El sistema capitalista en su variante neoliberal funciona imponiendo ideas a través de los medios de comunicación corporativos y el marketing, que se incorporan, se demandan y terminan naturalizándose. Se trata de un proyecto colonizador que necesita realizar una producción biopolítica de subjetividad, y con ese objetivo se apropia de sentidos y representaciones de la cultura.
La subjetividad neoliberal se configura siguiendo el modelo empresarial planteado como una serie uniformada, en la que lo humano se reduce a su mínima expresión: todo debe estar calculado, disciplinado y controlado. Las personas se someten a los mensajes comunicacionales, que terminan funcionando inconscientemente como órdenes. De esta forma, incorporan los imperativos de la época y sustentan la creencia de que eligen libremente mensajes comunicacionales, mientras que en verdad son impuestos a fuerza de repetición y técnicas de venta.
El neoliberalismo como régimen de colonización de la subjetividad, tapona con objetos tecnológicos y medicamentos el lugar de la falta estructural del sujeto y de lo social, rechazando lo que hace límite o funciona como imposibilidad. Esta operación inevitablemente conduce a la angustia, principal afecto desarrollado en el neoliberalismo, la que se manifiesta en el cuerpo como taquicardia, sudoración, mareos, ahogos, etc. Otras veces produce culpa inconsciente y necesidad de castigo, porque el sujeto, transformado en consumidor, siempre está en falta, nunca se siente a la altura de los mandatos empresariales del éxito y el mérito. Se establece una dialéctica circular y compulsiva entre desarrollo de angustia o culpa y consumo de psicofármaco-tapón, cuya dosis nunca resulta suficiente.
Entre las tácticas que apuntan a la colonización de la subjetividad, se sitúa el apelar a la ciencia y convertir intereses económicos y políticos en conocimientos neutros que se instituyen como verdades indiscutibles. Se trata de una manipulación mediática, repetitiva y supuestamente acrítica, que se hace en nombre del prestigio social de la ciencia y de una supuesta objetividad apolítica. Se pretende imponer saberes aparentemente neutrales, que con su insistencia se vuelven sentidos “consensuados” por la comunidad. ¿Quién se anima a contradecir a “La ciencia”? ¿Quién pone en tela de juicio lo que afirma un “doctor”? La subjetividad indefensa se arrodilla y se somete ante un supuesto saber científico siempre triunfante que se erige como uno de los amos de la civilización.
En esta perspectiva debe considerarse que la investigación sobre el cerebro puede funcionar como una renovada oferta de espejitos de colores. Las neurociencias son un conjunto de disciplinas que estudian la estructura, la función, y las patologías del sistema nervioso, pretendiendo establecer las bases biológicas que explican la conducta y el padecimiento mental.
Las neurociencias, funcionales al neoliberalismo, se proponen fabricar la construcción biopolítica de un sujeto adaptado al circuito neuronal, portador de amores calculados y angustias medicadas en nombre de una supuesta salud mental equilibrada que viene con receta y protocolo. Por ejemplo, el Dr. Facundo Manes, uno de los referentes de esta corriente en la Argentina, afirmó que “El amor más que una emoción básica, es un proceso mental sofisticado y complejo”. Manes determina un amor basado en un circuito neuronal, que se fundaría en el funcionamiento del cerebro cuando nos enamoramos, sosteniendo, por ejemplo, que el tamaño de la pupila influye en la atracción que podemos provocar en el otro.
No deja de sorprender que se presente a las neurociencias como lo más moderno cuando en realidad se trata de un reduccionismo pre-freudiano, que homologaba lo psíquico a lo biológico y que afirmaba que los procesos mentales eran cerebrales. (“Un servidor de pasado en copa nueva”, como dice Silvio Rodríguez). Reducir el sujeto, la relación con el prójimo, lo social, a la actividad espontánea de la corteza cerebral o a la conectividad neuronal implica un anacronismo. El descubrimiento de la neurona, a fines del siglo XIX, realizado por Santiago Ramón y Cajal fue un aporte fundamental a la neurología. Pero ya en 1895 siendo neurólogo, Sigmund Freud sostuvo que esa disciplina era estéril para investigar lo psíquico. Abandonó ese camino y se orientó hacia lo que sería el psicoanálisis: descubrió la importancia de la palabra y la escucha en la afectación del cuerpo y la producción de síntomas, planteando que es vía la palabra y la escucha de cada sujeto que advendrá la curación. En 1.900 descubrió el inconsciente e inventó el psicoanálisis como práctica, construyendo una teoría que traería muchas novedades, entre ellas un nuevo cuerpo que no sólo es orgánico ni determinado por conectividades neuronales, sino que está marcado, traumatizado y sintomatizado por las palabras del Otro. El psicoanálisis propuso un corte epistemológico radical: vino a cuestionar la universalidad de la norma, otorgando, como nunca antes había sucedido en la historia de la cultura, dignidad a la diferencia absoluta: cada sufrimiento es singular, cada caso es una excepción, cada amor es único, la sexualidad no es biológica, uniformada ni coincide con la genitalidad y el cuerpo hablado se constituye como erógeno. Más tarde Jacques Lacan continuó desarrollando el psicoanálisis: lo articuló a la lingüística, la lógica, la topología, etc., y ese cuerpo teórico constituye la herramienta fundamental para tramitar el sufrimiento del hablante-ser.
