Por Eduardo Luis Aguirre



La represión ominosa del gobierno a los jubilados pueden ser observadas a partir de las lógicas amañadas y la tergiversación de significantes tales como la libertad y el orden y que se traducen en imágenes y videos que reproducen la mayoría de los medios de comunicación. El ataque puede ser percibido como algo mucho más grave. Como una cabecera de playa planisférica donde los sujetos sociales más vulnerables, como los niños y los viejos pasan a convertirse en una postal de algo horrible que pasará o de una vida digna que no volverá. Al menos, esa es la intención del poder y del gobierno nacional. Reducir la presencia pública, aniquilar los derechos y convertir las debilidades  de los adultos mayores en una carga que no congenia con la lógica del mercado. Ni la Biblia ni el Corán justifican arrinconar a los ancianos en sus propias carencias hasta que la biología positivista que pronuncian los ministros se encargue de garantizar el curso vital. Nadie se detiene ni en los miedos, ni en los fantasmas ni en los temores de los jubilados. Si no importa un veto, mucho menos importarán la decrepitud ni las incertidumbres acuciantes con las que deben y deberán convivir. Es imposible pedirle a un gobierno de esta calaña misericordia o sensibilidad, porque para ellos son valores negativos. Están fuera del proceso productivo y eso los debería concenar inexorablemente. Allá ellos rememorando las muchedumbres de víctimas de los grandes crímenes contra la humanidad, de los experimentos sociales neoliberales que profundizan aceleradamente su incapacidad de recurrir a la alteridad como forma de reconstrucción colectiva. No los conmueve que se trate de compatriotas que además de sus potencialidades reducidas empiezan a sentir la soledad existencial que se tergiversa y se desfigura a propósito, como así también la constatación cotidiana de la vejez. De senectute. Un período rico de la vida que se transite en el marco de las posibilidades existenciales de los abuelos. Este estado ni siquiera los ignora. Los desplaza a la victimización y el desprecio excecrable de la represión y las deliberadas carencias. Y lo hacen contra aquellos a quienes no se puede pedirles más. Porque no es justo ni humano. Porque no pueden ofrecer resistencia. Porque no tienen las herramientas ni la dinámica para hacer frente al horror que los degrada, que los subestima y que, permítanme conjeturarlo, preferirían que no existiesen. Imposible no experimentar una esperable vergüenza en orden a la condición humana:dime cómo tratas a tus viejos y te diré en el país que vives. 

Imagen: La izquierda diario.