Por Jorge Alemán
Hay dos vertientes constitutivas de la Democracia, una referida a la tradición liberal: Derechos humanos, garantismo constitucional, división de poderes, libertad de prensa etc. La otra vertiente, más problemática, por la inconsistencia y lo incompleto de sus términos está referida a la soberanía, la justicia y la igualdad. Mientras el vector liberal se puede siempre sostener desde lo Simbólico, el referido a la justicia, a la igualdad, la soberanía, remite a un real imposible. Precisamente por ello exigen ser abordados con un “saber hacer ahí”, que difícilmente comparece en la escena de lo político. Podríamos afirmar que en el Capitalismo este “saber hacer ahí” ha sido abandonado y recuperado por la ultraderecha bajo la forma de un simulacro retórico y demagógico. Sólo el Populismo de izquierda, en el sentido de Gramsci, Laclau, Pasolini, se ha vuelto a plantear cómo se constituye una “clase hegemónica” articulando diferencias en un proyecto popular y transformador.
El intento de simbolizar el “todo” de la sociedad a través de la sutura del consenso, fetiche privilegiado de la tradición liberal, le ha cedido esas cuestiones a la ultraderecha, que las asume de un modo distorsionado en la estrategia de su “relato”.
De este modo se traza el siguiente escenario: un partido seudoconservador, un partido seudosocialdemócrata, y una izquierda testimonial, que solo cumple con su función de denuncia en su incapacidad de construir una mayoría social y popular a partir de los antagonismos instituyentes.
Que la denominada “conciencia de clase”, “el sujeto histórico”, el termino Revolución”, la diferencia infaestructura-supestructura hayan perdido su eficacia simbólica y operativa no implica que los antagonismos constitutivos de lo social no estén presentes de un modo incluso más virulentos que nunca. La sociedad capitalista está constituida por antagonismos instituyentes de lo social, absolutamente irreconciliables ,y no solo referidos, a la relación Capital-Trabajo, ya que la extracción de plusvalía actualmente está ligada también a nuevos modos de producción de la subjetividad. En este nuevo modo de producción de subjetividad, que no tiene nada que ver con el sujeto del inconsciente, más bien es su forclusión, el odio por el Otro, que realizando una torsión especial, culmina en el odio por uno mismo cumple un rol fundamental.
El lepenismo es un movimiento identitario conjugado en la lógica del Todo y la excepción amenazante de ese retorno a una identidad primera, que puede ser caracterizado como neofascismo-neoliberal. Ningún interés del gran capital se verá afectado por el lepenismo y si lo es, es más por su pathos, que por su proyecto. Su objetivo es mostrar una vez más que el capitalismo ya no necesita de la ficción democrática y se puede atacar a los sectores de la población más vulnerables y débiles, no solo a los extranjeros.
Tal como ocurrió en España con Podemos, el verdadero desafío de la izquierda, cuando ya ha abandonado sus categorías dogmáticas de las izquierdas históricas, pero tampoco desea viajar al “centro neoliberal” de los partidos socialdemócratas que se han prestado al juego neoliberal rechazando los antagonismos instituyentes de lo social, es tratar de ocupar el centro de la escena social con la construcción de una voluntad popular antidentitaria, articuladora de diferencias, heterogénea y reinventado la categoría de Pueblo desde una perspectiva emancipadora. A mi juicio, esto concierne en el más alto grado, al posmarxismo que puede surgir después de Lacan.