Por Eduardo Luis Aguirre

 

El progresismo se ha transformado en muchos países en un problema con ontología propia. El nuestro no podía ser la excepción, con la cantidad de coloridos colectivos que levantan banderas políticamente correctas que carecen totalmente de anclaje en la materialidad de los problemas de los que históricamente se ocupó la izquierda.

La izquierda del tercer milenio, con sus márgenes teóricos acotados y la realidad mundial de frente se ha resignado a desempeñar un rol testimonial, una especulación que se expresa en “luchas defensivas” cuya última retaguardia nunca se ha discutido y que en su perfil naif no trasciende el marco agitativo y se desentiende de los grandes antagonismos que agobian de manera urgente, vital, a las vidas desnudas del continente. Es llamativo observar cómo esas expresiones del campo popular no hablan de economía ni de política internacional. Dos temas arduos, sin duda, pero que definen el rumbo y la matriz de cualquier intento de construcción de un nuevo y delicado sujeto político y social que no puede prescindir de lo sustancial, porque eso conducirá una y otra vez a las repetidas y múltiples derrotas a las que asistimos sin solución de continuidad. Con sus opacos intelectuales saliendo a dar la disputa por los grandes discursos, a la derecha le alcanza y sobra para soplar y derribar el débil refugio de las demandas caleidoscópicas y fragmentarias, siempre bienvenidas y sistemáticamente minoritarias. Saben con quiénes se meten los oscuros voceros de las tesis reaccionarias. Por eso tampoco dan las luchas culturales en los campos urgentes e impostergables. Aquellos donde sus diatribas nunca podrían hacer pie. No hay más que seguirlos para darse cuenta que estos provocadores profesionales no se meten con la carnalidad ni la sangre que se disputa, que siempre navegan en aguas cálidas y placenteras. Este es un momento histórico que compele a coaligar los microrrelatos con la arena donde la disputa se hace categórica y definitoria. Si se opta por un individualismo protectivo de miles de situaciones de explotación y opresión y se dejan de lado las contradicciones fundamentales el resultado se conoce de antemano. Es la historia como catástrofe.