres, niños y ancianos en la matanza; 4) la
naturaleza inocente de las víctimas conforme a cualquier norma aceptada por la
justicia; 5) la naturaleza prolongada y calculada del programa: no fue una
masacre impulsiva, sino un programa sólidamente concebido, que requirió una
organización y el empleo de muchas personas inteligentes, provistas de
habilidades técnicas y administrativas, y 6) el nivel generalizado de brutalidad
y de insensibilidad demostrado hacia las víctimas.
Sin embargo, en menor grado, este tipo de cosa ocurre
constantemente: los ciudadanos comunes son mandados a destruir a otra gente, y
lo hacen porque lo consideran su deber obedecer a las ordenes. De esta manera,
la obediencia a la autoridad, una característica tradicionalmente alabada como
virtud, toma un aspecto nuevo cuando sirve una causa malévola: lejos de quedar
como virtud, es transformada en un pecado atroz. ¿O no?
La cuestión moral de obedecer
o no cuando las órdenes chocan con la conciencia, fue discutida por Platón,
dramatizado en Antígona, y tratado por análisis filosófico en cada época
histórica. Los filósofos conservadores sostienen que la desobediencia amenaza
al mismo edificio de la sociedad, y que inclusive cuando el acto prescripto por
una autoridad es malo, es mejor ejecutar la orden que quebrar a la estructura
de la autoridad. Hobbs afirmó más: que un acto así ejecutado no es de ninguna
manera la responsabilidad de la persona que lo ejecuta, sino solamente de la
autoridad que la ordena. Pero los humanistas sostienen la primacía de la
conciencia individual en tales cuestiones, insistiendo que los juicios morales
del individuo deben supeditar a la autoridad cuando los dos están en conflictos.
Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia
importan enormemente, pero un científico empírico llega al punto eventualmente
de querer pasar del reino del discurso abstracto a la observación cuidadosa
circunstancias concretas. Para poder estudiar más de cerca el acto de obedecer,
instaló un experimento sencillo en la Universidad de Yale. Eventualmente, el
experimento involucró más de mil participantes y fue repartido en varias
universidades, pero al principio, la concepción era sencilla.
Una persona viene a un
laboratorio de psicología y le dicen que ejecute una serie de actos que entran
cada vez más en conflicto con su conciencia. La pregunta principal es, ¿hasta
dónde el participante cumplirá con las instrucciones del experimentados antes de
negarse a ejecutar las acciones que se le exigen?
Pero el lector necesita saber algún detalle más acerca del
experimento. En esta situación dos personas vienen al laboratorio de psicología
para participar en un estudio de memoria y aprendizaje. Uno de ellos está
designado como “maestro” y el otro como “alumno”. El experimentado explica que
el estudio se trata de los efectos del “refuerzo negativo”, sobre el
aprendizaje. Al “alumno” se lo llevan dentro a un cuarto, lo sientan en un
sillón, se le sujetan los brazos para evitar el movimiento excesivo, y se le
fija un electrodo a la muñeca. Se le dice que debe aprender una lista de pares
de palabras, cada vez que comete un error recibe un “refuerzo negativo”. La
cualidad civilizada del lenguaje enmascara el hecho sencillo de que el hombre
va a recibir unos choques eléctricos dolorosos. El foco verdadero del
experimento es el “maestro”. Después de observar mientras el “alumno” lo atan
al sillón, ése es llevado al cuarto de experimentos principal y lo sientan delante
de un generador de choques impresionante. Lo más notable de este aparato es una
línea horizontal de treinta llaves que varían desde 15 voltios hasta 450
voltios, con incrementos de 15 voltios.
Hay también títulos que varían
desde “choque leve” hasta “peligro choque severo”. Al “maestro” se le dice que
debe administrar el test de aprendizaje al hombre que está en el otro cuarto,
leyendo la primera palabra de cada conjunto de pares de palabras.
Cuando el alumno responde correctamente con la segunda palabra del par,
el maestro sigue con el próximo ítem, cuando el otro hombre da una respuesta
incorrecta, el maestro le debe dar un choque eléctrico. Debe empezar el nivel más bajo de choques (15
voltios) y aumentar el nivel cada vez que el hombre comete un error, pasando
por 30 voltios, 45 voltios y así sucesivamente.
