Por Eduardo Luis Aguirre
Tuve el honor de ser uno de los presentadores del libro “Me sangra la poesía por la boca”, del escritor Sergio De Matteo.
Le he dicho personalmente al autor que esta publicación de la editorial Espacio Hudson, dividida en ocho capítulos, encarnaba un libro necesario. Necesario por actual y por completo, por su capacidad para plantear y agotar perplejidades, por la intersección de objetos y objetivos, por su compromiso, por la generosa osadía de asumirse como un producto cultural decolonial sin plantearse que ese instrumento se ciña solamente al arte.
De Matteo propone, a lo largo de su trabajo, un recorrido por la poesía, la literatura y lo mejor de la lengua. Sus referencias a Edgar Morisoli y Juan Carlos Bustriazo Ortiz así lo testimonian.
Pero el libro avanza, se agiganta y complejiza con citas filosóficas, políticas, con épicas emancipatorias y juicios de valor rotundos, inconfundiblemente nuestroamericanos.
Así, el autor se aferra a una frase histórica de Mijail Bajtin: “todo signo es ideológico”. Con mayor razón lo es la palabra, que inexorablemente toma partido frente a la realidad, para describirla y ponerla en tensión, para dejar al descubierto los mecanismos ordenatorios de dominación. Sergio recuerda, muy acertadamente, la colonialidad sobreviviente en las palabras del ex rey Juan Carlos: “Por qué no te callas!”, y la heroica consustanciación de Chávez con un proyecto emancipador que lleva siglos y reconoce nombres propios: José Martí, Francisco de Miranda, Bolívar, San Martín, Castelli, Monteagudo, Felipe Varela, Artigas, Mariátegui, Ugarte, Perón, Paulo Freire y tantos otros referentes de la Patria Grande.
El libro acude con precisión a Walter Benjamin, cuando dice: “en las regiones como las que tenemos que ver hay vidas que accionan y se manifiestan a la manera de un relámpago”. Vaya si las hay, en esta tierra y en este tiempo que nos agobia.
Es inevitable que si esta mirada sintetiza la conclusión del libro, el mismo no esté precedido por la relación extrema y muchas veces soterrada entre los movimientos populares y la literatura. De esa manera, únicamente así, el escritor logra anudar la construcción del “otro” con la matriz díscola de los pueblos y el rol que –con cita de Gramsci, interesantísima e imprescindible- asigna a los intelectuales orgánicos en los procesos emancipatorios.
La construcción de un “otro” desvalorado y de un “nosotros” valorizado es una constante de las sociedades jerárquicas y en conflicto. Es decir, de las sociedades mismas.
Sergio sangra también por la guerra de Malvinas, pampeaniza una vez más ese drama, lo traduce -en lo que parece ser un tracto que surca impecablemente el libro- a nuestros dolores, nuestras palabras y nuestro arte. Comprometido y conmovido, se resiste a olvidar. Con Edgar Morisoli recuerda que “una cosa es el olvido y otra no querer recordar”. Con eso dice mucho, muchísimo, sobre este trabajo que, acaso sin saberlo, estábamos esperando.
En ese mismo cauce, establece una semblanza de la crítica en la construcción de la literatura en situación patagónica. Lúdica, pero conceptualmente, se desliza, con Roland Barthes, entre el lenguaje objeto y el mundo que duele. Esa relación friccionada permite alcanzar la síntesis de la crítica con una perspectiva que escruta el paisaje que lo rodea. Si bien cita a Deleuze, a Guattari, De Matteo es Patagonia y es La Pampa. Elige serlo. Enriquece al texto la nobleza del reconocimiento de que el escritor abreva siempre de sus antecesores, y que ese capital simbólico va actualizando la cultura de los pueblos. Es muy interesante advertir cómo el libro rompe las fronteras políticas entre el arte y la cultura. Mayoritariamente, el arte se presenta conteniendo a la cultura. El autor pone patas para arriba este prejuicio, e incorpora a la construcción de la cultura a los hacedoras que no necesariamente contribuyen desde lo que -con cuestionable consistencia- se ha denominado "el artista".
Por eso asume la condición política de la poesía y de la literatura. Concuerda con Graciela Cros en cuanto ésta escribe: "la política está mal vista/yo veo que la poesía es política".
O, como dice Heidegger, a quien también recupera atinadamente: "ser humano es ser una conversación". Esa cita pone en diálogo a los intelectuales y autores de aquí y de allá, los que sintetizan y proveen de significado (político) los dolores que preceden a las grandes transformaciones sociales de la historia.
Todo es política sugiere el autor, en definitiva, porque Sergio instituye a la escritura como poder que deconstruye al poder establecido. Una suerte de “buen vivir”, de sumak kawsay, de suma qamaña, que hunde sus raíces en las formas de agregación y convivencia de nuestros hermanos, los indios. Los masacrados, los desvalorados, los discriminados. En esa disyuntiva, De Matteo elige, como Rodolfo Kusch, el estar antes que el ser. La libertad, antes que el sojuzgamiento y la dominación.