Por Eduardo Luis Aguirre
La estupefacción, el desamparo, la desorientación y la pasividad frente a la emergencia de las derechas más terribles y crueles no pueden ser atribuidas a una deficiencia del resto de los espacios políticos. O por lo menos, dista ella de ser la única motivación con prepotencia explicativa del desconcierto y el desánimo que se traduce generalmente en frustraciones totalizantes. La cuestión es mucho más grave. Es existencial. La guerra de trincheras, la disputa por el discurso y por un sentido común hegemónico, el objetivo de un mundo parecido a una jungla lo ha ganado en estos tiempos la reacción. No importa si lo vimos o no lo vimos venir. Esa, a esta altura, es una discusión insustancial.
Lo que importa es reconocer que la angustia, la tristeza profunda y la inmovilidad del campo popular y su dirigencia tiene por primera vez un componente vital. Muchas y muchos de nosotros sabemos que la revolución no solamente no está a la vuelta de la esquina sino que la realidad histórica nos ha sumergido en una fosa oscura, abisal, en la que parecen sentirse cómodas millones y millones de almas desencantadas por sistemas políticos democráticos de baja intensidad, indirectos y cada vez menos convocantes. Lo que podríamos denominar la "clase política" ha hecho lo suficiente, al menos en el último cuarto de siglo, para colocarnos en una situación de desencanto sostenido y ubicarse ellos en un estado deslegitimación espantosa ¿Eso significa que a los argentinos no les interesa la política? En absoluto. Cualquier opción que hacemos en la vida cotidiana es política.
El primer problema es que es urgente y prioritario hacer un esfuerzo masivo y militante para coaligar la ética y la política.
El otro es comprender que estamos dando una batalla con arcabuces contra las tecnologías y una forma de pensar la política y lo político en la que nos hallamos en una relación de fuerzas por demás desfavorable. Las dos situaciones nos han reducido a un minimalismo espantoso. Tripulantes de yates impresentables y horribles filmaciones por un lado y por el otro gente que para acallar la prensa crítica anuncia un proceso de compra de acciones de los principales diarios del país. Peor aún, ha encontrado la forma de agenciarse módicas adquisiciones para lograr victorias inexplicables en ámbitos parlamentarios donde tienen un número de representantes similar a los dedos de una mano. La bizarría de sus dirigentes es un paisaje normalizado y subalterno. No deberíamos detenernos en esas estulticias. Conjeturo que por ahí vamos mal. Si la lucha que nos dan los que en verdad mandan es a pensamiento, pues démosla nosotros también a puro pensamiento. No importa que lleguemos a ver una nueva alborada. Es más, probablemente nos vayamos en un mundo peor que el que nacimos. Importa que podamos reponer el argumento como forma de hacer política. La historia se ha encargado de comprobar que la emancipación no forma parte de un determinismo inexorable. Todo lo contrario. La larga marcha de la unidad, la que se ensayó y se frustró por obra y gracia de los pequeños dirigentes de gambeta corta ahora habrá que darla cuesta arriba. Todo será más costoso en esos términos. Pero en el medio quedan generaciones enteras y otras por venir que esperan acceder a otra vida. Antes que el planeta siga su marcha hacia un posible holocausto, comencemos a mirarnos de una manera generosa. Hagamos que el otro en cuanto otro, que su mirada -como decía Lévinas- nos interpele. Marchemos mientras nos sea posible. Hagamos lo que podamos. Construyamos pueblo y no segreguemos a nadie porque todos importamos. Habrá tiempo para hacer docencia sobre las almas bellas que nos llevaron a estos últimos fracasos y sobre los pragmáticos que eligieron despreciar la teoría en favor de una lógica gestiva. Para muchos de nosotros, esta es una tarea vital, existencial. El sentido de la vida para los que luchan tal vez ya no sea ganar sino sentar las bases de la continuidad de un antagonismo que incluya la expectativa por un mundo más justo. Encuentro en Hermann Hesse el combustible inesperado para reformular el sentido de la pelea: "Diez y cien veces volverás todavía a prenderme, hechizarme y encarcelarme, mundo de las palabras, mundo de las opiniones, mundo de los hombres, mundo del placer exaltdo y de la angustia febril. Mil veces me encantarás y aterrarás, con canciones cantadas en el batiente, con periódicos, con telegramas, con noticias fúnebres, con formularios de inscripción y con todos tus locos trebejos, tú, mundo repleto de placer y angustia, ópera encantadora rebosante de sin sentido melódico! Pero nunca más, ojalá así sea, te me perderás por completo, memorial de la caducidad, música pasionaria del cambio, disposición a morir, voluntad de renacimiento" ( Elogio de la Vejez).