El “maestro” es un sujeto verdaderamente ingenuo que ha
venido al laboratorio para participar de un experimento. El alumno, o víctima,
es un actor que en realidad no recibe ningún choque. El objetivo del
experimento es simplemente averiguar ¿hasta dónde procederá una persona en una
situación concreta y mensurable en la cual le ordenan que infringe cada vez más
dolor a una víctima al experimentador?
El conflicto surge cuando el hombre que recibe el choque
empieza a indicar que experimenta desagrado. Hasta el choque de 75 voltios no
hay respuesta de protesta; a los 75 voltios, el alumno gruñe. A los 120
voltios, se queja verbalmente, a los 150 exige que lo saquen del experimento.
Sus protestas continúan a medida que los choques se elevan, llegando a ser cada
vez más intensivas y emocionales. A los 285 voltios su respuesta puede
describirse únicamente como un grito de agonía.
Los observadores concuerdan que la cualidad angustiosa del
experimento se oscurece bastante en las palabras escritas. Para el sujeto, la
situación no es un juego; el conflicto es intenso y manifiesto. Por un lado, el
sufrimiento patente del alumno lo presiona para que desista. Por otro lado, el
experimentador, una autoridad legítima con quien el sujeto se siente algo
comprometido, le ordena que siga. Cada vez que el maestro vacila en administrar
un choque, el experimentador aplica, sucesivamente, cuatro estímulos verbales:
“Siga, por favor”; “El experimento requiere que usted siga”; “Es absolutamente
necesario que usted siga”, o finalmente, “Usted no tiene otra alternativa que
seguir”.
Para desprenderse de la situación, el sujeto debe hacer una
rotura clara con la autoridad. El objetivo de esta investigación era encontrar
cuándo y cómo la gente desafiaría a la autoridad frente a un imperativo moral
claro.
Es verdad que entre ejecutar las órdenes de un oficial
superior en tiempo de guerra y ejecutar las órdenes de un experimentador, hay
diferencias enormes. Sin embargo queda la esencia de una determinada relación,
porque uno puede preguntar de modo general: ¿Cómo se comporta un hombre cuando
le dice una autoridad legítima que actúe en contra de un tercer individuo? En
todo caso, podríamos postular que el poder del experimentador sería bastante
menor que el del general, dado que ese no tiene ningún poder para reforzar sus
imperativos, y porque la participación en un experimento psicológico
ciertamente no evoca el sentimiento de urgencia y de dedicación que se engendra
en la guerra. A pesar de estas limitaciones, pensé que sería valioso empezar
una observación cuidadosa de la obediencia en esta situación modesta, a la
espera de que estimulara algunos “insights” y rindiera unas proposiciones
generales que se pudiera aplicar a una variedad de circunstancias.
La reacción inicial de
un lector a este experimento podría ser: ¿Para qué se molestaría una persona
cuerda en administrar los primeros choques? ¿Por qué no se pararía simplemente,
para luego salir caminando del laboratorio? Pero el hecho es que nadie jamás lo
hace. Como el sujeto ha venido al laboratorio para ayudar al experimentador,
está muy dispuesto a iniciar el procedimiento. Esto no es nada
extraordinario, especialmente porque la persona que va a recibir los choques
parece ser cooperativo inicialmente, aunque algo nervioso. Lo que sorprende es
hasta dónde llegarán los individuos normales para cumplir con las instrucciones
del experimentador. Verdaderamente, los resultados del experimento fueron a la
vez sorprendentes y desalentadores. A pesar de que muchos sujetos experimentan
stress, a pesar de que muchos de ellos le protestan al experimentador, una
proporción considerable sigue hasta el último choque del generador.
