Por Lidia Ferrari

Pero, ¿qué hay de peligroso en el hecho de que las gentes hablen y de que sus discursos proliferen indefinidamente? ¿En dónde estaría el peligro?”[1]. Michel Foucault





¿El significante populismo en disputa?

Desde el establecimiento de Ernesto Laclau de una “razón populista” como lógica de la construcción política, lo que queda instituído en el campo de la teoría es un concepto y una serie de nociones, como la teoría del sujeto lacaniana, que requerían ser incluidas en el pensamiento de lo político. Que esta rigurosa forma de pensar el populismo sea ignorada o bastardeada por la manipulación política a través de la hegemonía mediática no nos debería sorprender.



En un mundo aprisionado a los designios de las corporaciones neoliberales, una de las herramientas que entendieron usar para no dejar nada por fuera de su control es la de una política del lenguaje, a través de una estrategia narrativa de la dominación. Como hemos dicho en otro lugar: “la decisiva intervención del lenguaje como constitutivo de la realidad toca a la manera en que se está construyendo un nuevo orden tecnológico-social liderado no sólo por los alcances revolucionarios de la era informática sino también por la concepción de un sujeto que ya se podría pensar como hegemónica, en la cual el sujeto es un efecto del lenguaje”[2]. Porque hay que decirlo, desde las estrategias narrativas de la dominación neoliberal hay una teoría del sujeto que considera la centralidad del lenguaje en su constitución.



Desde esa concepción, la centralidad mediática se ocupa de los significantes, de su uso y de su manipulación. La lógica rigurosa que establece Laclau sobre el populismo es ignorada por los grandes medios de comunicación que mencionan al populismo todo el tiempo, a la vez que intentan apropiarse de ese significante para estigmatizarlo y ponerlo del lado del mal. Esta apropiación no surge de ningún malentendido, sino que refleja, una vez más, que el significante populismo está sembrando alguna mies no tolerable para el poder neoliberal. Como ha dicho recientemente Jorge Alemán, respecto del abuso de la palabra populismo en la boca de determinados personajes político-faranduleros: “Se diga lo que se diga del término en cuestión siempre vale para indicar la posición del que lo enuncia”.



Populismo es un significante que, sobre todo en América Latina, ha visto crecer su razón intelectual en un conjunto de movimientos emancipatorios. Es desde una apuesta intelectual y política que tiene a Ernesto Laclau y a Jorge Alemán como sostenedores, que ha sido posible construir un pensamiento fructífero para pensar las lógicas emancipatorias. Siempre en la razón de que la construcción política no puede dejar de ser atravesada por la contingencia, “entendiendo por política la simultánea experiencia de la posibilidad e imposibilidad de la emancipación”[3].



Una manera de entender que se trata de una falsa disputa por el significante populismo radica en que no se trata de una polémica por los postulados teóricos que requeriría entrar a argumentar acerca de su alcance (discusión que sí se realiza al interior del campo académico o de las ciencias políticas). Lo que los medios de comunicación hacen es precisamente evadir la argumentación. Ese tipo de argumentación que, como sostiene Perelman, “no puede evitarse cuando una de las partes discute estas pruebas, cuando no se está de acuerdo sobre su alcance o su interpretación, sobre su valor o su relación con los problemas controvertidos”[4]. Los medios de comunicación no argumentan en relación a las concepciones del populismo, sino que invalidan directamente adjetivando en negativo o con construcciones discursivas para que esa invalidación se produzca. Se trata de controlar el sentido que se desliza a través de ciertos medios discursivos para obtener la adhesión del auditorio, a través de técnicas que no serán argumentativas pues, como también dice Perelman, la manera más eficaz para influir en un auditorio no es la argumentación, sino las creencias que “no sólo se admiten sin prueba alguna, sino que, muy a menudo, ni siquiera se explican”[5]. La intención es manchar a la palabra populismo, en tanto lo que ella “encarna” son luchas que exceden el mero campo de juego de las palabras. Esto no supone devaluar el valor de la palabra sino lo contrario. Ciertas lógicas emancipatorias se han encadenado al significante populismo a partir de una rigurosa teoría política, que no intenta reinar en el olimpo de las academias, sino salir a la calle para las luchas concretas por el espacio político.



