Por Eduardo Luis Aguirre

 

En artículos anteriores insistimos en la necesidad de entender la unidad del campo popular como un imperativo kantiano. Del resultado de ese experimento unitario depende la suerte de la patria y el futuro de los que vendrán. Vivimos un cambio epocal donde la complejidad del mundo del tercer milenio nos depara aporías y estupefacciones muchas veces ininteligibles. La penetración cultural imperial cooptó el interior de las prácticas y retóricas políticas desde la misma recuperación de la democracia, hace de esto 40 años. Las formas de hacer política y la erradicación de la discusión y la teoría colocan a las mayorías populares en una situación de desventaja de cara a las nuevas formas y técnicas de la política, y la imagen que transmitimos es la de una partidocracia escorada por el neoliberalismo e inerme frente al avance neoliberal.

Lo que ahora se denomina tecnofeudalismo no es sólo una manera novedosa de dominación y acumulación por desposesión. Es una imposición cultural que nos compele a la actualización y la construcción permanente de conocimiento colectivo.

En la propia literatura habitan elementos para interpretar el mundo e, incluso, para advertir lo que ocurre en el país. Fuimos “sorprendidos” y luego, impávidos, permanecimos en un estado de confusión que aun debemos superar. No me refiero solamente al resultado de las últimas elecciones sino a la direccionalidad de las políticas del adversario. Aquí quiero retomar el mandato inexorable de la unidad por encima de la gambeta corta, la mezquindad y las patrañas inútiles de la vieja política. Hay que construir pueblo porque el adversario lo viene haciendo de manera sistemática y elaborada. Es previsible que vayamos hacia la estructuración de sendos bloques y en esa construcción todos son necesarios.

En ese marco es menestar entonces desarrollar la capacidad de articular críticamente elementos de la realidad actual para prepararnos para un antagonismo plagado de complejidades que exige información y conocimiento, algo que no se construye de la nada. El uno a uno, el encuentro próximo con las y los compañeros siempre será necesario. Pero también es cierto que el pensamiento juega un rol inexcusable en esta lucha en la que los sujetos disponemos de tecnología, datos empíricos, posibilidades suficientes de indagación, de formulación de preguntas como ejercicio permanente y obtención de algunas respuestas que pueden ser ilustrativas para el conjunto. Por supuesto que ese conocimiento y esa información debe ser siempre compartido, de la manera más clara y solidaria. La aptitud dialógica es una ventaja que llevan quienes militan del lado de las grandes mayorías. Pero, como ya lo dijimos, el conocimiento y la información no surgen por mera inercia. Nosotros también estamos protagonizando diariamente la ”batalla cultural”. Cada cual con lo que tiene para dar y sin menoscabo de ningún aporte. Cada uno en su sitio. Ahora bien, si lo que hay que actualizar son las prácticas políticas de la partidocracia, todos los instrumentos de la cultura deben ser revisados y actualizados. Elegí hablar de la literatura política porque creo que durante décadas ha habido un desprecio notorio de la teoría y una exaltación de la militancia pedestre, esto dicho asumiendo toda la amplitud de la acepción.

¿Sabemos cómo construye el adversario? Y no me refiero a la técnica, el manejo de los dispositivos y los trolls, sino a la manera en que logran conjugar una base social caracterizada por la ira, la frustración, el descontento y el pensamiento débil. El que enunciaba Gianni Váttimo para describir el baldón contingente de las disciplinas sociales durante eso que algunos denominan “posmodernidad”. Y la verdad que no. No lo sabemos. No sabemos qué anida en ese proceso sostenido de construcción de las nuevas derechas. Pues bien, en algunos breves párrafos del libro “El mago del Kremlin”, escrito por el italo-suizo Giuliano da Empoli en formato de novela (el ensayista también es autor de “Los ingenieros del caos”, que constituye un recorrido meticuloso sobre las nuevas reglas del juego político) podemos entender cómo la derecha a ampliado su base social y a qué grupos ha recurrido para hacerlo. Permítaseme la transcripción.

"Así, poco a poco, los recluté a todos: a los moteros y a los hooligans, a los anarquistas y a los skinheads, a los comunistas y a los fanáticos religiosos, a la extrema derecha, a la extrema izquierda y a casi todos los demás que estaban en medio. A todos cuantos eran susceptibles de dar una oferta estimulante a la demanda de sentido de la juventud rusa. Después de lo que había pasado en Ucrania, no podíamos permitirnos por más tiempo dejar fuera de control a las fuerzas de la cólera. Para construir un sistema verdaderamente fuerte, el monopolio del poder no era suficiente, hacía falta tener el de la subversión. Una vez más, se trataba en el fondo de utilizar la realidad como materia para instaurar una forma de juego superior."

 "Debo decir que cada quien representó de buen grado el papel que le había sido asignado. Algunos incluso con talento. Los únicos a quienes no pude fichar fueron los profesores, los tecnócratas responsables de las catástrofes de los años noventa, los abanderados de lo políticamente correcto y los progresistas que se pelean por que haya lavabos transgéneros. A estos preferí dejarlos en la oposición: de hecho, se necesitaba una oposición constituida precisamente por personajes como ellos. En cierto modo, acabaron siendo mis mejores actores, no hubo que contratarlos para que trabajaran para nosotros. Insignificantes moscovitas que se sentían en tierra extraña cuando cruzaban el tercer anillo de la periferia, gente que no habría sido capaz de mover ni un sillón, en lo que a gobernar Rusia se refiere..."

 “Cada vez que tomaban la palabra, consolidaban nuestra popularidad. Los economistas con su desdén de doctores, los oligarcas supervivientes de los años noventa, los profesionales de los derechos humanos, las pasionarias feministas, los ecologistas, los veganos, los activistas gais: un maná caído del cielo, para nosotros. Cuando las chicas de aquel grupo de música profanaron la catedral de Cristo Salvador, aullando obscenidades contra Putin y el patriarca, nos hicieron ganar cinco puntos en los sondeos."

Ya sabemos quiénes se han adueñado de la novela de da Empoli en la Argentina. Conocemos quienes se han tatuado la condición de legatarios e intérpretes del libro. No es eso lo que me concita. Lo que me importa es transmitir cómo somos observados (todos) desde una trinchera antagónica a la que enfrentamos con la inconsistencia del consignismo, las zancadillas políticas o la militancia pastoral. Este tiempo exige una creatividad contingente, reclama “avisadores de incendios”, clama por militantes que comprendan el mundo. No haberlo podido hacer nos sumió en una derrota gravísima. Y lo gravísimo, decía Heidegger, es que todavía no pensamos, ni aún ahora, a pesar de que el estado del mundo da cada vez más que pensar (*).

(*) Heidegger, Martin: “¿Qué significa pensar?”, Terramar ediciones, La Plata, 2005, p. 14.