Muchos sujetos obedecerán al experimentador por más
vehementes o insistentes que sean las demandas de la persona choqueada, por más
dolorosos que le sean los choques, y por más que ruegue, grite o implore que lo
suelten. Esto se vio repetidamente en nuestros estudios y ha sido observado en
varias universidades donde se ha repetido el experimento. Es esta complacencia
extrema de los adultos para hacer casi cualquier cosa bajo órdenes de una
autoridad que constituye el hallazgo principal del estudio, y es el hecho que
demanda más urgentemente una explicación.
Una explicación ofrecida comúnmente es que los que
choquearon a la víctima en el nivel más severo eran monstruos, el margen sádico
de la sociedad. Pero si uno considera que casi dos tercios de los participantes
están en la categoría de sujetos “obedientes” y que representan a la gente
común de las clases trabajadoras administrativas y profesionales, entonces el
argumento se torna muy difícil. Por cierto, recuerda mucho la polémica que
surgió a raíz del libro Hannah Arendt Eichmann in Jerusalem. Arendt mantuvo que
el esfuerzo de parte del acusador para pintarlo a Eichmann como monstruo sádico
era fundamentalmente equívoco, que éste se aproxima más a un burócrata sin
imaginación que simplemente se sentaba en su escritorio y hacía su tarea.
Por adelantar estas ideas, Arendt llegó a ser objeto de
bastante desdén, e incluso de difamación. De alguna manera, se consideraba que
los actos monstruosos ejecutados por Eichmann exigía una personalidad brutal,
perversa y sádica, el mal personificado. Después de ver cómo cientos de
personas comunes se someten a la autoridad en nuestros propios experimentos,
debo llegar a la conclusión de que la idea de Arendt de la trivialidad del
mal se acerca más a la verdad de lo que uno se atreve a imaginarse. La
persona común que le aplicó los choques a la víctima lo hizo por un sentimiento
de obligación, una concepción de sus deberes como sujeto, y no por tendencias
especialmente agresivas.
Esta es, quizás, la lección más fundamental de nuestro
estudio: que la gente común, simplemente haciendo sus tareas y sin ninguna
hostilidad especial de su parte, puede llegar a ser agente de un proceso
destructivo terrible. Además, aún cuando los efectos destructivos de su trabajo
se les hacen patentes, y se les pide ejecutar acciones que son incompatibles con
las pautas fundamentales de la moral, entonces son relativamente pocas las
personas que tienen los recursos necesarios para resistir a la autoridad. Entra
en juego una gama mayor de inhibiciones en contra de desobedecer a la
autoridad, las cuales consiguen mantener a la persona en su lugar.
Sentados cómodamente en
nuestros sillones, nos resulta fácil condenar las acciones de los sujetos
obedientes. El que condena a los sujetos los compara con su propia capacidad
para formular dictámenes morales ideales. Pero esta comparación es injusta.
Muchos sujetos, en el nivel de la opinión declarada, están tan convencidos que
cualquiera de nosotros del dictamen moral de no acción contra una víctima
indefensa. Ellos también saben, en términos generales, lo que se debe hacer, y
pueden declarar sus valores cuando surge la ocasión. Tiene poco y nada que ver
con el verdadero comportamiento bajo la presión de las circunstancias.
Si se le pide a una persona su juicio moral acerca del
comportamiento adecuado en esta situación, verá siempre la necesidad de
desobedecer. Pero no son los valores las únicas fuerzas que entran en juego en
la situación real. No son más que una banda estrecha de causas en todo el
espectro de las fuerzas que se ejercen sobre una persona. Muchas personas son
incapaces de realizar sus valores en acciones y se encuentran en la posición de
seguir con el experimento aunque protesten sobre lo que están haciendo.
La fuerza causal que ejerce el sentido moral del individuo
es menos efectiva que lo que nos hiciera el mito social.
Aunque tales prescripciones
como “no matarás” ocupan un lugar preeminente en el orden moral, no ocupan una
posición firme correspondiente en la estructura psíquica humana. Algunos
cambios en los titulares de los diarios, un llamado a la conscripción, las
órdenes de un hombre con charreteras, llevan fácilmente a que los hombres
maten. Incluso las fuerzas reunidas en un experimento de psicología irán lejos
en el proceso de apartar al individuo de los controles morales. Se puede poner
de lado los factores morales con bastante facilidad a través de una
reestructuración calcada del campo informacional y social.
