Por Ignacio Castro Rey
1. No es posible una organización colectiva que se haga cargo de la bendita contradicción que es vivir, que resuelva esa alienación originaria sin reprimirla y ejercer la labor “totalitaria” que siempre le corresponde a la Historia, incluso bajo la democracia. Lo cual no quiere decir en absoluto que todas las historias sean iguales, que nos resulten indiferentes las diversas formas de organización política o que estemos condenados a la crítica negativa, sin poder participar activamente en cien movilizaciones, incluso en construcciones institucionales. Al contrario, la relación con una vasta existencia inconfesable a la historia nos da una jovial libertad para intervenir en el terreno limitado de lo público. Lo absoluto del compromiso con la común vida mortal hace fácil la navegación por la relatividad de la época. 2. Vivimos en un solo mundo, pero con mil estratos distintos en cada punto. Incluso para mantener una buena soledad, es importante infiltrarse en este mundo rasgado, en un plano u otro de él. Allí donde fueres…: vital y políticamente, la “hipocresía” es crucial para poder estar y participar. Es cierto que, en esta democracia engañosa, la violencia nunca debe ser excluida. Pero esto no significa necesariamente el enfrentamiento: en una humanidad cristalizada por el cálculo, ruborizarse (o provocar el rubor) puede ser ya una forma suficiente de violencia. Este orbe digitalizado necesita la provocación para que ocurra algo, que salte una cierta desnudez. Para ello es importante evitar el “frentismo” con un enemigo satanizado, que no hará más que cosificarlo en su trinchera. 3. Buscad entonces el camuflaje, evitad hasta el último momento el choque frontal, un enfrentamiento que se atiene a la cáscara de las situaciones y de las personas, ignorando los matices y reforzando lo peor de ellas. Resucitando una vieja sabiduría, es necesario concederle a cada situación y a cada persona una posibilidad distinta a su realidad estadística, informativa. Sobre todo, es importante evitar el cara a cara con la costra de la ideología. Por ejemplo, sin arrastrar a la gente “de derechas” a las iniciativas urgentes, con frecuencia de sentido común, éstas quedan esterilizadas en una crisálida sectaria. 4. Es cierto que sin discriminación no hay comunidad, el “comunismo” de un reencuentro. Es necesario discriminar incesantemente, dentro incluso de cada bloque aparentemente homogéneo, aunque atendiendo más al cómo que al qué. Al cómo de un modo de ser, de una forma de vida, antes que al qué de lo que se dice, de las medallas conquistadas, de la identificación que se defiende. Para ello la primera militancia debe realizarse en la percepción, resucitando un sexto sentido para el entorno que nos libere de este asfixiante catolicismo de los medios, de los cuales somos vergonzosamente cautivos. 5. El paro, la salud, la infancia, la discriminación de la mujer. Siria, Rusia, Irán, los Balcanes, Venezuela: casi todos los “temas” están podridos por la información. La mayoría de las minorías se limita a repetir consignas dictadas por empresas de comunicación alternativas. Es urgente buscar una minoría no alternativa, sino tan depurada, tan “anímica” que no aparezca cristalizada enfrente, sino escondida dentro, compatible con muy distintos decorados. Mutante, multiforme, múltiple: necesitamos ser tan flexibles en la corrosión como el capitalismo cultural que nos envuelve, esta simbiosis cambiante de aislamiento y comunicación. 6. No hay allende al que podamos huir, como no sean los paraísos turísticos o fiscales, las entelequias mentales que nos sirven de excepción y coartada. Sólo nos queda ingresar en el corazón de esta infamia compartida, en la cual no hay nadie que no sea culpable, para actuar desde dentro, infiltrados en el vientre de un sistema tan polimorfo como nuestras vidas. Es imperativo protegernos y actuar desde una cercanía atávica. Como si una de las tareas políticas consistiera hoy en ser espía del otro mundo que anida dentro de éste, en una temporalidad interior a la historia, invisible para la vigilancia interactiva en la que todos estamos implicados. 7. En otras palabras: anulad el arresto domiciliario que nos acompaña incluso cuando estamos de viaje. Al menos en Occidente, la corrupción media comienza por la rendición a la inercia, a la economía estatal y mercantil de lo general, al fetichismo de la mercancía Sociedad. Por eso la otra cara de la transparencia mundial es un extraño silencio local, una discreta opacidad, una nueva timidez de la presencia real que deja las situaciones en manos de los nuevos mandarines: los expertos, el estalinismo sonriente de políticos y militantes profesionales, los profesores y comunicadores. 8. Necesitamos aprender otra vez a desdoblarnos, fingir adaptarnos a la costra de las instituciones, volver a ser actores en situaciones que a buen seguro serán tragicómicas. Tenemos dos manos, dos hemisferios: hay que usar la sonrisa y el bisturí de la decisión, el amor y la cólera. Como se atiene a un previo guión ideológico, la ineficacia del militante medio comienza por su completa falta de educación, de agilidad para saber estar, para escuchar y entrar en las situaciones. Tomando esta vía pasaremos vergüenza, sin duda, pero sin vergüenza no hay comunidad. 