“Hoy la palabra neurociencia está de moda en consonancia con el desarrollo neoliberal; en éstos tiempos y en nuestro país tiene entre sus representantes a un gurú comunicacional sostenido por los medios corporativos, el Dr. Facundo Manes. Dicho neurólogo no resulta un actor social neutral sino una figura ligada al gobierno, probablemente candidato de Cambiemos en las próximas elecciones. Asimismo, se quiere crear un polo de “neurociencias aplicadas” en beneficio de empresas privadas, negocios inmobiliarios y laboratorios.”
Las neurociencias intentan avanzar hacia la medicalización a partir de situaciones comunes de la vida, por ejemplo un duelo, una ruptura de pareja, un conflicto, apuntando a narcotizar la angustia, la culpa y lo que consideran anomalías sintomáticas. Otro aspecto a considerar es que parten de un supuesto que en sentido estricto constituye una estafa, que es la adaptación o la homeostasis y la armonía como horizontes posibles de la existencia humana sexuada y mortal. Para graficarlo, sería la metáfora del amor como media naranja, o la acomodación de los sujetos al orden instituido, generando la ilusión de una completud sin restos, diferencias ni perturbaciones.
Los psicoanalistas nos oponemos a regresar a la caverna paleontológica que proponen las neurociencias. Nuestro punto de vista es que el padecimiento subjetivo singular no está causado por la neurona, que el inconsciente no es biológico y que los tratamientos que proponen las neurociencias no son modernos ni serios. La medicación que proponen opera como una mordaza para adormecer a los sujetos y silenciar el sufrimiento, lo que termina agravándolo, en tanto que desde una posición psicoanalítica de lo que se trata es de que exprese y se aloje en una escucha especializada: el analista.
El proyecto de las neurociencias no es inocente, apunta a la medicalización de la sociedad, pretendiendo engrosar el mercado de consumo de medicamentos acorde con las corporaciones de los laboratorios, así como disciplinar y adaptar los sujetos a la moral y la norma del dispositivo capitalista.
Hoy la palabra neurociencia está de moda en consonancia con el desarrollo neoliberal; en estos tiempos y en nuestro país tiene entre sus representantes a un gurú comunicacional sostenido por los medios corporativos, el Dr. Facundo Manes. Dicho neurólogo no resulta un actor social neutral sino una figura ligada al gobierno, probablemente candidato de Cambiemos en las próximas elecciones. Asimismo, se quiere crear un polo de “neurociencias aplicadas” en beneficio de empresas privadas, negocios inmobiliarios y laboratorios. Ese centro se constituiría a través de la reconversión y refuncionalización de los hospitales neuropsiquiátricos José T. Borda y Braulio Moyano, que a su vez pasarán a ser “centros de atención, experimentación e investigación relacionados con las neurociencias aplicadas”. Una decisión tan fundamental de política sanitaria no se puede tomar de forma unilateral, sino que debe ser el resultado de un debate que incluya a todos los agentes involucrados en la salud mental.
Las neurociencias implican el triunfo de la medicalización, del paradigma positivista y de la investigación técnica desligada de los efectos políticos y subjetivos de vivir con otros y otras. Supone el negocio de los laboratorios y el triunfo de la colonización neoliberal que produce psicología de masas, donde el sujeto se reduce a ser un objeto de experimentación manipulado, cuantificado y disciplinado.
El sujeto no se calcula por expertos ni viene con protocolo de “normalización civilizada”, no cedamos la cultura.
Buenos Aires, 15 de marzo de 2017
*Psicoanalista, docente e investigadora de la UBA- Magister en Ciencias Políticas- Autora de Populismo y psicoanálisis
Publicado en La Tecla Ñ: http://www.lateclaene.com/nora-merlin-cil9
Reproducido con autorización de la autora.