El propósito de “manchar” ese significante es una operación nada inocente y bien construida, pero al precio de vaciarlo de toda idea argumentada. Estamos expuestos cotidianamente a la imposición de palabras, con las cuales se impone una significación. Se pretende vaciar a las palabras de los múltiples significados que se pueden condensar o desplazar a través del encadenamiento sintáctico y semántico, para producir una operación por la cual las palabras ya no significan en función del contexto en el cual ellas se relacionan entre sí, sino que están atadas a un sentido que no admite argumentación y disputa. Como decíamos en otro lugar, a propósito de la estrategia narrativa que ipso facto a la ocurrencia de un acontecimiento colectivo y traumático impone un sentido único y planetario: “Se trata de la potencia de una sola línea que narra el acontecimiento, la que aparece en primer plano en los medios de comunicación. No se precisa más que una línea para condensar un sentido. Mejor aún, es precisa la síntesis de una corta frase. Esta construcción es eficaz, precisamente, porque la credibilidad general ha sido avasallada a partir de un evento de índole traumática y quien golpea primero, golpea dos veces, dice el proverbio popular”[6].



Esta operación de vaciamiento de la argumentación le llega a la palabra populismo porque ella ha llegado a “representar” no sólo una lógica para pensar la vida política concreta, sino una asociación directa con otros significantes que ya han sido previamente demonizados. Populismo es Chavez y es Venezuela. Populismo es Perón. Pero ese peronismo demonizado, satanizado. No el Perón del ascenso de la clase trabajadora. No el peronismo de la contradicciones políticas. Obviamente, detrás de esa demonización está la operación de satanización de las luchas emancipatorias. No es Perón o el peronismo lo que cuenta como mal, sino la peste que ellos podrían evocar. Las palabras no tienen ya el valor de remitirnos a sentidos heredados, a luchas y disputas por las palabras que tienen una historia, que tienen un legado simbólico que es necesario conocer, pues la construcción social de un sentido puede ser disputado a partir de un trabajo de reflexión y de conocimiento. No. Ahora ya no se trata de eso, sino de establecer sintagmas que condensen un sentido preciso que anule la posibilidad de la continuidad de la reflexión y de la argumentación.



“Con la ayuda inestimable de los medios de comunicación hay una inmediata colonización de los significantes y significaciones que toman rápidamente un carácter planetario, inundan con su sentido todo el mapa de lo significable. A partir de allí, lo que ocurra después parece ser impotente de introducir algún tipo de modificación a los afectos provocados y a los sentidos cristalizados. […] Hay un proceso de construcción hegemónico-discursiva que se produce en tiempo acelerado. Todo se homogeneiza con una velocidad que no se encuentra en la construcción hegemónica tal cual la describe Laclau, donde la negociación entre la lógica de la representación y la de la expansión de un espacio equivalencial comunitario, requiere tiempo y trabajo de construcción”[7].



El uso monstruoso de las tecnologías de la información permite que las palabras entren y salgan de un circuito algoritmico en el cual sólo cuentan como 0-1. Ellas así pierden su valor metafórico, y quedan adheridas a una lógica metonímica que le dará valor a la palabra sólo en función al número de veces emitidas. Entonces, no se trata, a nuestro modo de ver, de una disputa por la hegemonía del sentido de la palabra populismo sino que esa palabra es usada para constituir un sentido común en el cual cualquier práctica política que pueda sospecharse de vocación emancipadora sea estigmatizada.



Emancipaciones y herejías

¿Pero no es este el movimiento por el cual desde tiempos inmemoriales, en los ámbitos de poder, cuando se produce un cuestionamiento y una voluntad de poner en crisis cierto orden existente, se lo ataca, acusándolo de algún tipo de Mal? ¿No es la lógica de la constitución de la herejía? ¿Será que toda lógica emancipatoria puede estar, desde la visión del Poder, revestida de un halo herético?