¿Qué entonces, hace que la persona siga obedeciendo al
experimentador? La respuesta consta de dos partes. Primero, hay un conjunto de
“factores de enlazamiento” que encierra al sujeto en la situación. Incluyen
factores tales como cortesía de su parte, su deseo de mantener su promesa
inicial de ayudar al experimentador, y la dificultad implicada en retirarse.
Segundo, ocurren una cantidad de reajustes en el pensamiento del sujeto que
sabotean su resolución de romper con la autoridad. Los reajustes ayudan al
sujeto a mantener su relación con el experimentador y a la vez reducen el
stress que se debe al conflicto experimental.
Estos reajustes son típicos del pensamiento que surge en
las personas obedientes cuando una autoridad les instruyó que actúen en contra
de individuos indefensos.
Uno de los mecanismos
es la tendencia del individuo a quedarse tan absorto en la mera ejecución
técnica de la tarea que pierde de vista las consecuencias más amplias de su
acción. La película “Dr. Strangelone” satiriza brillantemente la absorción de
los tripulantes de un avión de bombardeo en el procedimiento técnico preciso y
exigente para bombardear un país con armas atómicas. Análogamente, en este
experimento, los sujetos queda inmersos en el aparato, leyendo los pares de
palabras con una dicción exquisita y apretando las llaves con gran cuidado.
Quieren producir una ejecución competente, pero muestran una preocupación moral
correspondientemente más estrecha. El técnico es la persona que tiene la
competencia y la habilidad necesarias para ejecutar exitosamente una acción,
pero que no se preocupa por las consecuencias humanas más amplias.
Análogamente, el sujeto asigna las tareas más amplias de fijar metas y evaluar
la moralidad, a la autoridad experimental que sirve.
El reajuste de pensamiento más común en el sujeto obediente
es simplemente percibirse como no-responsable de sus acciones. Se deshace de la
responsabilidad en cuanto atribuye toda iniciativa al experimentador, a una
autoridad legítima. No se percibe como una persona que actúa de manera
moralmente responsable, sino como el agente de una autoridad externa. En la
entrevista post-experimental, cuando se les pregunta por qué siguieron, los
sujetos responden típicamente: “no lo hubiera hecho por mi cuenta. Yo hacía
simplemente lo que me dijeron que hiciera”.
Incapaces de desafiar la
autoridad del experimentador, le atribuyen a él toda la responsabilidad. Es la
vieja historia de “simplemente hacía mi deber” que se escuchó repetidamente en
la declaración de defensa en Nuremberg. Pero sería una equivocación
considerarla una disculpa formulada para la ocasión. Al contrario, es el modo
de pensar fundamental de una gran cantidad de gente, una vez que esté encerrada
en una posición subordinada en una estructura de autoridad. La desaparición de
un sentido de responsabilidad es la consecuencia de más alcance del
sometimiento a un sistema de autoridad.
Las personas que están debajo de una autoridad ejecutan
acciones que parecen violar las pautas de conciencia, pero no sería verdad
declarar que el sentido moral ha verdaderamente desaparecido. En vez, adquiere
un foco radicalmente diferente. Una vez que ha entrado en un sistema de
autoridad, la persona no responde con un sentido moral a las acciones que
ejecuta. Al contrario, su preocupación moral se cambia ahora para una
consideración por cuanto satisface las expectativas que tiene de él la
autoridad. En época de guerra, un soldado no se pregunta si es bueno o malo
bombardear un pueblito; no experimenta ni vergüenza ni culpa cuando destruye
una aldea; en cambio, siente orgullo o vergüenza en función del grado de
eficacidad de su ejecución de la misión que le fue asignada.
