Por Eduardo Luis Aguirre
Intencionadamente, dejé transcurrir las 24 horas que suelen ocupar periódicos y redes colectando las opiniones con la que pontifican urbi et orbi los muchos escribas que poseen el envidiable don de articular aterciopeladamente palabras y frases. Por ende, este modesto posteo que subraya y ratifica la condición defensiva de nuestras luchas por venir no está escrito pensando en “todos”. Está dirigido, como un santo y seña, a los que engrosan las mayorías cuantitativamente derrotadas, supeditadas a incertidumbres, conscientes de las enormes dificultadas que vendrán, agobiadas por los errores, atravesadas por las privaciones. En síntesis, a los que reconocen la perentoria necesidad de la comprensión de la singularidad del capitalismo neoliberal y la especialmente compleja situación internacional. Los que intuyen la ardua tarea pendiente de la emancipación nacional y el reconocimiento de la división del mundo en naciones opresoras y oprimidas, ante lo cual, los fenómenos nacionalistas populares y democráticos de los países neocoloniales (me refiero a los nacionalismos populares, democráticos y humanistas) siguen constituyendo el sujeto político capaz de gestar las grandes disrupciones y transformaciones colectivas. Los que creen en un Frente Nacional que naturalmente debe inscribirse en una compulsa comicial pero que la excede ampliamente. Los que se colocan del lado de las mujeres y las disidencias en lucha, de los pueblos originarios, de los oprimidos y explotados de este continente, de los obreros y trabajadores empobrecidos por la barbarie neoliberal, de los cuentapropistas, de los usuarios de salud mental, de los desposeídos, de las pymes, de los explotados y violentados. De esa construcción obstinada y contingente a la que denominamos pueblo a la que hay que construir permanentemente. Sobre todo ahora, cuando está claro que muchos de ellos votaron a la oposición. Allí habitan trabajadores destituidos, precarizados y desesperanzados que, comprensiblemente, votan cualquier significante que les anuncie un “cambio”. Pasó también con Arce en Bolivia. De modo que pensarlos como negacionistas, pro-dictadura, neofascistas y otras descalificaciones no hace más que profundizar los yerros de orientación de los que conducen las frágiles carabelas en el mar de los sargazos rumbo a “tierra incógnita”, como rezaban los mapas precolombinos.
El puerto a acceder es el de la emancipación. Hay que construir nada más y nada menos que la ardua hoja de ruta. Desde siempre, la expansión del capitalismo a una escala mundial y la creciente consolidación de estados-naciones, dominios, colonias o semicolonias fueron apéndices de un sistema de sometimiento y control global que ahora no tiene límites en su vocación predatoria. Las intervenciones sucesivas en medio oriente, en África, en Nuestra América y la inhumanidad dramática de los desplazamientos forzados y los crímenes masivos cometidos por las intervenciones “humanitarias” vuelven a encontrarnos frente al abismo neoliberal. Como el capitalismo no creció de manera igualitaria en todo el mundo, el problema de los países atrasados u oprimidos no ha variado sustancialmente, salvo con la irrupción de movimientos populares que todavía aguantan las toscas como pueden y anuncian la reivindicación de su dignidad. Como el peronismo, hoy Frente de Todos. Las posibilidades de recomposición transitan por un estrecho desfiladero donde no hay espacio para los errores no forzados ni mucho menos para darse el lujo de no conocer acabadamente la dinámica conflictiva del sistema mundo. Conocerlo significa mirarlo desde una perspectiva marginal, excéntrica, teniendo en cuenta las contradicciones esenciales y también las secundarias, que las hay y muchas. Hay millones de personas que mueren en bombardeos y guerras de (no tan) baja intensidad, migrantes que huyen tras un lugar donde subsistir caminando miles de kilómetros, fronteras como la de Bielorrusia y Polonia donde se agolpan desplazados kurdos, afganos y subsaharianos en una región donde el invierno que llega puede generar un holocausto para estas vidas desnudas. ¿Qué nos hace pensar que estas catástrofes humanitarias que estallan en Europa nos resultan ajenas o que no podrían repetirse en nuestra región? Es cierto que tenemos una tradición, una cultura movimentista y una conciencia histórica que el propio pueblo argentino, en estado de representatividad pura, atesoró desde 1945 como un legado. Pero también es cierto que las doctrinas no cumplen el mismo rol que los libros sagrados y que es necesario actuar con arreglo a una realidad que, lo decimos con gran preocupación, parece no comprenderse. Y allí está la clave. La clave del tira y afloje según la relación de fuerzas y la necesidad de hablar con los propios. Una vieja revista del campo nacional y popular, que se llamaba justamente “Santo y Seña” se ocupaba de esos menesteres. Pues bien, esa tarea sigue siendo actual y urgente para nuestros militantes y dirigentes, porque los procesos de colonización asumen otras formas pero no cambian de objetivos
Santo y Seña
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