Quizás, extrapolando campos discursivos, toda apuesta emancipatoria podría ser referida a una herejía.

Desde esta lógica, lo herético es bautizado por el Poder como herético. No hay manera que lo herético se nombre a sí mismo, pues está en estado de construcción. Así como Laclau piensa el populismo como una lógica de la construcción política que, en su contingencia no puede, a priori, medir el alcance emancipatorio que pueda efectivamente encarnar, de manera similar lo herético será aquello que va tomando vuelo, que se va construyendo hasta que es alcanzado por una mirada que lo sitúa como herético.



Para un historiador de pleno siglo XX como Lucien Febvre, en el siglo XVI estaban todos familiarizados con los ángeles y los demonios. Cada hombre, hasta el más culto, tenía del universo una visión mística, habitaban un universo fantasmagórico. Se preguntará Febvre si ellos ¿Tuvieron “una clara conciencia científica de lo real”?[8]. Y cita a todos los maestros en demonología antigua, como Ficino, Agrippa, Paracelso que estaban sumergidos en una fantasmagoría cotidiana, poblados de espíritus, demonios, criaturas semidivinas. Eran los magos, los alquimistas o los astrólogos. Para el historiador, en los tiempos contemporáneos, las únicas fantasmagorías salen de los laboratorios. Entonces parece que el mundo de la creencia en lo “irreal” no atravesaría nuestros tiempos modernos, donde la ciencia y su legado simbólico lo impediría.



Obviamente, no se puede sostener eso después de Freud. Freud nos advirtió que fantasmagorías y demonios nutren al sujeto neurótico, y no sólo lo asaltan en la vida cotidiana sino que hasta le dan razón de existir. ¿Qué estos demonios neuróticos son más reales que los que volaban en los cielos renacentistas? Lo que parece persistir en nuestra ideología occidental moderna es la “creencia”[9] que estamos habitando un suelo firme y bien sustentado, en el cual ya no hay lugar para las tropelías de los demonios, como sí lo habría sido en siglos precedentes. Sin embargo, el psicoanálisis viene a decirnos que tenemos mucho lugar para ellos. Que son criaturas creadas por el discurso y que por eso tienen una eficacia que no puede cancelar ninguna ciencia positiva. Hay que poseer una teoría del sujeto que admita la existencia de las brujas y los demonios como seres que habitan el lenguaje. Si alguien nos dice que existen las brujas apelaremos a esa generalizada operación de la Verleugnung freudiana para, mientras la exorcisamos con un amuleto, decir que no creemos en ellas. Observamos cómo se crean demonios todos los días y cómo a una mayoría de gente, las “pruebas”, esas que no sólo reclama la ciencia sino que hasta los tribunales inquisidores exigían, será incapaz de convencerlos que estos demonios no existen. ¿Nos hemos vuelto ocultistas, esotéricos, mágicos, místicos? No, estamos ante la presencia de cómo se puede crear colectivamente la idea de la existencia del mal, un mal oscuro que no sobrevuela con escoba por los cielos, sino que se encarna en seres de carne y hueso que adoptan alguna actividad considerada, como los herejes de antaño, contestaria contra la corriente de los dispositivos de poder existentes.



La irregular historia de la persecución y demonización de las brujas, como un capítulo de la persecución a los herejes en la Iglesia desmiente, una vez más, la idea del progreso en la evolución humana. El best seller de 1487 “Malleus maleficarum”[10], un tratado sobre el delito de brujería, donde se detalla su existencia y su tratamiento, sostuvo durante siglos la forma de enfrentar a la brujería no sólo en los tribunales inquisidores. A partir de este tratado el papa Inocencio VIII hace constar que la Iglesia Católica cree en la existencia de las brujas. Lo significativo es que este decreto derogaba el Canon Episcopi del año 906, donde la Iglesia sostenía que creer en brujas era una herejía. En los años del primer milenio la Iglesia consideraba que creer en las brujas era una herejía. En el siglo XV, la Iglesia no sólo cree en su existencia sino que se dispone a perseguirlas y condenarlas. Esto muestra las acrobacias en la construcción de lo demoníaco y de la presencia del mal en la historia y sus agentes.