Otra fuerza psicológica
que actúa en esta situación puede llamarse “contra-antropomorfismo”. Desde hace
unas décadas, los psicólogos han tratado la tendencia primitiva entre los
hombres a atribuir las cualidades de la especie humana a los objetos y fuerzas
inanimadas. Una tendencia contravalente, sin embargo, es la de atribuir una
cualidad impersonal a las fuerzas que son esencialmente humanas en su origen y
su conservación. Algunos individuos tratan a los sistemas de origen humano como
si existieran arriba y más allá de cualquier agente humano, más allá del
control del capricho o del sentimiento humano. Se niega el elemento humano
detrás de las agencias e instituciones. Entonces, cuando el experimentador
dice: “El experimento requiere que usted siga”, el sujeto siente un imperativo
que pasa más allá del deseo humano. No hace la pregunta que parecería ser tan
obvia:“¿De quién es el experimento?”
¿Por qué se debe servir al diseñador mientras sufre la víctima’
Los deseos de un hombre –el
diseñador del experimento- llegan a incorporarse en un esquema que ejerce una
fuerza sobre la mente del sujeto que trasciende lo personal. “Debe seguir. Debe
seguir”, se repite uno de los sujetos. No se da cuenta que es un hombre tal
como él quien quiere que siga. Para él agente humano se ha borrado del cuadro y
“El Experimento” adquiere un ímpetu propio.
El contexto domina a la significación. Ninguna
acción tiene por sí sola una cualidad psicológica inalterable. La significación
de cualquier acto puede alterarse al colocarlo en el contexto apropiado. Un
diario norteamericano citó recientemente a un piloto quien concedió que los
norteamericanos estaban bombardeando a los hombres, mujeres y niños vietnamitas
pero quien sentía que el bombardeo era por una “causa noble y que de esta
manera se justificaba. Análogamente, la mayoría de los sujetos del experimento
ven a su comportamiento dentro de un contexto más grande que es benévolo, y
útil a ña sociedad, o sea, la búsqueda de verdad científica. A través de su
articulación con la sociedad más grande, el laboratorio psicológico tiene un
fuerte título la legitimación, y evoca la fe y la confianza de los que viven
allí para actuar. Una acción, tal como choquear a una víctima que aisladamente
parece maligno, adquiere una significación totalmente diferente cuando se lo
coloca en este marco. Pero permitir que un acto sea dominado por el contexto,
sin considerar debidamente las cualidades esenciales del acto que uno esté
ejecutando, puede ser peligroso en extremo.
Finalmente, un rasgo esencial de la situación en Alemania
no se estudió aquí, eso es, la intensa desvalorización de la víctima antes de
la acción en contra de ella. Durante más de una década, una propaganda
antisemita violenta preparó sistemáticamente a la población alemana para que
aceptara la destrucción de los judíos. Paso por paso, los judíos fueron
excluidos de la categoría de ciudadano nacional, y finalmente se les negó el
status de seres humanos. La desvalorización sistemática de la víctima provee en
alguna medida una justificación psicológica para el trato brutal de la víctima,
y esa ha sido el acompañamiento constante de las masacres, programas y guerras.
Con toda seguridad, nuestros sujetos hubieran experimentado mayor facilidad en
choquear a la víctima si ésta hubiera sido representada como vil criminal,
perverso.
Es bastante interesante, sin embargo, el hecho de que
muchos sujetos desvalorizan duramente a la víctima como consecuencia de
haber actuado en contra de la víctima. Comentarios tales como: “Era tan estúpido
y cabeza dura que mereció ser choqueado”, fueron comunes. Una vez que habían
actuado en contra de la víctima muchas personas aparentemente tenían necesidad
de considerarla un individuo indigno, cuyo castigo fue inevitable a razón de
sus propias deficiencias de intelecto y de carácter.
Muchas personas que
fueron estudiadas en el experimento estaban, en algún sentido, en contra de lo
que le hacían al “alumno” y muchos protestaban incluso mientras obedecían. Pero
entre los pensamientos, las palabras y el paso crítico de desobedecer a
una autoridad malévola, se interpone otro ingrediente, esto es, la capacidad
para transformar a las creencias y valores en una acción. Algunos sujetos
estaban totalmente convencidos de la maldad de lo que hacían, pero no podían llegar
a una rotura abierta con la autoridad. Algunos estaban satisfechos con sus
pensamientos y sintieron que, por lo menos dentro suyo, habían estado del lado
de los ángeles. Lo de que no se dieron cuenta es que los sentimientos
subjetivos son mayormente irrelevantes mientras no se transformen en acción. El
control político se efectúa a través de la acción. Las actitudes de los
guardias en un campo de concentración no tiene ninguna consecuencia cuando de
hecho están permitiendo la matanza de personas inocentes delante de ellos.