9. La primera batalla política se libra hoy en un campo perceptivo colonizado por el “doblaje”, por un subtitulado inacabable. Para percibir es necesario primero no temerle al silencio, al vacío, a esa espectral marginación que se produce cuando cortamos las conexiones. En realidad, si afrontamos el fantasma del silencio, nunca ha sido tan fácil como hoy ser libres y tomar distancias. Basta con dar un paso al lado y permanecer inaudibles, invisibles; basta con hacer una pausa y dejar de participar, suspendiendo la “sociedad del conocimiento” para quedarnos inmóviles e ignorantes durante unos segundos, concediéndole una oportunidad al otro planeta que pulsa aquí, aplastado. Resistir comienza hoy por aprender a pararnos, a desaparecer. 10. Aparentemente, nos podemos convertir en marginales, pero en realidad siempre estamos conspirando, preparando un regreso. Y esto porque nos hemos atrevido a vivir otro tiempo dentro del tiempo, un absoluto local interior a la cronología social. Lo cual significa recuperar la violencia, el riesgo de vivir del que hemos sido expropiados. Recuperar una soledad poblada de ecos, sombras, vínculos nacientes. Este nomadismo será duro, sin duda, habituados como estamos a compartir menús en sedes fijas. Pero, ¡qué le vamos a hacer! Si existe Dios, parece que no es de este mundo. Atreverse a estar solo es la condición de posibilitar nuevos encuentros. 11. Romped pues con el fetichismo de la mercancía visibilidad. Todo lo importante bordea lo imperceptible, lo inaudible para los oídos guiados por la cobertura informativa, esa vigilancia incesante que nos rodea, en la cual somos a la vez víctimas y verdugos. Desconfiad de la interactividad continua, de nuestra movilización total. Es necesario aceptar la invisibilidad y aprender a escuchar cómo suena el mundo, el que creemos conocer, desde el vacío. Como si una tarea política diaria consistiera en rejuvenecer el deseo en la clandestinidad, mantener una percepción infraleve que atienda al mensaje de las cosas antes de cuajar en signo, tráfico de información, códigos que circulan. 12. Buscad una nueva inteligencia política para el reposo, para el secreto incrustado en el estruendo que nos rodea. En última instancia, se trata de la muerte, de ejercitarse en la desaparición, experimentando cómo es el mundo cuando uno no está allí. Esto exige resucitar otra relación con los objetos, con el silencio de los momentos, que permita destituir de vez en cuando este narcisismo interactivo que nos convierte en autistas. Recuperado en otro humanismo, el misterio de los objetos puede decir más de nosotros que un sujeto codificado por la “muerte del hombre”. 13. Existe un solo mundo, pero insularizado en coágulos culturales abismalmente distintos. Hemos sido imperiales con los valores occidentales, que cada vez se han vuelto más estrechos en este orbe ampliado. La primera víctima es la percepción de lo que ocurre aquí. Debíamos aprender a ser sensibles a las injusticias que surgen entre nosotros, por nuestra responsabilidad, y no polarizarnos primeramente por los objetivos exteriores marcados por la cobertura y su alternancia. Es un signo vergonzoso de servidumbre global el pliegue de la izquierda a una política exterior compartida, con sus secuelas de racismo hacia los otros. Como también fue un escándalo la forma en que quedaron aislados los pocos que se oponían al castigo de las niñas que aparecían con su velo islámico en nuestras escuelas. 14. Es hora de mantener una relación irónica con lo político y con la ideología progresista dominante. Una relación oblicua donde vaya por delante el flujo de la presencia real; la existencia, antes que nuestras creencias ilustradas. Para ello necesitamos no ser prisioneros de ninguna situación, de este continuo entorno automatizado, y buscar el acontecimiento de cada caso, su mutación interna. Ninguna de las generalidades que nos acompañan (amigos, compañeros de trabajo, sindicatos, partidos políticos) tiene ya sentido si no las violentamos con una nueva soledad, una violencia de vivir de la que hemos sido expropiados por la mitología global. Recuperar la tragedia es la vía para que vuelva una jovialidad que hemos perdido. 15. Y el sentido del humor, primeramente sobre nosotros mismos, como parte de esa jovialidad. La ironía, su sentido del amor, es lo único que nota la pulsación de lo posible en medio del despotismo de la economía. Enseña a vivir el momento, el aquí y ahora sin tiempo que espera en el interior de la cronología que nos dirige. El humor es lo que permite también que la diferencia entre lo deseado y lo logrado, con su inevitable complejo de culpa, no nos convierta en fanáticos amargados. Tengamos mucho cuidado en utilizar la palabra “nosotros”, resucitemos el complejo de culpa. Fijaos que hoy casi nadie pide disculpas por nada. 16. Cierto, el aprendizaje de estas tecnologías vitales es un poco agotador, un poco más que adiestrarse en las otras tecnologías numéricas. Pero también es agotador el aburrimiento, este conservadurismo, medio o alternativo, en el que nos hemos refugiado. Por el contrario, la recuperación del trauma de lo real es la manera de usar nuestro primer capital, una relación única con el miedo de vivir. Es además el modo de conseguir que nuestra condición natal, inevitablemente pintoresca, no se convierta en una fatalidad. De paso, seremos consecuentes por fin con la idea de que esta vida mortal es única, precisamente porque está enfrentada a la inmanencia, es decir, a la trascendencia enigmática de la muerte.