Estamos asistiendo a operaciones similares respecto de las palabras y lo que ellas designan, sólo que con dispositivos de diferente carácter tecnológico. Pero similar eficacia sobre los sujetos a quienes se dirige. En el siglo XVI el inquisidor Alonso de Salazar hace una rigurosa indagación sobre ciertos episodios de brujería, donde encuentra muchas contradicciones en quienes daban su testimonio. En su informe sostuvo que esas palabras no podían ser tomadas en cuenta porque ellas estaban sostenidas en los dichos que circulaban en la época. Si se decía que las brujas volaban, alguien podía testificar que había visto a una bruja volar. Su informe, junto a otros, tuvo crucial importancia para que la Suprema Inquisición en 1614 dedicara una serie de instrucciones que “rezumaban escepticismo ante las declaraciones de las brujas, y aconsejaban cautela e indulgencia en todas las investigaciones”[11]. Decía Alonso de Salazar: “… también saco de las experiencias que he visto ...que no hubo brujas ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y escribir de ellos”[12].



Otra manera de mostrar la potencia de la manipulación de la lengua para introducir, a través de lo simbólico, un imaginario que hace suplencia de lo real imposible.



La palabra populismo se encuentra en el centro de una operación de demonización. Por eso estamos desenterrando una variedad de términos que ya pensamos desaparecidos de nuestro mundo racional y científico. Nos lo obliga una estrategia narrativa donde se exhuman terminologías que no hacen sino traer al repertorio del sentido común popular términos como demonios, lo maldito, la satanización, el eje del mal, etc. Se está recuperando la noción de lo diabólico y lo maldito sagrado. Hay un procedimiento tendiente a estigmatizar ciertas palabras, para estigmatizar a las personas y movimientos que son representados en esas palabras. De la misma manera que en los procedimientos que establecían la herejía y brujería. Es de tener en cuenta que el estigma es una marca que no se puede borrar. En cuanto alguien queda tocado por el estigma queda ubicado en un lugar de exclusión. En este proceso de demonización o de estigmatización se produce una potente corriente de descrédito hacia el estigmatizado o demonizado. Nadie quiere ocupar el lugar del demonizado, lo que ya supone un principio de identificación por la negativa.



Los discursos que se imponen y cristalizan asedian a la lengua, la modifican. Las prácticas del lenguaje se van modificando en sus usos y prácticas. En estas épocas no es azaroso que se haya desatado un lenguaje injuriante, difamatorio y blasfemo (en un sentido secular pero decantado de la blasfemia religiosa, donde no hay orden sagrado o investido de respeto que pueda limitar el uso de determinadas palabras y las injurias a determinados lugares investidos de dignidad). Se ha desencadenado, sobre todo en Argentina, un uso injuriante e infamante de las palabras con las que los sujetos intercambian entre sí. Las malas palabras están a la orden del día. No se trata de una crítica al uso de las “malas palabras” sino al estatuto del intercambio social que genera un lenguaje en el cual ellas reinan por doquier. Como dice Agamben: “El insulto es eficaz precisamente porque no funciona como un enunciado constatativo, sino más bien como un nombre propio, porque llama en el lenguaje de un modo que el llamado no puede aceptar, y del cual sin embargo no puede defenderse, como si alguien se obstinara en llamarme Gastón sabiendo que me llamo Giorgio”[13]