Análogamente, la llamada “resistencia intelectual” en Europa ocupada –en la
cual personas por un giro de pensamiento sintieron que habían desafiado al
invasor- era meramente entregarse a un mecanismo psicológico consolador. Las tiranías
se perpetúan por hombres tímidos que no poseen el coraje para actuar de acuerdo
con sus creencias. Reiteradas veces en el experimento, la gente desvalorizaba
lo que hacía pero no podía juntar los recursos internos para traducir sus
valores en acción.
Otra situación experimental representa a un dilema que es
más común que la que expusimos anteriormente: en esta condición hay tres
“maestros” delante del generador de choques que le dan choques a la víctima que
protesta. Dos de los “maestros” son aliados del experimentador. El sujeto
ingenuo no llega a apretar el gatillo que manda el choque a la víctima; ejecuta
el acto subsidiario de cerrar una llave maestra antes de que uno de los demás
entrega el choque. En esta situación, treinta y siete de cuarenta adultos de la
zona de New Haven siguieron hasta el nivel de choque más alto del generador.
Tal como habíamos pronosticado, los sujetos disculparon su procedimiento
diciendo que la responsabilidad era del hombre que realmente apretaba el
gatillo. Esto ilustraría una situación peligrosamente típica en la sociedad
compleja: es psicológicamente fácil desconocer la responsabilidad cuando uno
está involucrado en una cadena de acción malévola, pero al mismo tiempo está
lejos de las consecuencias finales de la acción. Aun Eichmann se sintió enfermo
cuando visitó los campos de concentración, pero para participar en el homicidio
en masa no tenía que hacer nada más que sentarse en un escritorio y manipular
papeles. Al mismo tiempo el hombre en el campo que tiraba el Cyclon-B a las
cámaras de gas puede justificar su comportamiento con la razón de que
está solamente cumpliendo las órdenes de arriba. De esta manera, hay una
fragmentación del acto humano total; ningún hombre solo decide llevar a cabo el
acto malévolo y es enfrentado con sus consecuencias.
Quizás sea ésta la
característica más común de la maldad socialmente organizada en la sociedad
moderna.
El problema de la
obediencia, entonces, no es enteramente psicológico. El tipo y la forma de la
sociedad y la manera de que se está desarrollando tienen mucho que ver con
ello. Hubo una época, quizás, cuando los hombres podían dar una respuesta
plenamente humana a cualquier situación, porque estaban plenamente absorbidos
en ella como seres humanos. Pero en cuanto hubo una división del trabajo
entre los hombres, las cosas cambiaron. Mas allá de un determinado punto, la
fragmentación de la sociedad en personas que cumplen tareas limitadas y muy
especiales quita parte de la cualidad humana del trabajo y de la vida. Una
persona no tiene la posibilidad de ver la situación entera, sino que conoce
sólo una pequeña parte de ella, y por esto, no le es posible actuar sin alguna
especie de dirección global. Sin embargo, para las elecciones morales
importantes, creo, el individuo debe insistir en reservarse el derecho final de
decisión.
Por supuesto, el ejército es un área donde se espera la
obediencia. Sin embargo, hay cada vez más índices de que la obediencia no puede
ser la regla suprema de la vida. Hay dos ejércitos en el mundo en los cuales un
soldado tiene la obligación legal de desobedecer a las órdenes inmorales. Son
los ejércitos de Alemania Occidental y de Israel. Quizás los judíos y los
alemanes, más que nadie, han tenido la oportunidad de aprender que los hombres
están perdidos si actúan solamente dentro de las alternativas que les son
transmitidas desde arriba.
(*) Publicado originariamente en www.psicoanalisisfreud1.com.ar/downloads/obedienciacriminales.doc