Por Lidia Ferrari
Acabo de ver por primera vez la película El Asadito, de Gustavo Postiglione. Mientras la miraba tres evocaciones me acompañaban. Una proveniente del pasado, en torno al 2000 en una visita a la ciudad de San Luis. Varios hombres sentados en la vereda de la remisería esperando los clientes. Esto en cada cuadra de la ciudad. Una ciudad en la que parecían habitar sólo hombres sin trabajo. También venía a mi mente una conversación de unas horas antes. Un amigo sociólogo, con un muy buen trabajo que estaba a punto de perder, me decía que no sabía si vender el auto o usarlo para trabajarlo con Uber. Recuerdo ahora, al escribir estas líneas, que no pude terminar de ver la película del 2004 Buena vida-Delivery. Se trata del eterno retorno de la devastación por unos pocos. Basta un bombardeo de menos de 3 meses para poner de rodillas a esa estructura social trabajosamente levantada como toda construcción que se precie. En la película hay roces, reproches, acusaciones y lamentos entre la decena de hombres solos que pasan todo un día en una terraza de la ciudad de Rosario conversando en torno a un ‘asadito’. Hay desazón individual. Cada uno, a su modo, parece transmitir su fracaso personal. Algunos insisten en mostrar un rostro exitoso o encontrarle una coartada. Pero todos parecen habitar un drama singular. No hay ninguna mención a la política ni a la situación general. Pero sabemos que había un trasfondo, un fondo que también era el frente de la rapiña de los ’90. La película transcurre durante el 30 de diciembre de 1999. ¿No se podía prever el diciembre de 2001? Ahora, que sabemos lo que sucedió después, la vemos como el resultado de la cocina lenta de la debacle menemista. Argentina pudo remontar esa tragedia y nos ofreció la década ganada. Pero no pudo hacer límite a la reproducción macrista de los ’90. Y el intervalo de recuperación entre 2019 y 2023 no pudo hacer obstáculo a la reedición ‘voluntaria’ de una gran parte de los argentinos de la tragedia menemista, ahora con una celeridad descomunal. La gente votó a quienes querían volver al menemismo, pero en versión aumentada y acelerada. Los llegaron a convencer que era bueno que explote todo para estar mejor. Hoy sabemos que se trata de una historia trágica repetida. Hoy, en lugar de los remises, los autos se van a poner al servicio de Uber. Los hombres se sentarán a esperar el llamado como oportunidad de sobrevivencia. Quizás el abatimiento y la ‘aparente’ falta de reacción esté en relación a ese shock de la doctrina que no te da tiempo para reaccionar. Han planificado la obnubilación y perplejidad con una narración sádica y monstruosa que no llegamos aun a creerla. Una parte del pueblo argentino, en posición masoquista, no quiere pensar que nos están llevando al desastre y elige creer y esperar. En mi libro La diversion en la crueldad, estudio el mecanismo de las bromas pesadas de Tinelli que tanto divertían al público. Allí había un resorte fundamental, el de la sorpresa. Un procedimiento que sorprende por lo masivo del ataque, de tal manera que esa sorpresa parece frenar la retaliación, la capacidad de reacción de quien está siendo martirizado, sodomisado, escarnecido. Ese shock planificado, como la sorpresa, parece abonar una falta de reacción del pueblo y de la dirigencia a un ataque inaudito a toda la república. Sobre todo, multiplicando mecanismos anticonstitucionales que, en la sorpresa del ataque masivo, parece adormecer la reacción a través de los dispositivos institucionales vigentes que están a nuestro servicio, porque ellos, lo ignoren o no, están al frente de un gobierno democrático de una república federal. Porque el voto popular no legitima ninguna dictadura. Quizás lo reprimido de la experiencia del menemismo retorna en forma de fatalidad. Por eso han apelado a la fórmula del autocastigo -hay que pagar la fiesta-. Mientras escribía, leía y escuchaba los comentarios sobre el discurso de Milei. Mis amigos mostraban con sus comentarios que estaban siendo agredidos vilmente, que se les dirigía un ataque al centro de su ser. No quise escuchar al presidente -me enferma-, pero sabía lo que decía por la reacción de mis amigos ante tanto sadismo. Tristeza, desesperación, sentirse enfermos, náuseas, vómitos, abatimiento. Siempre he pensado que la riqueza cultural de una gran parte del pueblo argentino es única, no conozco otros países con tanta inteligencia y recursos culturales como nuestro país. Están avasallándolo, nos están dirigiendo un bombardeo narrativo como arma de destrucción masiva. Pero hace sólo tres meses que llegaron al gobierno. No es posible que lo tomemos como un hecho consumado que va a durar 4 años sin posibilidad de defensa. Como alguien dijo, no es posible que respondamos a tamaño nivel de destrucción que nos dirigen, con memes o ridiculizando sus ya ridículos semblantes. No sé qué se puede hacer, pero sólo pienso que no debemos dejar atropellarnos. Los personajes de la película vivían como un fracaso propio lo que había sido un plan estratégico de saqueo y desguace. Espero que podamos reaccionar, que los dirigentes y el pueblo, estemos a la altura del tamaño ataque que nos dirigen.
El asadito, de Postiglione, es una gran, gran película. Está en youtube.