Por Eduardo Luis Aguirre

La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” (Carlos Marx).

Vamos a intentar desandar la historia de la Izquierda Nacional en la Argentina. Vamos a evocar, esta vez apretadamente, a Jorge Abelardo Ramos, el gran pensador trotskista que puso al descubierto la colonización de las tesis del izquierdismo tradicional argentino que en la actualidad pervive en sectas siempre capaces de incurrir en desatinos políticos y en perseguir la utopía de un mundo imaginario que prescinde de la política sin pudor.



Ramos, en su adolescencia, fue inicialmente un militante anarquista que se plegó en sus años mozos a espacios trotskistas como el GOR (Grupo Obrero Revolucionario). Ese trotskismo, el de Ramos, es quizás la primera expresión de la izquierda criolla que postula una novedosa contradicción principal: la de Nación e Imperialismo. Define a la Argentina como un país neocolonial que no ha completado todavía su revolución burguesa y recupera de Trotsky la categoría de países atrasados. Para ser más preciso, repara en la disputa central entre países opresores y países oprimidos. Esa contradicción, que deja de lado la aporía del proletariado versus la burguesía que sostenían –y lo siguen haciendo- los grupúsculos de la izquierda tradicional significó un salto cualitativo, se convirtió en un enfoque revolucionario que transformó la historia de la nación latinoamericana (su obra canónica). Construyó unaa nueva mirada sobre Artigas, sobre Rivadavia,  sobre las montoneras, sobre la burguesía porteña, sobre la historia mitrista, sobre la oligarquía, sobre el yrigoyenismo y -especialmente- sobre el peronismo. Ya lo hemos señalado, hay un hilo conductor  entre el Frente Patriótico que postulaba Abelardo y la construcción de pueblo que enunciara Ernesto Laclau, también militante de aquellas primeras conceptuaciones que desnudaban una nueva forma de concebir la dominación y la pobreza franciscana del moralismo progresista/”izquierdista” que siempre han encontrado una desmañada vía hermenéutica para enfrentar la voluntad popular. Sea desde aquellas tesis del "nazifascismo" o los más nuevos y providenciales sermones sobre la moral, la auscultación de la conciencia colectiva o el ecologismo. Una constante imperturbable, inconmovible, que puja por encontrar referentes que le arrimen razones para evadirlos del abismo argumental que habitan. No debemos asombrarnos por esa sincera incomprensión de los cambios sociales y políticos que se operan vertiginosamente en el mundo. Luis Mattini sigue reconociendo desde you tube, medio siglo después, que cuando emprendieron su lucha insurgente no tenían idea de lo que ocurría en la política internacional ni de las relaciones de fuerza vigentes. Imaginen la gravedad de un yerro de esa magnitud que se sostenga durante más de medio siglo y, sobre todo, en el contexto que genera el capitalismo en su fase neoliberal. Estos compañeros, que en muchos casos se dicen trotskistas, abjuran del pensamiento revolucionario de Jorge Abelardo Ramos porque el ejercicio regular de la lectura nos proporciona una mirada impiadosa del que lee. Y esa mirada nunca es sencilla de asimilar. En mi caso, llegué a Ramos al final de los años setenta. Dediqué dos horas durante cada uno de los 365 días de 1981 para leer de manera completa su obra, capaz de abrir un nuevo horizonte en cualquier lector que lea apasionadamente, poniendo el cuerpo en la lectura y ejerciendo la tozudez de la re-lectura cuantas veces hiciera falta. Fui a reuniones que se hacían en un lugar viejo de la calle Sarmiento, asistí a cenas, escuché al historiador y a Blas Manuel Alberti. Me formé en una fragua original, nacional, popular y revolucionaria. Comprendí definitivamente al peronismo y sus sombras me alejaron de él durante algunos años. Sus sombras fueron las pérdidas entrañables, la violencia, en fin, los avatares que el propio Perón señaló en su momento.

La posibilidad efectiva de reconocer una izquierda nacional valorizó al más grande movimiento de masas latinoamericano sin beneficio de inventario. Entendiéndolo como una herramienta política capaz de generar justicia social e independencia económica, pero también garantizar la construcción de una política y de un nuevo orden al que accedía un sujeto social que ni el liberalismo de los socialistas de Juan B Justo, ni el estalisnismo, ni la izquierda extravagante de un trotskismo apócrifo aportaban a la revolución nacional.

Hace pocos días, para las navidades, un Papá Noel portador sano de aquel nacionalismo popular me obsequió la obra de Ramos, intacta y reluciente, para retomar aquel jolgorio conceptual exquisito, cuya pluma irresistible me transformaba en cómplice de la mejor ironía. Había un afán docente, una vocación sólida de comprender el mundo a través de coordenadas diferentes. Un legado que, luego de más de cuarenta años, resuena como teoría y como práctica. Un ligamen invisible, ya lo he dicho, hace que el frente patriótico y la lucha antiimperialista se encuentren con la formidable concepción teórica del vapuleado y vigente populismo.

Lamentablemente, las viejas izquierdas no han cambiado, no han modificado en un ápice su deseo, sus pulsiones incontenibles por los errores, la ingenuidad, la irreductibilidad y la prescindencia de la política y lo político en sus análisis. Eso abarca desde su lectura del peronismo y el macrismo, hasta su esmerada prosa, siempre incapaz de leer en clave de las contradicciones fundamentales los grandes problemas de la época. Desde la deuda externa hasta el ambientalismo.

En el caso de este último tema, acabo de insinuar un paso fugaz por la mirada de una intelectual de aquella izquierda que ejerce el disconformismo absoluto como ademán literario. Que expresa severas limitaciones (y no lo digo por esa nota en particular nota, aunque también por ella) para reconocer los actores políticos internacionales. Es probable, casi seguro, que la política y lo político no sean todo lo disruptivo que anhelamos. El tema es preguntarse por qué. Una incógnita fundamental que profundizó Gramsci y que esos compañeros no alcanzan a dimensionar.

Al no hacerlo esa izquierda se desentiende de la política y emprende una travesía por senderos arenosos de morales inexploradas, sin tener en cuenta que "El Gran Otro" también juega. No hay más que leer sobre lo que pasó en Ginebra ayer en la  tensa reunión entre EEUU y Rusia.