Por Lidia Ferrari (*)
En alguna época para entrar a un discurso era preciso ir a buscarlo. Hoy nos llegan directamente a los dispositivos que tenemos en mano. Nos dan la ilusión de que los hemos ido a buscar. Ellos nos invaden sordamente de tal modo que creemos ser nosotros los protagonistas de los escenarios en que participamos. En los momentos más íntimos y desolados los ruidos ambientales más ensordecedores de goces malignos se nos imponen. Desde la Pandemia fuimos sometidos al fuego cruzado sin descanso de una cantinela que es siempre la misma. Creemos que se trataba de un virus y de su mortalidad, pero mientras se llenaban o vaciaban los hospitales, encerrados en nuestros dispositivos electrónicos hemos padecido el virus de la información. Noche y día, sin descanso, con cifras, noticias, amenazas, prohibiciones, estuvimos conectados sin intermitencia a padeceres que nos fueron forjando una modalidad gozosa de estar conectados permanentemente con el mal… Ese mal difuso, desconocido y con nombre engañoso. Creímos que era el Covid. Pero lo que se nos metió hasta los huesos fue la información hegemónica e implacable que no nos ha dejado ningún otro tema de conversación y de vida para compartir. ¿No es curioso que hayamos pasado sin solución de continuidad de una pandemia a la guerra? ¿No se trata de una misma modalidad de avasallamiento subjetivo con temas tan trascendentales? Se trata de una Pandemia planetaria y ahora la amenaza de una Guerra planetaria. Pero los virus implacables y las bombas mortíferas llegan a nuestros dispositivos en las noticias. Así estamos todos en estado de guerra con el mundo, al modo de la amenaza, del temor, de la angustia, de la tristeza.
No nos han dejado resquicios donde poder alimentar alguna otra cosa que resentimiento y odios. Digo ‘no nos han dejado’ sin temor a ser acusada de conspironoica. Siempre ha habido conspiraciones. Pero no es ese el asunto. El asunto central de nuestras vidas es que estamos bombardeados de información única, hegemónica para todo el mundo y sin descanso. En estado de un goce beligerante formado por todo lo que recibimos sin pedir y por esa interpelación a la que debemos responder con opinar y debatir. Así, además de estar con o contra Putin, con las vacunas o contra las vacunas, con tal gobierno o en contra de él, si te gusta o detestas tal película, nuestra manera de socializar, la mayor parte en las redes, nos exige tomar partido por una facción en temas más o menos importantes, no importa. Como he planteado en el texto ‘Divide et impera en clave neoliberal’. “(la gente) es inoculada por un malestar agudo contra otro u otros que representan el bando opuesto. La existencia de esos dos bandos hace que la sociedad esté siempre en estado de enfrentamiento, es decir, de solicitación de la cólera, del odio y del temor”. Estamos todos inoculados. Aquí no se salva nadie. Quizás la única posibilidad de escapar de este sortilegio de maldad fuera la abstinencia de participar en los combates cotidianos a los que nos convocan. Pero ¿cómo se hace con el goce que esto procura? He escuchado recientemente las declaraciones de soldados yanquis que violaron y mataron en Vietnam. Un soldado confesaba que fue empezar con un crimen para que todos los demás no importaran. Son tiempos que requieren de nosotros la fortaleza de renunciar a esta interpelación mortífera de acusar, pelear, dañar, difamar y hasta de participar de la manera más correcta pero donde se trata de tener razón y ver al otro como contrincante. Es muy triste que eso suceda no con los enemigos de siempre, sino hasta con los compañeros. Sigo pensando que este orden neoliberal es lo que quiere de nosotros. Por eso la empleada de Facebook Frances Hagen denunció que el algoritmo está programado para incentivar los odios, pues son los más rentables. Rentables económicamente para Facebook. Debe haber una rentabilidad gozosa de cada uno en esta guerra cotidiana en la que participamos, mientras nos empobrecen social, cultural y económicamente.
¿Cómo escuchar al otro con buena leche en este reino del malentendido que todos sabemos que es la comunicación?
(*) Psicoanalista y escritora.