Las condiciones en que se tramita la palabra populismo, en su aparente disputa, hacen de la misma palabra usada por los medios de comunicación para ligarla a lo demoníaco un término que pertenece a un orden heterogéneo al de la razón populista de Laclau, tanto que se podría decir que ambos términos son inconmensurables. Que el lenguaje y las palabras estén en estado de movimiento continuo, que ese movimiento no pueda detenerse, no obsta para que veamos que en la actualidad, una de las formas del poder –como lo ha sido siempre, pero ahora con instrumentos más potentes- sea intentar controlar todo movimiento donde las unidades semánticas se puedan liberar o transformarse. Tales tipos de transformaciones ocurrieron a fines de la Edad Media cuando cierta “política de la lengua” impuso una desontologización del lenguaje[14] a partir, entre otros, de separar la lengua de su referente. Un divorcio entre las palabras y las cosas coincide, según Michel de Certeau, con el momento donde el Latín deja paso a las lenguas vulgares, que se convertirán ellas, más tarde, en lenguas nacionales. No podemos decir que estemos asistiendo a una vuelta a una relación directa entre la lengua y lo real que articula, pero es cierto que se imponen sentidos a partir de una dimensión narrativa que “sintetiza” las palabras y sus significados, privilegiando un orden sintagmático de la lengua, lo que, sin dudas, empobrece el lenguaje.



Lo inapropiable del populismo

“La influencia que se ejerce nunca puede ser un poder que se impone”[15]. Michel Foucault



Con esta frase culminaba Foucault una entrevista a propósito de la muerte de Jacques Lacan. La nota del diario Corriere della Sera fue titulada “Lacan, il «liberatore» della Psicanalisi”. Allí Foucault rescata la trascendencia del pensamiento de Lacan, al modificar de raíz ese material imprescindible sobre el que se asientan las ciencias humanas y la filosofía: el sujeto. Y afirma que la decidida influencia de Lacan no le debe nada al poder institucional. Se trata de una frase que viene bien para pensar la influencia actual del pensamiento de Jorge Alemán, que no está en relación con algún poder institucional, sino con una genuina transferencia en relación a su pensamiento.

En los últimos tiempos se ha producido un movimiento que intenta neutralizar la eficacia de esa influencia que decimos transferencial del pensamiento de Jorge Alemán. Además de las necesarias disputas y polémicas intelectuales que son tan inevitables como necesarias, algunas de ellas nos conducirían a sospechar en un intento de estigmatización. Ciertas articulaciones de Jorge Alemán tienen una concreta incidencia en el campo de la política de izquierdas, esa que se debe neutralizar a cualquier precio. Lo que sucede con la obra de Jorge Alemán es que su influencia se ha ido acrecentando hasta ser advertida por los medios de comunicación de masas de Argentina. Este protagonismo en ciertos lugares nos lleva a pensar que la invisibilidad es una ventaja en determinadas condiciones. Siempre que la vida social tiene un momento de opacidad, en el cual se desarrollan movimientos por fuera de las instituciones, hubo necesidad de retornar esas prácticas sociales “herejes”, amparadas en la opacidad, al estado de visibles y transparentes. Esa visibilidad permitió su control. Es lo que pasó con la iglesia y diversas prácticas, que luego se llamaron herejes, místicas o de brujería. Jorge Alemán adquiere mucha visibilidad en un lugar donde parece no haber sido ventajoso que ocurriera. Mientras, en los márgenes, ya sea en España, o en la periferia de Argentina y Latinoamérica, su voz tenía una visibilidad suficiente como para diseminar su pensamiento dentro de los interlocutores precisos. Cuando se hace demasiado visible, adquiere una importancia que para  ciertos estamentos jerárquicos muestra un relativo poder. Entonces, al ser leído como la adquisición de cierto poder, que no es otro que la de la transmisión de una voz singular desde un pensamiento de izquierdas, surgen  no “voces” contrarias a ese pensamiento sino prácticas y dispositivos tendientes a neutralizarlo.

