Por Lucas Crisafulli

Cuando le preguntan a Jean Piaget sobre el supuesto desorden de su estudio, él responde:

“Cómo sabe, Bergson demostró que el desorden no existe! Hay dos tipos de orden, el orden geométrico y el orden vital. ¡El mío es netamente vital! Las carpetas que utilizo están al alcance de la mano, por el orden que indica la necesidad. Lo mismo para encontrar ahí abajo una referencia de hace diez o quince años. Las carpetas que se hallan más abajo se convierten en algo delicado, pero cuando hay que buscar, se busca. Lleva menos tiempo que ordenar todos los días.”

El concepto de orden vital es potente, no solo implica distribuir las cosas según una necesidad sino, y antes que nada, poder participar de esa forma en el que las cosas se disponen. De esta manera, solo cuando tengo voz, voto y margen de acción en la distribución de las cosas podemos hablar de un orden vital.

Quizás en el orden social la dinámica funcione igual. Cuando somos ajenos a la forma en el que las cosas de disponen, cuando no existe posibilidad de transformar ese orden, cuando me es totalmente impuesto, entonces se transforma en un orden opresor, en el que vivimos sin chances de transformarlo y ordenarlo según las nuestras necesidades. Lo contrario a orden vital no es desorden, sino más bien opresión.

Existe una esperanza: el día que comprendamos, cómo dice Sartre, que somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros. Claro, la tentación en este contexto es creer que se trata de una acción meramente individual. Hace ciento cincuenta años, Tolstoi dijo que lo que mueve al mundo es la actividad de todas las personas que toman parte en el acontecimiento y se unen. Es la acción colectiva la que puede llevarnos a transformar este mundo de orden geométrico en un mundo con un orden vital.