La razón populista de Laclau pertenece a un campo discursivo que piensa y establece una teoría de la lucha por la hegemonía política. El nombre populismo puede cambiar, sin que esa, su “razón populista” se vea desacreditada. En cambio, en la operación de denigración del significante populismo, hay una necesidad de la palabra, desprendida de una lógica, pues es la manera en la cual se interviene para demonizar ciertos nombres, ciertas experiencias. Obviamente, la operación subyacente es desarticular la experiencia emancipadora a la cual tal nombre queda identificado. La teoría de Laclau no pierde si el significante que la nombra se modifica. Pero la operación de demonización queda atada a la palabra y a su sentido.

Ambas acepciones de la palabra son inconmensurables entre sí. Podríamos pensar que el populismo de las experiencias emancipatorias latinoamericanas o de la lógica laclausiana no puede ser apropiado por el sentido hegemónico que se intenta imponer sobre esa palabra. Seguimos a Jorge Alemán cuando plantea que la cuestión clave es encontrar qué es lo inapropiable como la condición “imposible” para pensar lo político. Quizás este populismo, el que nombra una voluntad emancipatoria, incluidas las derrotadas y las que están en germen, quizás ese populismo no sea apropiable. El retroceso en algunas experiencias emancipatorias no significa que hayan logrado matar la semilla. Quizás está a la espera de un suelo más fértil para fecundar.


[1]“Mais qu’y a-t-il donc de si périlleux dans le fait que les gens parlent, et que leurs discours indéfiniment prolifèrent? Où donc est le danger?” Foucault, Michel. L’Ordre du discours. Madrid, Tusquets, 2004. p.11



[2] Ferrari, Lidia. “Una cultura del fraude, y no más bien de la mentira”. Orillera. Revista cultural. Universidad Nacional de Avellaneda, Año II, Nro. 2 - Verano de  2017



[3]Alemán, Jorge. “Aproximación a una izquierda lacaniana”, en Arte, ideología y capitalismo. Zizek, S. Alemán, J. Renduelles, C. Madrid, CBA, 2015. p.63



[4]Perelman, Ch. y Olbrechts-Tyteca. Tratado de la argumentación. La nueva retórica. Madrid, Gredos, 1989. p. 40



[5]Ibid. p. 39



[6]Ferrari, Lidia. “Una estrategia narrativa de la dominación y la Verleugnung freudiana”, en Revista Psicoanálisis y el Hospital Nro. 49. “El Superyo de la época”. p.20



[7]Ibid. p. 21



[8]Febvre, Lucien. El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais. Madrid, Akal, 2012. p. 310



[9]Sobre la función de la creencia y la credulidad en su relación con la alteridad véase el libro La diversión en la crueldad. Psicoanálisis de una pasión argentina. Buenos Aires, Letra Viva, 2016.



[10]Freud le escribe a Fliess en enero de 1897 cuánto le interesa dicho libro, que se va a dedicar a “estudiarlo asiduamente”, ya que la comparación que encuentra entre brujería e histeria “cobra cada vez mayor vida”. Freud, S. O. C. T. III. Madrid, Biblioteca Nueva, 1973. p. 3560.



[11]Kamen, Henry. La inquisición española: Mito e historia.Grupo Planeta. (posición Kindle 7639-7640).



[12] Ibid. (posición Kindle 7616-7619).



[13] Agamben, Giorgio. “La Amistad”. La Nación. Suplemento Cultura. Domingo 25 /09/2005.



[14] “La experiencia, en el sentido moderno del término, nace con la desontologización del lenguaje, a la que corresponde también el nacimiento de la lingüística”. De Certeau, Michel. La fábula mística (siglos XVI-XVII). Madrid, Siruela, 2006. p.126



[15] “L’influenza che si esercita non puó essere mai un potere che s’impone”. “Intervista a Michel Foucault”. Corriere della Sera. 11/09/1981.

 

(*) "Populismo, emancipaciones y herejías" fue publicado en el libro de Lidia Ferrari "Decir de mujeres. Escritos entre Psicoanálisis, política y feminismo", Letra Viva, 2019.